La formación académica de Herbert Spencer fue limitada. Su padre era un disidente religioso que transmitió a su hijo la oposición a todo tipo de autoridad dogmática. Fue educado en el empirismo y en el concepto de evolución biológica de Erasmus Darwin y Lamarck. Su tío, un clérigo anglicano, le inculcó los principios de libre comercio y la adversión a la intromisión del Estado. “Fórmate tú en vez de esperar a que te formen y modelen” era una de las frases que Herbert solía repetir. Si bien trabajó como ingeniero de los ferrocarriles y fue subeditor del The Economist (semanario que sigue publicándose), no tuvo una educación académica formal. Y, sin embargo, fue el filósofo más influyente del mundo, siendo sus libros traducidos a varios idiomas. Su primer interés fue la psicología, aunque su inclinación por la frenología, le quitó valor una vez que ésta (la frenología) se desvirtuó como una pseudociencia. Spencer afirmaba que las funciones mentales guardaban correlato con zonas específicas del cerebro, como hoy sostienen algunas escuelas de neurocientíficos. En realidad, lo que buscaba Spencer era la universalidad de una ley natural. “La filosofía es la unificación del pensamiento”, sostenía. No había que dejar espacios para el creacionismo propuesto por los teólogos. Aquí es donde Spencer coincide con el positivismo de Augusto Comte, aunque diverge con el francés en que esta ley universal debe ser progresiva y evolutiva. Es así como Spencer se convierte en un entusiasta difusor de la teoría de Darwin. Spencer hace un uso extremo del evolucionismo y pasará a la historia por una interpretación exagerada de las ideas de Darwin, quien jamás esbozó la posibilidad de aplicar su teoría de las especies a estructuras sociales. Spencer popularizó el concepto que solo sobrevive “el más fuerte, el más rápido y el más inteligente”, y acuñó la frase “supervivencia del más apto”. En realidad, sobrevive el que mejor se adapta, que no necesariamente es el más fuerte, ni el más rápido. Tampoco necesariamente es el más inteligente. La evolución tiene un componente azaroso que Spencer se negaba a reconocer, porque creía que ésta era una instancia superadora y un punto final. Este concepto era parte del resabio de su educación religiosa, que cada tanto afloraba en su discurso . Subsiste en sus teorías el lamarckismo que había aprendido en su juventud. La función hace al órgano, era el axioma de Lamarck y para Spencer la sociedad era un organismo que evolucionaba de estadios más simples a estructuras más complejas, aunque siempre primaba en sus conceptos la progresión hacia un anarquismo (como sostuvo al principio) ó hacia un Estado reducido a la tarea gendarme. Spencer fue un gran impulsor del laissez-faire y creía que no era bueno limitar las posibilidades del hombre con la ingerencia de los gobiernos. Spencer, a diferencia de otros intelectuales gozó de una enorme popularidad. Fue el único filósofo que vendió más de 1 millón de ejemplares en vida. La propuesta de una autosuperación individual encontró una audiencia receptiva en el hombre decimonónico. Entre la intelectualidad europea pensadores como Henri Bergson y Émile Durkheim definieron sus ideas relacionándolas con las propuestas de Spencer. Desde el punto de vista político sirvió de inspiración para que los individuos se creyeran dueños de su destino sin (o, mejor dicho, con una mínima) intromisión del Estado. Algunos pensadores han clasificado a Spencer como un “anarquista conservador”. Su importancia fue más allá de la filosofía o la ciencia. Su libro “The Philosophy of Style” tuvo una gran influencia en la literatura. Hardy, Shaw, Lawrence, Jack London, Wells y Kipling liberaron su prosa de “la fricción e inercia”, que tanto criticaba Spencer. Nuestro país lo siguió muy de cerca, pensadores como Domingo Sarmiento, Eduardo Wilde, Miguel Cané, Eugenio Cambaceres, Martín Mérou y Lucio V. Mansilla, entre otros miembros de la Generación del 80, abrevaron de sus escritos que ayudaron a crear esta “aristocracia” liberal y evolucionista, una elite intelectual lúcida y “despiadada” por su darwinismo social (que mejor debe definirse como spencerismo social). “Derramar sangre de gaucho”, es el paroxismo de esta creencia, que buscaba la evolución de una sociedad primitiva como la Argentina de fines del siglo XIX hacia una instancia superior, imitando modelos europeos y norteamericanos. “El progreso no es un accidente sino una necesidad”, afirmaba este pensador británico y sus seguidores argentinos adherían a esta propuesta La Generación del 80, gracias a la lectura de Spencer, tomó conciencia de su papel como conductor de grupos menos dotados, del paisano e inmigrante, y trató de guiarlos hacia un plano superior, aunque, como todo grupo dominante, tendió a perpetuarse de cualquier forma cuando otras corrientes políticas disputaron sus prerrogativas. Alejandro Korn, José María Ramos Mejía, Eduardo Holmberg y Florentino Ameghino, entre otros, abrevaron del positivismo evolucionista de Spencer (aunque éste quería diferenciarse de Comte) e introdujeron en la educación, tanto popular como científica, los conceptos de Darwin. Los argentinos, a pesar de que nuestra educación no siempre fue tan laica como proponía Sarmiento y Wilde, adhirieron naturalmente al evolucionismo y no entramos en discusiones sobre la veracidad de estos principios, como se dio en EEUU y “el juicio del mono” o de Scopes (sonado caso legal contra la ley Butler que establecía que era ilegal en Tennessee la enseñanza de Darwin). Al norteamericano medio, la evolución le sigue costando su aceptación, por el peso del creacionismo o su variable, el diseño inteligente. También podemos sospechar que la precoz adhesión al darwinismo social generó en nuestra clase dirigente cierta soberbia despiadada traducida en una tendencia a la represión ideológica. Existió una respuesta violenta entre las clases más populares y pensadores de izquierda que consideraban que el altruismo y la colaboración también eran parte de la naturaleza humana como proponían las escuelas de teología y la versión más moderada del anarquismo, liderada por el príncipe Kropotkin. Sin embargo, este filósofo y naturalista nos dejó muchos conceptos que aun imperan en nuestra vida, en un mundo cada vez más complejo (y menos perfecto como él suponía que debía evolucionar). Spencer escribió; “si el pueblo elige por un plebiscito a un déspota para gobernarle ¿sigue siendo libre por el hecho de que el despotismo ha sido su propia obra?… El socialismo siempre esclaviza“. En un momento de crisis como el que vive el país, es bueno mirar atrás y releer al maestro de una generación de argentinos que construyeron un gran país …