Homero Manzi, el poeta de todos

Si se tuviera que elaborar un panteón con las figuras más influyentes en la cultura porteña, sin dudas Homero Manzi estaría incluido en él. Este sujeto, que se definió a sí mismo como alguien que evitó ser “un hombre de letras” para “hacer letras para los hombres”, fue un hombre comprometido, un inmenso poeta y, por sobre todo, alguien que, dotado de un inmenso talento, eligió dar a su arte una dimensión netamente popular.

Nació llamándose Homero Manzione un 1ero de noviembre de 1907 en Añatuya, Santiago del Estero. Aunque el pueblo santiagueño y el Norte argentino en general siempre tendrían un valor especial para él, cuando todavía estaba en la escuela primaria se trasladó a Buenos Aires para seguir con sus estudios. Allí, puesto a cargo de uno de sus hermanos y luego internado en el Colegio Luppi, el joven Manzi vivió en los barrios obreros de Boedo y Pompeya; lugares que él amó y que más tarde retrataría entrañablemente en sus letras.

Más allá de la simple inspiración, el barrio también le dio a Manzi uno de sus más grandes e influyentes amigos: Cátulo Castillo, hijo del escritor José González Castillo. Conocedor de la vida cultural de Boedo, Manzi gravitó hacia este vecino de su misma edad, quien, a su vez, lo instó a desarrollar su talento artístico y lo aconsejó con gran éxito. Tal es así que, cuando Manzi le mostró una letra y le pidió que lo ayudara a musicalizarla, Castillo le presentó al músico Sebastián Piana, y juntos los tres elaboraron el primer tango importante de su carrera, “Viejo Ciego” (1926).

En los siguientes años, Manzi adoptó el nombre que lo haría famoso y elaboró algunos valses y tangos, pero se destacó especialmente su labor, junto con Piana, en la renovación de la milonga. Considerados los fundadores de la milonga “porteña”, ellos básicamente tomaron este estilo, percibido por entonces como algo puramente rural, y le dieron un giro netamente urbano, representado por antonomasia en casos como “Milonga Sentimental” (1931), “Milonga del 900” (1933) y “Milonga Triste” (1936). A lo largo de la década compuso, también, tangos que reflejaban el sentir popular, indagando en las cuestiones del corazón, la nostalgia del barrio y otros temas de fuerte contenido sentimental. Sin embargo, no fue sino a partir de 1941, cuando afianzó su amistad con el bandoneonista Aníbal Troilo, que escribió algunas de sus letras más emblemáticas, como “Malena” (1941) – supuestamente hecha para su amor prohibido, Nelly Omar – “Barrio de Tango” o “Sur” (1948).

Además de su emblemática carrera musical, Manzi también incursionó en otras áreas de la cultura como la radio, el periodismo y, notablemente, el cine. Desde 1934, cuando denunciaba desde Crítica la forma en la que funcionaba la industria local, se esforzó por transformarla. Escribió canciones para distintas películas e, interesado en desarrollar un nuevo tipo de cine que explorara los temas históricos argentinos, se asoció con la productora Artistas Argentinos Asociados y junto con Ulyses Petit de Murat guionó proyectos emblemáticos como La guerra gaucha (1942), Su mejor alumno (1944) o Pampa Bárbara (1945). Además, como muestra de que realmente no había nada que el pudiera hacer, codirigió con Ralph Pappier dos películas protagonizadas por Hugo del Carril conocidas como Pobre mi madre querida (1948) y El último payador (1950).

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Manzi y Petit de Murat.
Manzi y Petit de Murat.

 

En paralelo, no contento con ser meramente una figura influyente en la cultura, Manzi desarrolló una intensa actividad como docente, militando también en política y participando en el sindicalismo. Su interés por lo popular venía dado no sólo por una cuestión estética, sino también por un costado social. Era radical de familia y desde muy joven había militado en las filas del yrigoyenismo con un fervor que logró atraer al mismísimo Arturo Jauretche, a quién conoció en su breve paso por la Facultad de Derecho, a la causa del caudillo. Cuando se produjo el golpe de Uriburu en 1930, se encuadró en la resistencia, cosa que le valió la pérdida de su trabajo como docente y un breve período en el penal de Las Heras, y hasta circula la versión que indica que su casa era casi como un comité para los radicales revolucionarios. Tal es así que, en los puntos más álgidos de la década del treinta, frente al auge del alvearismo dispuesto a negociar con el gobierno de Justo por una salida electoral, Manzi – junto con otros miembros del ala más radicalizada del radicalismo, como Jauretche, Carlos Maya, Manuel Ortiz Pereyra y Luis Dellepiane – participó en 1935 de la fundación de la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina o FORJA.

Manzi tuvo grandes aportes en este espacio, especialmente en sus inicios, alejándose solamente tras la separación de Dellepiane y Gabriel del Mazo (aliadófilos y grandes amigos de Manzi) luego de que FORJA defendiera a ultranza la posición de neutralidad frente a la guerra en Europa. Sin embargo, más allá de estas diferencias, como forjista de la primera hora, vio con buenos ojos el ascenso de Perón como el continuador del proyecto yrigoyenista, al punto que sus acercamientos al General terminaron poniendo en duda sus lealtades y costándole su pertenencia a la UCR en 1947. Lejos de amedrentarse a causa de su expulsión, defendió su posición como colaborador en un discurso emitido por Radio Belgrano en diciembre de ese mismo año en el cual aseguró que: “Perón, como dijo Farías Gómez, es el reconductor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen. Mientras siga siendo así y nosotros continuemos creyéndolo, seremos solidarios con la causa de su revolución que es esencialmente nuestra propia causa. Para ello, no tenemos por qué abdicar de nuestro radicalismo ni por qué sumarnos al movimiento peronista. No somos ni oficialistas ni opositores, somos radicales revolucionarios”.

Durante los años del primer peronismo, además de triunfar artísticamente y escribir composiciones laudatorias para Perón y Evita, logró influir en instituciones como SADAIC, de la cual llegó a ser presidente en 1948 y 1950. Sin embargo, el cáncer que le habían diagnosticado en 1946 terminó por llevárselo el 3 de mayo de 1951 a la edad de 43 años. El tiempo que Manzi había pasado sobre esta tierra no había sido demasiado largo, pero sin dudas había sido intenso. Hoy, para quien quiera acercarse a su obra, quedan más de cien composiciones musicales y una veintena de películas, todas de gran calidad artística, que llevan su nombre.

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