James Paroissien nació en Barking (Essex, Reino Unido) en 1781. Estudió medicina aunque no llegó a graduarse; se especializó en cirugía y también estudió química en forma avanzada. Al recibir noticias de la invasión británica de Buenos Aires, decidió embarcarse con ese destino. Reconquistada Buenos Aires por Liniers, Paroissien desembarcó directamente en Montevideo, ocupada por Whitelocke, donde pasó el año ocupado en actividades comerciales y asistiendo a los invasores británicos, y fue nombrado cirujano del ejército de Whitelocke con el grado de subteniente.
Hagamos un brevísimo cuadro de situación: cuando Napoleón mantenía a España subyugada, los ingleses pretendían usurparle a los españoles los territorios conquistados en América. Para eso se aliaron (es un decir) con Portugal, aunque la verdadera intención era, por una parte, terminar con el monopolio comercial al que España tenía sometido a su imperio y por otra, acceder a las riquezas que los españoles expoliaban en estas tierras. Inglaterra vivía una pujante revolución industrial y requería con urgencia materias primas para poder abastecer sus fábricas.
Pero volvamos a James Paroissien, a esta altura ya Diego Paroissien, ya que se cambió su nombre de pila a poco de llegar a América. En enero de 1808 llegó a Río de Janeiro, centro de la actividad británica en América del Sur en aquel tiempo. Allí, vinculado al porteño Saturnino Rodríguez Peña (quien había sido el hombre clave en la liberación de William Beresford de su prisión porteña), comienza a trabajar para el gobierno inglés como agente de sir Sydney Smith, colega a su vez de Thomas Maitland, ideólogo del plan continental que lleva su nombre. Se vio involucrado en el proyecto del Foreign Office para independizar el Virreinato del Río de la Plata, coronando a tal fin a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, mujer de Pedro V de Portugal, para que pusiera a “resguardo” (es un decir) a las Provincias Unidas mientras el rey Fernando VII estaba retenido/detenido/preso en Francia.
Regresa al Río de la Plata (ya como espía consumado, bajo la fachada de ser un enviado de una compañía minera, La Potosí la Paz and Peruvian Mining asociation) llevando correspondencia cifrada para coordinar el proyecto carlotista, pero es detenido y acusado de alta traición en Montevideo, donde estuvo preso 18 meses. Llegado el virrey Cisneros, fue trasladado a Buenos Aires para ser juzgado. Juan José Castelli, futuro prócer, fue su abogado y su alegato como defensor apuntó a la teoría de los “vasallos de vasallos”, que, en forma muy resumida, sostenía que las autoridades españolas no podían impartir justicia en sus colonias estando, como estaban, en jaque en su propio terruño europeo. Así, gracias a Castelli, Paroissien salvó su cabeza. No lo ejecutaron (el cargo era “alta traición”), pero tampoco lo liberaban, hasta que finalmente llegó la Revolución de Mayo y Castelli fue nombrado miembro de la Primera Junta. Eso aceleró el trámite: liberado Paroissien.
Empieza entonces otra etapa de las aventuras de James/Diego. Acompaña al Ejército del Norte hacia el Alto Perú, como médico y secretario de Castelli. Junto con Pueyrredón, se ocupa de traer de regreso de la campaña y conservar a buen recaudo importantes porciones del tesoro de Potosí. El Triunvirato lo nombra jefe de una fábrica de armas en Córdoba, lugar donde conoció a José de San Martín en 1814. La fábrica estalló y lo culparon, pero para entonces ya iba camino a Buenos Aires, nombrado miembro del Estado Mayor del Ejército por el entonces Director Supremo Álvarez Thomas. El segundo Triunvirato, además, le otorga la carta de ciudadanía, siendo el primer extranjero de la historia en obtenerla. Un capo.
Y de ahí a Mendoza, sin escalas. San Martín lo nombra cirujano jefe del Ejército de los Andes. Cruza la cordillera con el general, participa en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, y asiste a O´Higgins, como cirujano, componiendo sus heridas de combate. A esta altura, lo que se dice casi un imprescindible en el grupo.
Ya en Chile, se embarca con San Martín hacia Perú como parte del Ejército Libertador ya con el grado de general de brigada, mostrando una notable rapidez para ascender en el escalafón del ejército.
Una vez tomada y asentada la ciudad de Lima, afloran nuevas aptitudes del polifacético Paroissien: San Martín decide enviarlo junto a Juan García del Río (escritor, diplomático y político colombiano) a Londres, con dos objetivos: el primero, obtener el reconocimiento (de Londres, parece) de la independencia parcelada de estas tierras americanas; el segundo, buscar un rey, o en su defecto un emperador, para Perú. Tenían varias opciones: el príncipe de Sajonia-Coburgo, algún miembro de la dinastía británica, alguna majestad rusa, portuguesa, en fin. Cuestión de quién estuviera disponible. Estas gestiones fracasaron, pero si algo no hacía Paroissien era perder el tiempo, así que aprovechó el mandado para gestionar en Londres un empréstito para Perú, en lo que constituiría la primera “deuda externa” de tierras americanas independientes.
Estando en Londres, San Martín decide su renunciamiento en Lima. James espera al libertador en Londres, hacia donde San Martín se dirige en la primera etapa de su exilio. Lo recibe con todos los honores y sincero afecto, en compañía lord James Duff (o Mac Duff), cuarto conde de Fife, otro amigo de San Martín, a quien éste había conocido en tierras españolas muchos años antes.
Tiempo después Paroissien vuelve a Perú, se pone a las órdenes de Simón Bolívar, quien lo nombra director de minería del Perú. Al independizarse Bolivia, el mariscal Sucre le pide que maneje la minería de Potosí y de este nuevo país. Ocupa el cargo, pero sus negocios empiezan a irle mal (parece que esta no era, después de todo, su faceta más idónea) y pierde casi todos sus bienes. Se embarca hacia Valparaíso buscando salir de lo que parecía ser el comienzo de malas épocas personales, y muere en alta mar.
Se podrá decir mucho de este singular personaje histórico. “Inquieto” sería una buena forma de definirlo.