Isabel II de España

No había destrozo o bajeza que no hubiese hecho. Traicionó a sus padres y a España para ponerse a las órdenes de Napoleón, quien despreciaba a este mequetrefe abúlico. Se hizo una vez más del reino y sus posesiones de ultramar mediante una alianza con los liberales a los que traicionó, permitiendo que el ejército francés de los Cien Mil Luises invada España para reponerlo en el trono. Liberado de presiones gobernó como un Borbón sabía hacerlo, siendo absolutamente absolutista.

Y por si eso fuese poco, al dejar a la joven reina en el trono se aseguró de sembrar la discordia con su hermano Carlos, quien se creía con auténticos derechos al trono. Es decir, plantó las Guerras Carlistas que se prolongaron a lo largo del movido Reino de Isabel. Apoyada por los liberales, su madre, la regente Cristina, fue un títere de los intereses sectarios. Su única ambición era que Isabel continuase siendo la reina de España, cosa que hizo a pesar de una sangrienta contienda que finalizó 6 años más tarde con la forma del Tratado de Vergara.

Puesta a gobernar la joven Isabel era de escasos dotes intelectuales y menores aptitudes además de una pésima educación. Heredera de las veleidades eróticas de su padre, Isabel era una maestra de la seducción y una enamorada del sexo, dispuesta a una vida de placeres, autoindulgencias y amantes, que desfilaban por el lecho Real, dejando una sucesión de príncipes de distintos progenitores, aunque todos reconocidos por el consorte oficial Francisco de Asís y Borbón, más conocido como Paquita la Mariquita, quien se dedicaba al estudio del arte español del Siglo de Oro, actividad solo interrumpida para estampar su rúbrica cada vez que su prima daba a luz.

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Isabel II y su marido, Francisco de Asís de Borbón.

Isabel II y su marido, Francisco de Asís de Borbón.

 

Tanto desorden y desgobierno obviamente desembocaba en revueltas y reclamos. España ya no contaba con el ingreso metálico de sus colonias que Fernando había intentado retener por la fuerza cuando lo mejor hubiese sido pactar con los insurgentes para llegar a un arreglo de convivencia como había hecho Inglaterra y su Commonwealth… pero esas eran demasiadas concesiones para un Borrbón y el imperio se perdió salvo Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y algunas islas dispersas por los océanos.

No solo los escasos dotes de la reina conspiraron con la intención de formar un gobierno eficiente. Desde 1844, cuando llega a la mayoría de edad, apoyó al progresista Olózaga como ministro aunque apenas duró unos meses en el cargo. Las intrigas del conservador González Bravo habían provocado la caída de Olózaga y su propio ascenso al poder aunque con poca fortuna. Se sucedieron distintos gobiernos encabezados por Narváez, Pacheco, Salamanca, Bravo Murillo y Sartorius… Pudieron tener mayor o menor fortuna, pero ninguno pudo frenar la decadencia.

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En 1845 promulgaron una Constitución que, si bien no era tan liberal como la célebre “Pepa” de 1812, establecía un régimen moderado, aunque reforzaba la intervención de la corona. En manos más preparadas el método hubiese sido más efectivo, pero con la inexperiencia y veleidades de la Reina todo parecía destinado al fracaso. Tal era el desánimo que esta “Isabelona la frescachona” recibió 2 atentados que no pasaron de un susto. Uno transcurrió en la calle de Alcalá (esa de la que todo viene y todo va) a manos de un abogado, Ángel de la Riva, que fue exonerado. El otro fue realizado por el sacerdote Martín Merino quien cuchillo en mano hirió a la Reina. El prelado fue ejecutado con el garrote vil.

Las facciones políticas se dividían en moderados y progresistas. Estos últimos no eran del agrado de Isabel y no pudieron formar gobierno. Los moderados se habían dividido entre “puritanos” y “doctrinarios”. En 1852 le retiró el apoyo a Bravo Murillo y lo que parecía encaminarse al orden, nuevamente fracasó.

Sin embargo, el país se modernizaba a pesar de su gobierno: se extendió el telégrafo y el ferrocarril. También se modernizó la estructura financiera del país, con la ley de Bolsas, la ley sociedades anónimas y la de bancos de emisión, pero el desorden y las deficiencias eran tan grandes que no estimulaban las inversiones necesarias para el desarrollo de la industria. La vida escandalosa de la reina, reflejada en los textos y dibujos de Gustavo Bécquer solo juntaban descrédito al reinado.

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Acuarela 97 de la serie Los Borbones en pelota. Ilustra satíricamente el tipo de comentarios que con respecto al matrimonio real corrían por la época.

Acuarela 97 de la serie Los Borbones en pelota. Ilustra satíricamente el tipo de comentarios que con respecto al matrimonio real corrían por la época.

 

La revolución de los progresistas obligó a aceptar la dictadura militar impuesta por Narváez, quien al reprimir sangrientamente al movimiento liberal creó una reacción del general O´Donnell en 1854. Isabel convocó al general Espartero para contrarrestar este movimiento… pero el deterioro era tal que se dictó una Constitución de corte liberal, que no llegó a imponerse.

La Revolución de 1868, llamada La Gloriosa, la obligó a abandonar España. Se dirigió a Francia donde fue acogida por la emperatriz Eugenia de Montijo. Allí abdicó en favor de su hijo Alfonso XII, quien volvería al trono, aunque le fue prohibido que vuelva su madre y cuando lo hizo en 1904 solo eran huesos para enterrar en el Escorial. Ella quedó del lado de los monarcas mientras Paquita lo hizo del lado de las reinas.

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Isabel II en el exilio.

Isabel II en el exilio.

 

 

 

 

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