Hitler podría haber muerto durante la Primera Guerra Mundial, o durante el célebre Putsch de Múnich que le dio notoriedad en Alemania. En esa oportunidad, en 1923, fue herido por una bala de la policía. Después de este episodio, pasó un año en prisión, que aprovechó para redactar su libro Mein Kampf.
Entre 1932 y 1933, mientras hizo la campaña que lo llevó a la Cancillería, hubo 16 intentos de homicidio. Muchos de estos no llegaron a concretarse. Le enviaron flores envenenadas, una pluma con explosivos, y obviamente, hubo atentados con armas… pero Hitler siguió vivo y se convirtió en el Führer.
Quien más se acercó a asesinarlo fue un carpintero llamado Johann Georg Elser, quien actuó en solitario, poniendo una bomba el día que Hitler iba a dar un discurso durante el aniversario del Putsch en Múnich. Por su naturaleza paranoide, Hitler cambiaba constantemente de recorridos y de horarios, y ese día terminó su discurso antes de lo planeado. La bomba estalló cuando ya había partido. Siete personas murieron.
Por el explosivo utilizado Elser fue apresado y confesó bajo tortura. Terminó preso en Dachau. Cinco años más tarde, cuando la guerra estaba por concluir, Hitler ordenó su asesinato.
Después de este atentado, el Führer fue custodiado con más celo por su círculo más íntimo, que incluía a los devotos miembros de la SS.
Durante su visita a Polonia, en 1939, la resistencia local realizó dos intentos para asesinarlo, colocando TNT por dónde iba a pasar y planeando un ataque al tren dónde viajaba. Ninguno prosperó.
Los soviéticos no se quedaron atrás y contactaron a una actriz rusa que trabajaba en Alemania, llamada Olga Chéjova, cuyo hermano Lev Knipper era miembro del Servicio Secreto Soviético (OGPU – NKVD). La idea era que la actriz intimara con Hitler para así poder asesinarlo. Después de la Guerra, Chéjova pasó un tiempo en Moscú. Sus antecedentes no le impidieron que fuera una de las actrices preferidas de Hitchcock.
Los ingleses planearon matarlo con un francotirador durante una visita a su residencia en Los Alpes, el célebre Berghof. La fecha probable de esta operación llamada Foxley era el 14 de julio de 1944, una semana antes de la Operación Valquiria de Claus von Stauffenberg. Sin embargo. Foxley se suspendió inexplicablemente. ¿Acaso los agentes ingleses sabían lo que tramaban los miembros del Wehrmacht?
Desde 1943, un grupo de oficiales alemanes estaban convencidos que la guerra terminaría en un desastre, y veían muy preocupados las atrocidades que se cometían en el frente ruso (sobre los campos de concentración y la Operación Final no todos estaban enterados). El general Henning von Tresckow era el más activo miembro de la resistencia y estaba convencido que la única salida era matar a Hitler. Miembro de una distinguida familia de larga tradición militar, había servido con honores durante la Primera Guerra (ganó al Cruz de Hierro en la batalla del Marne). Desde el primer momento rechazó el accionar racista de Hitler, pero primó su deber de servir a su patria y enmendar las injusticias del tratado de Versalles.
El escándalo por el matrimonio del general Werner von Blomberg con una ex prostituta y la acusación del general Werner von Fretsch de homosexual, debilitó la conducción aristocrática de la Wehrmatch y fortaleció la hegemonía de la Waffen-SS, leales al Führer. El general Ludwig Beck, un opositor a la conducción de Hitler, instó a dar un golpe de Estado en 1938, pero su propuesta no tuvo eco. Von Tresckow, Beck y von Stauffenberg fueron las cabezas de esta operación que contó con el apoyo de cientos de oficiales.
Von Tresckow aprovechando una visita del Führer a Smolensk, en el frente ruso, le entrega a Brandt, el médico de Hitler, un explosivo escondido en una botella de brandy para que sea llevada en el viaje de vuelta. El detonador no estalló y el plan de Tresckow no llegó a concretarse. Había que buscar otra opción.
Cada vez eran más los oficiales que percibían que las conductas erráticas y espasmódicas del “Cabo” solo podían llevar al desastre. “El mordedor de alfombras” (así lo llamaban por sus berrinches) solo estaba imponiendo una misse en scene intimidatoria para el Alto Mando. Mientras que algunos oficiales le temían, otros lo odiaban cada día más.
Von Tresckow convenció al coronel Rudolf von Gersdoff de aprovechar una visita del Führer al Museo Histórico de Berlín para activar una bomba. Von Gersdoff estaba dispuesto a inmolarse pero Hitler, quizás desconfiado por el nerviosismo del coronel, decidió retirarse antes de tiempo y el plan debió abortarse.
Será von Stauffenberg (quien había sufrido devastadoras heridas en su cuerpo mientras integraba el Afrika Korps) quien organizó el plan más ambicioso, la confabulación más extensa que penetró el círculo íntimo del Führer, y plantó una bomba en el mismo centro de operaciones conocido como Wolfsschanze (guarida del lobo). Aunque la bomba llegó a estallar, la mesa de roble protegió a Hitler del impacto, quien solo recibió heridas menores. Esa misma tarde, el Führer se entrevistaba con Mussolini. Inmediatamente, los conspiradores fueron detenidos, von Stauffenberg fusilado y von Tresckow se suicidó. La extensión de la confabulación llegó a niveles insospechados. En los días sucesivos 5.000 personas fueron detenidas y 200 fusiladas. El mariscal Rommel, un ídolo para el pueblo alemán, fue invitado a suicidarse para no comprometer la integridad de su familia. Rommel fue enterrado como un héroe.
El atentado número 42 fue perpetuado por un miembro del círculo más cercano a Hitler para evitar la destrucción de Alemania. Fue Albert Speer, el arquitecto preferido de Hitler, su Ministro de Producción, el mismo que diseñara los desfiles de Núremberg y el proyecto de un Berlín milenario que perpetuar al III Reich, quien conspiró para evitar la aniquilación del país y tratar de lograr una capitulación honrosa. Speer intentó intoxicar a Hitler con gas venenoso, pero a último momento, no pudo concretarlo.
Speer fue el único de los jerarcas nazis que expresó su arrepentimiento durante el juicio de Núremberg. Después de cumplir su condena, volvió a vivir en su hogar.
El atentado del 20 de julio de 1944, fue el más difundido de estos 42 intentos de asesinato, célebre por el prestigio de los implicados y la extensión de la confabulación. Sin embargo, como hemos visto, no fueron los únicos. Hitler se hizo del poder con algo más del 40 % de los votos. Su discurso de recuperar los esplendores de Alemania después del pacto de Versalles y los desórdenes de la República del Weimar, sedujo a gran parte de la población que recibió con beneplácito el nuevo orden y el progreso económico, gracias a las importantes inversiones que se realizaron, especialmente de capitales norteamericanos.
Muchos pensaron que el delirio racial, era un mal pasajero, pero también hubo un gran número de personas que se opusieron a los designios de Hitler; una mayoría silenciada por el miedo y sin medios para difundir su oposición. Hasta la Iglesia y los Protestantes no supieron, ni pudieron expresar un enérgico mensaje de disenso.
En los primeros meses del Reich, varios miles de opositores al régimen fueron remitidos a Dachau, el primer campo de concentración en Alemania, privando al país de interlocutores válidos que expresasen el repudio a las políticas nazis.
No todos los nazis eran alemanes, ni todos los alemanes eran nazis. Muchos de ellos se opusieron a los designios del Führer y miles de ellos dieron su vida por rechazar las propuestas de un régimen que sumió a la nación en una profunda crisis.