Hugo Pratt, amo de la aventura

Es difícil llegar al fondo de la cuestión cuando uno se acerca a la vida de Hugo Pratt porque, como él mismo decía, era un fabulero. Cada nueva versión de su historia parecía incluir más aventura y misterio que la anterior y, quizás por eso, hacia el final de su vida aseguró: “Tengo trece formas de contar mi vida y yo no sé si hay una verdadera o, incluso, si hay alguna que sea más verdadera que las otras”.

De sus múltiples biografías, sin embargo, algo se puede sacar en limpio. Sabemos que nació en Rimini, Italia el 15 de junio de 1927 con el nombre de Ugo (sin H) y que desde muy chico vivió en Venecia, razón por la cual siempre se consideraría veneciano. Pratt, verdadero niño de ciudad portuaria, creció rodeado de influencias de todo tipo y, ávido lector de novelas anglosajonas de aventura, rápidamente vio llegar la emoción a su vida. En 1937, con sólo 10 años, se trasladó con su familia a Abisinia (hoy Etiopía) por la carrera militar de su padre. En este ámbito fue donde la guerra lo tocó de cerca y, no sólo fue testigo de la incursión británica que restauró a Haile Selassie al poder, sino que también debió enfrentar el hecho de que su padre fuera capturado por las fuerzas aliadas y muriera enfermo en 1942. Luego de este episodio Pratt, junto con su madre, fueron internados en un campo de concentración de Dire Dawa y, finalmente, lograron ser repatriados a Italia gracias a los esfuerzos de la Cruz Roja en 1943.

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De vuelta en Venecia, supuestamente, fue capturado por tropas alemanas, enrolado en la policía marítima del Reich y, cuando logró escapar, se unió al bando aliado para el cual actuó como intérprete y organizador de espectáculos hasta 1946. De nuevo, no termina de quedar del todo claro que esto haya sido real, pero sí se puede comprobar que por entonces Pratt inició su carrera en el mundo de la historieta. En 1945, tras conocer a Mario Faustinelli y a Alberto Ongaro, empezó a dibujar para su serie L’Asso di Picche (As de picas) – similar a las historias de héroes enmascarados estadounidenses – en una revista del mismo nombre y pasó a formar parte del conjunto de artistas que se conoció como el “Grupo de Venecia”. Durante los siguientes cuatro años fue adquiriendo experiencia y, aunque parece que la revista no resultó muy exitosa, continuó realizando historias guionadas por Faustinelli y Ongaro, como Junglemen (1949).

A pesar de la falta de interés en Italia, el trabajo de los artistas llamó la atención de César Civita, por entonces ya instalado en Argentina y cofundador de Editorial Abril, y comenzó las gestiones para publicar la tira en el país. A partir de 1948 As de Espadas, como se la conoció en el medio local, comenzó a salir por la revista Salgari, dedicada a comics italianos. Casi inmediatamente, Civita invitó a los artistas del “Grupo de Venecia” a instalarse en Buenos Aires y así fue como, en 1949, un Pratt de 22 años arribó a las costas del Río de la Plata.

En esta etapa, inicialmente, continuó dibujando la continuación de las tiras de Ongaro que hacía en Italia, pero el conjunto también desarrolló la serie Cacique Blanco para la revista Misterix y en 1954, Legión Extranjera para Rayo Rojo. Por entonces también realizó la historia del detective Ray Kitt (1951) con un novel guionista llamado Héctor Germán Oesterheld y selló una relación que habría de madurar en los próximos años. Así es que en 1953 esta dupla hizo historia cuando elaboró la emblemática Sargento Kirk y luego, a partir de la creación de Editorial Frontera en 1957, las tiras Ticonderoga, para Frontera y Ernie Pike, para Hora Cero.

Tapa de Frontrera con Ticonderoga.jpg

 

 

Hora-Cero-Ernie-Pike-Oesterheld-Pratt.jpg

 

 

 

El momento de oro de la historieta argentina, sin embargo, fue bastante breve y, tras el fracaso de la empresa en 1959, Pratt entró en un momento de transiciones. Independizado, escribió e ilustró su primer guion, Ana de la jungla, y partió una temporada a Londres, donde dibujó doce historias de guerra para Picture Library. Más tarde, se instaló en San Pablo, Brasil, donde impartió cursos como parte de la Escuela Panamericana de Arte y, en 1962, después de una breve experiencia dibujando Capitán Cormorant y Wheeling para la nueva Misterix, terminó decidiendo abandonar la Argentina por razones económicas.

De vuelta en Venecia, a principios de los sesenta dibujó para la revista infantil Corriere dei Piccoli, pero más allá de ciertas excepciones, sin los recursos y la libertad con los cuales había contado en los mejores momentos de sus años porteños, desarrolló una obra bastante olvidable. El punto de quiebre habría de llegar recién en 1967, cuando conoció al empresario genovés Florenzo Ivaldi y pudo participar del lanzamiento de la revista Sgt. Kirk. Allí, además de publicar las tiras que habían hecho con Oesterheld a finales de los cincuenta, en el primer número salió también una aventura nueva de Pratt titulada Una ballata del mare salato (Una balada del mar salado) en la cual aparecía un personaje secundario llamado Corto Maltés.

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La continuidad de la historia, sin embargo, se vio interrumpida por las malas ventas de la revista y solo habría de continuar tres años después cuando, ya instalado en Francia, Pratt comenzó a colaborar con el medio Pif Gadget. Ávido viajero, voraz lector y fan de la aventura, en este momento el dibujante pudo dar rienda suelta a su imaginación y, concentrado en las vivencias de su famoso personaje, elaboró lo que llamó una “literatura dibujada” para la tira Corto Maltés. A lo largo de una veintena de historias complejas y repletas de referencias que dibujaría hasta 1988, Pratt llevó a su héroe por todo el globo y, a su paso, ganó la aclamación de los millones de lectores que, gracias a su traducción en quince idiomas diferentes, tenían la oportunidad de seguir mentalmente al marino en todas sus aventuras.

En paralelo, en esta etapa el dibujante desarrolló también series de éxito como Los escorpiones del desierto (publicada inicialmente en 1969) y la misteriosa Jesuita Joe (conocida también como El hombre del gran norte) (1980). Además, desde 1984, ya instalado en la que sería su ultima patria, Suiza, trabajó de cerca con Milo Manara y escribió, casi como un revival de sus años argentinos, escribió El Gaucho (1991), que recuperaba la historia de las Invasiones Inglesas.

Finalmente, Pratt falleció el 20 de agosto de 1995, a los 68 años, de cáncer de colon. Él desaparecía físicamente, pero detrás suyo quedaba un mundo de aventuras y misterios que, aún hoy, continúa cautivando a sus lectores.

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