José Ingenieros

Su nombre original era Giuseppe Ingegnieri, era hijo de Salvatore Ingegnieri y Mariana Tagliavia. Nació en Palermo, capital de Sicilia, pero con pocos años de edad viajó a Argentina expatriado con su familia. Cursó sus estudios primarios en el colegio La Anunciación. Su padre era periodista y tenía dificultades económicas, por lo que José trabajó desde niño corrigiendo pruebas de imprenta, y haciendo traducciones de italiano, francés e inglés, con la ayuda de los diccionarios de su padre.

En 1889, con 12 años de edad, ingresó al Colegio Nacional Buenos Aires, que dirigía Amancio Alcorta. En 1892, mientras cursaba el último año de secundaria en el Colegio Nacional Buenos Aires, fundó el periódico La Reforma y un año después (en 1893), ingresó como alumno a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, de la que se recibió en 1897 de farmacéutico y en 1900 de médico con su tesis Simulación de la locura en la lucha por la vida. Para esa época ya era conocido en los círculos literarios.

En 1904 se convirtió en profesor universitario de Psicología Experimental. Fue uno de los introductores de la psicología en su país, participando del positivismo imperante en la época y erigiéndose, quizá, en la última gran figura de esta corriente de pensamiento tan enraizada durante el siglo XIX.

Escribió, entre otras muchas obras, Simulación de la locura en la lucha por la vida (1903), adscrita a la intensa corriente darwinista vigente en la Argentina de aquel momento; Psicología genética (1911), y El hombre mediocre (1913), su obra más importante en el campo de la Psicología Social, en la que describía al hombre moldeado por el medio, sin ideales ni individualidad.

En uno de sus trabajos más originales, Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía (1918), desarrolló una versión particular del positivismo que hacía posible la metafísica. Afirmaba que es posible reconocer, en toda forma de experiencia, un “residuo experiencial” que es cognoscible, aunque no tenga un carácter trascendental. Este residuo, que resulta accesible al conocimiento y a la experiencia humana, es el objeto de una nueva metafísica, distinta a la ciencia positiva.

Fue miembro del Partido Socialista Obrero Argentino, fundado por Juan B. Justo, y defendió la idea de que la lucha de clases era una de las manifestaciones de la lucha por la vida. Durante algún tiempo defendió cierto tipo de biologismo social.

En 1915 visitó Cuba, procedente de Puerto Limón (Costa Rica), arribó al puerto de La Habana el 9 de diciembre de 1915, y se alojó en el el bello hotel Sevilla, de las calles Prado y Trocadero. Integraba la delegación argentina al Segundo Congreso Científico Panamericano, que tendría por sede a Washington, por lo que se detuvieron en tránsito hacia Estados Unidos. En la noche misma del arribo se le ofreció una recepción de honor en la Academia de Ciencias y un periodista lo describió como, “pulcro en el vestir, de elegantes maneras, cortés y afable”. Solo estuvo en Cuba dos días.

El 4 de agosto de 1925 ―es decir, recién estrenado en el poder el tirano Gerardo Machado― sucedió la segunda visita de José Ingenieros a Cuba. Llegó en tránsito hacia México y solo permaneció unas horas, en las que fue atendido por Emilio Roig de Leuchsenring, el novelista Carlos Loveira, el poeta Hilarión Cabrisas, el crítico Néstor Carbonell y otras figuras de la intelectualidad nacional. Pese a la brevedad de su visita, el maestro de la juventud argentina dedicó tiempo a saludar a quien se consideraba el maestro de la juventud cubana, Enrique José Varona, muy anciano entonces. Se conoce además que Ingenieros almorzó en el restaurante Lafayette de la Habana Vieja y un periodista lo comparó, por su complexión, con un viejo y fuerte roble (aunque tenía solo 48 años).

Para sorpresa de cuantos lo admiraban, José Ingenieros murió el 31 de octubre de 1925, a los 48 años, de una meningitis cerebral, apenas dos meses después de su segunda visita a Cuba.

Su obra

José Ingenieros indagó acerca de la condición humana y a través de una concepción humanista ante todo, trató de transformar al hombre o al menos darle algún indicio, alguna pista, para abrir las disímiles sendas del cambio hacia una sociedad mejor en la cual prevaleciesen los valores verdaderos de los individuos, donde el mérito fuese proporcional a la responsabilidad de cada quien para concebir el bienestar y, por encima de todo, la dinámica renovación de la sociedad en aras de una justicia social visible.

Toda su obra fue concebida para fundar el espíritu del optimismo en la juventud no solo de su tiempo, sino de todos los tiempos.

Por tal motivo, sus libros se convirtieron en obligada consulta para muchas generaciones de jóvenes, inconformes con el conservadurismo imperante bajo diversas circunstancias y países, que exigían un pensamiento laico, renovador y crítico de la moralidad anquilosada y la injusticia social prevalecientes en muchas sociedades de distintas épocas.

Concebía a la cultura con una clara función desalienadora y pregonaba a todas voces que esta permitía al hombre controlar sus condiciones de vida.

El hombre mediocre es un retrato agudo de todo aquello que ensombrecen la existencia de los caracteres excepcionales y dan freno, o al menos entorpecen, la mayoría de los cambios que podrían conducir hacia el desarrollo de un mundo mejor. Es un libro en el cual se critica la rutina, la vulgaridad, la envidia, el vicio, la deshonestidad, en fin la mediocridad, y sirve como pretexto para enaltecer el cultivo de los valores morales, de los ideales que impulsan el progreso de la humanidad.

Su profunda confianza en el perfeccionamiento humano a través de la profundización de los ideales. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.

Su obra en general se inscribe entre los grandes logros del pensamiento filosófico latinoamericano del siglo XX. Muchos afirman que incluso trascendió el ámbito académico y se convirtió en una herramienta ideológica más, que contribuyó al nacimiento de ideas renovadoras y nutritivas de varias generaciones decididas a cambiar el destino de los pueblos de nuestra América.

Una gran ventaja que la que contó Ingenieros para indagar sobre la naturaleza humana en su corta vida fue haber cursado estudios de Medicina en su Argentina natal, y dedicarse a los estudios de Psicología y Psiquiatría con las herramientas que le ofrecía el desarrollo de las ciencias al nacer el siglo XX.

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