El sangriento sitio de Viena: la heroica victoria que salvó a Occidente

Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.

Cervantes

Castilla era un erial. La represión comunera había dejado a su paso una hecatombe sin precedentes. Los campos yermos habían abandonado toda esperanza de perpetuar la vida pues habían sido sembrados de sal para mayor escarnio de los perdedores. El hambre campaba insolente. Súbditos de no se sabe quién, labriegos, soldados extenuados, comuneros ocultos bajo andrajos so pena de decapitación ipso facto, peregrinos sin destino aparente, etc., deambulaban tras la derrota en Villalar sin un sentido de la orientación claro.

En Medina del Campo, donde había estado el epicentro de la rebelión comunera, el castigo a la población levantisca había rebosado los límites de la crueldad extrema y las cabezas de los osados que habían retado el poder del emperador estaban expuestas para mayor escarnioen las cunetas de los caminos de acceso a esta antiquísima ciudad esteparia. Fonseca, entonces general al mando de la tropa victoriosa, había hecho un trabajo concienzudo para su nuevo amo, Carlos V. Miles de cabezas pendían de las ramas de la arboleda autóctona y los caminos de acceso a Medina estaban anegados con la sangre de los que tan dignamente habían intentado evitar el expolio.

La Castilla adelantada, la vanguardia ante las hordas del sur, la recia Castilla de los castellanos, había sido humillada en defensa de lo suyo; de una riqueza labrada con un esfuerzo notable y expoliada por el emperador alemán –el nuevo hegemón–, que se había hecho con los recursos de los locales para transferirlos a los margraves teutones para dispendios y francachelas y en última instancia, como pago para doblegar voluntades y crear un ambiente para el voto favorable en la investidura del rey de reyes.

Así estaban las cosas cuando un mensajero del emperador custodiado por cuatro alabarderos de dos metrosse acercó a la plaza del pueblo a recabar carne de cañón. Una juventud sin futuro y con dos alternativas claras:las guerras transatlánticas en la nueva América, o las que el imperio atizaba en todos los frentes europeos, eran una oferta que no se podía rechazar. La otra, era la inanición sin más.Tres meses después de la batalla de Villalar, cientos de mendigos y prostitutas de fortuna buscaban las raíces y bayas que se encontraban en el camino hacia ninguna parte. La desolación campaba impunemente.

El emperador requería a setecientos hijos de Castilla para acudir a la defensa de Viena creando exprofeso una bandera a tal efecto. Setecientos hijos de Castilla que deberían ir a la mayor brevedad posible a las estepas eslavas a combatir a los audaces jenízaros que estaban masacrando a la población local sin miramientos. Más de cien mil de ellosavanzaban como una gigantesca apisonadora desde Estambul para persuadir a la cristiandad de convertirse al Islam, so pena de ver rebanadas sus entendederas en el caso de no comprender los dictados del profeta; así estaban las cosas.

Para 1529, Solimán el Magnífico, que a la sazón lideraba el Imperio Otomano y era de paso el paladín del Islam, estaba en franca expansión hacia el Oeste. El Oestepor aquel entonces era una amalgama de reinos cristianos en proceso de fusión tras una atávica atomizacióny no pocos enfrentamientos a sus espaldas. Pero el inicialmente cuestionado Carlos V, emperador joven y sin tablas, demostraría ser un hueso duro de roer. No era un alfeñique manipulable y tenía ideas propias.

Viena, objetivo estratégico

La conquista de Viena siempre fue un objetivo estratégico para el Imperio Otomano, ya que controlando Viena, podrían dominar las rutas comerciales del Danubio hasta el Mar Negro, o lo que es lo mismo, tener contra las cuerdas a la entera Europa Occidental.

Hacia finales de 1529, Solimán, que por méritos propios era el sultán más destacado de la historia otomana, en sus innumerables campañas bélicas había incorporado al imperio del Este como quien no quiere la cosa, las costas de Arabia, Irak y el Magreb y una buena parte de la Europa central.Cerca de cinco millones de kilómetros cuadrados era el patrimonio humano y comercial de este enorme líder musulmán. En 1526, en la batalla de Mohács en lo que actualmente es Hungría, se había merendado sin despeinarse a un motivado y heroico ejército cristiano que había osado hacerle frente. Sus credenciales eran aterradoras.

Para septiembre del 1529, la ciudad de Viena, que estaba instalada en un silencio premonitorio,se había quedado vacía de humanos y los Lansquenetes enviados por la Dieta de Reich habían llegado a marchas forzadas antes de que la ciudad quedara cercada. Pero llegaban algo tarde, los setecientos españoles ya habían montado empalizadas de refuerzo y creado fosos trampa adicionales para recibir al turco convenientemente.

A las puertas de su último aliento, Nicolás de Salma, un general bragado y providencial, que en Pavía ya le había echado el guante a Francisco I de Francia, había hecho lo que tenía que hacer. Ahora solo quedaba esperar el asalto final.

Era el 21 de septiembre cuando los akıncı, la cruel caballería ligera del ejército otomano, habían llegado a las afueras de Viena. Estas fuerzas de choque siempre iban en la vanguardia del ejército imperial. Sembrar el pánico entre la población civil era su tarjeta de presentación y la crueldad que aplicaban a los lugareños antes de cualquier negociación era extrema. En consecuencia, saquearon las aldeas cercanas a Viena, asesinando y violando a sus indefensos habitantes. Estaba probado que los akinci eran expertos jinetes que hacían inexorablemente puntería con sus arcos sobre los visores del casco de las armaduras de sus enemigos. Rien va plus.

El 24 de septiembre,Viena estaba aislada y rodeada por más de 120.000 turcos.

Pero Solimán, que ante todo era un gran estratega, propuso a los habitantes de Viena convertirse en musulmanes, garantizando vida y bienes. Más si llegaran a ofrecer resistencia, garantizaba documentalmente que Viena sería reducida a cenizas y sus habitantes, mujeres, niños y viejos serían masacrados y esclavizados a perpetuidad.La realidad que el invierno venía cabalgando por la puerta de atrás y el turco se daba perfecta cuenta de que prolongar la campaña era algo suicida.

Una lucha homérica

Intramuros, rendirse no era una opción para las tropas imperiales. Los defensores juraron quedarse en la ciudad para defenderla hasta la muerte y morir unos junto a otros por la fe cristiana, pues era así como se pensaba entonces, a lo grande. El panorama era desolador y hasta donde alcanzaba la vista las tiendas de los otomanos eran incontables. También las defensas de la antiquísima ciudad eran formidables. Un ataque con explosivos para tunelar una mina dirigida contra la muralla tangente al ríosería detectado por el tercio español, que en un ejercicio de tiro al blanco no dejaría un turbante vivo.

Pero la adversa climatología se aliaría in extremis con los defensores de Viena. El frío y las lluvias se adelantaron más allá de lo usual. Durante tres días, las zanjas turcas se anegaron en agua y barro y los explosivos quedaron inservibles para los restos. La ventisca estaba librando a Viena del ataque final.

El 14 de octubre fue una madrugada muy fría y la humedad penetraba hasta el tuétano. Había dejado de llover y finalmente los otomanos habían conseguido explotar una de las minas. Una brecha de unos 30 metros cerca de la entrada principal actuó como un imán, pero los turcos serian contundentemente rechazados por los defensores en su intento de asalto. Tres enormes columnas de jenízaros se aproximaron a la muralla e intentaron sin éxito el asalto a través de las brechas causadas en el muro. Pero aquel día, Allah el todopoderoso, al parecer estaba de brazos caídos. Los lansquenetes alemanes y los arcabuceros españoles les cerrarían el paso a costa de una sangría descomunal, neutralizando el intento de asalto de los jenízaros. La carnicería duró horas mientras el tempo parecía ralentizado. Al caer la tarde, un cementerio al aire libre era el testimonio de aquel desatino. Viena no había caído, pero todos habían perdido. Miles de cadáveres con la pacífica y serena mirada de los que saben que van de viaje adonde no hay retornoyacían entre las murallas y el Danubio.

Fue una lucha homérica entre unos juramentados sin esperanzas de asistencia y una horda variopinta que en amalgama arrasaban por donde pasaban.A un lado resonaban los gritos del muecín, mientras al otro, el repicar de campanas rasgaba la inmensidad de los valles circundantes.

El objetivo turco no era viable por cuestiones de logística pues las distancias para el aprovisionamiento eran incalculables. Incluso en el caso de haber conquistado la ciudad, mantenerla era imposible, ya fuera por la inevitable contraofensiva imperial, o por el previsible hostigamiento a los convoyes de abastecimiento. Asimismo el aclimatamiento de gentes venidas de Asia y su adaptación a los fríos polares del invierno en aquellas latitudesquizás disuadieron a Solimán el Magnífico de poner el acento en una ofensiva sostenida.

Pero la victoria más decisiva en el campo de batallasería la inmaterial, la de las ventajas intangibles, la psicológica. Y esta victoriabeneficiaría para los restos de manera sostenida a la vieja Europa.Tal vez tras aquellos muros torpemente apuntalados, convertidos en muchos casos en meras trincheras defendidas por hombres hambrientos y abandonados a su suerte, cambió definitivamente la marea del destino.

En un momento crítico para nuestra civilización, los reinos de España unidosestuvieron a la altura de la más exigente de las demandas.

Texto extráido del sitio: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-07-05/el-sangriento-sitio-de-viena-la-heroica-victoria-que-salvo-a-occidente_914603/

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