Los inicios de François Vatel, el mejor chef de su época
François Vatel comienza su andadura en la restauración a los quince años, trabajando con el maestro repostero Jehan Heverad. Sus conocimientos culinarios hacen que destaque sobre el resto de aprendices, ascendiendo a la élite social mediante un contrato como pinche de cocina en la palacio de Vaux-le-Viconte. Este palacio fue mandado construir por Nicolás Fouquet, quien posteriormente sería nombrado ministro de economía del Rey, tras lo cual François Vatel fue nombrado su «maestro de ceremonias».
El recién nombrado ministro decide «tirar el castillo por la ventana». Para ello, Fouquet invita al Rey y a toda la Corte a la inauguración de su impresionante palacio, organizando una fiesta en su honor. A François Vatel se le encomendó la organización de tal evento compuesto por una grandiosa fiesta, seguida de un banquete real .
Se interpretaron obras del compositor favorito del Rey: Jean–Basptiste Lully y fue compuesta para la ocasión una obra de teatro por Molière, representada por !84 violines! ¡Un escenario digno de AC/DC o los Rolling Stones!.
El festival de opulencia
Se entregaron diamantes y caballos como recompensa a los juegos de los que disfrutaban los nobles. La velada fue maravillosa y todo el mundo quedó satisfecho, todos menos el Rey.
Todo este derroche de lujo fue interpretado como una afrenta personal, por intentar situarse a la misma altura que el mismísimo Rey Sol. Por ello, a los quince días, Fouquet fue desposeído de todas sus propiedades, detenido y encarcelado en la torre del Pinerolo, donde cumpliría una doble sentencia de destierro y cadena perpetua. ¡Cría cuervos! El rey entendía que todo aquel despliegue de ostentación había sido robado al Estado, y Luis XIV era el Estado.
Nuevas oportunidades para François Vatel
Dice el refrán: Cuando veas las barbas del vecino quemar, pon las tuyas a remojar.
Eso mismo pensó François Vatel, que decidió huir a Inglaterra. Ignoraba por completo que el rey también había requisado el personal de servicio para llevarlo a Versalles. Durante el viaje coincidió con un viejo amigo de Fouquet, quien intercede en su nombre ante el príncipe Luis II de Borbón-Condé, que lo contrata en su castillo de Chantilly. Allí sería nombrado contrôleur génèral de la Bouche (ahí es na), y sería donde alcanzaría el éxito gastronómico.
Luis II era un aristócrata venido a menos y en bancarrota. El rey Luis XIV era su «clavo ardiendo», es decir, su única salvación pasaba por volver a ganarse el favor del Rey y poder solventar sus problemas económicos.
El príncipe Luis II decide reinaugurar el castillo tras varios años de reformas. Para ello, decide invitar al monarca y a toda la Corte a una fiesta que duraría tres días y tres noches. ¡Tres mil personas a 50.000 escudos reales la entrada! Estas eran cifras suficientes para ganarse el perdón real y, de paso, su antiguo puesto como Comandante en jefe del Ejército francés. Y es que, por aquel entonces el Rey estaba estudiando invadir los Países Bajos y Condé necesitaba ese puesto.
El reto supremo para François Vatel, la fiesta de Chantilly
El protocolo de tal fiesta exigía un menú diferente por persona durante los cinco servicios diarios. Era la cumbre de su trayectoria profesional y fue una exhibición culinaria nunca antes conocida. Se elaboraron candelabros con masa de pan sin levadura, viandas, centros florales con caramelo «soplado» (según la técnica de los vidrieros), sopa de tortuga o trucha a la crema, entre otras exquisiteces. !Ya quisieran los jueces de Masterchef catar alguno de estos platos!
Sin embargo, no solo tenía que dar de comer a tan ilustres invitados, además tenía que recrear espectáculos teatrales, fuegos artificiales, juegos de luces y sombras, naumaquias… Y, por si fuera poco, se encargó de la distribución de las habitaciones en función del rango de cada invitado, contando con las escapadas nocturnas. Así como de los proveedores, de los almacenes y de la coordinación de las cocinas con los salones reales. ¡Vaya curro! Este hombre vale para un roto y descosío.
François Vatel sabía que podía salvar a su señor ante el rey de Francia, devolviéndole el puesto que le correspondía en el destino de Francia. Solo tenía que asombrar a la Corte con sus espectáculos.
Un amor inmortal y «una puñalada trapera»
Días antes del evento, una comitiva de nobles procedentes de Versalles visitó el castillo de Chantilly para comprobar detalles de última hora. En el centro de esa delegación resplandecía la belleza de una impresionante mujer. Era Anne de Montausier, la favorita del Rey, así como la delegada personal de la Reina.
La joven Anne estaba acostumbrada a ser el centro de atención de las miradas masculinas y se sorprendió mucho de que ese extraño hombre,»el que organizaba todo», apenas le había prestado la más mínima atención. ¡Estaba François Vatel para amoríos!
Anne se sentía profundamente atraída por el “gran Vatel”, así que comenzó a desplegar sus armas de seducción. Miradas penetrantes así como largas sonrisas con hoyuelos incluidos, y pestañeos constantes, fueron argumentos suficientes para que “el gran chef” cayera rendido a los encantos de tan hermosa mujer. Los siguientes días pasarían entre “preparativos reales” y largas noches de amor. Se lió con la favorita del Rey, vaya.
¡Firmes, que llega el Rey!
Luis XIV llegaría al castillo de Chantilly la noche del jueves. Se sirvió la cena y, a la vez, llegó el primer problema. Dos mesas no pudieron degustar el asado, ya que no se tuvo en cuenta a veinticinco comensales, además, los fuegos artificiales tampoco funcionaron… ¡Y costaron 16 mil francos! Este hecho afectó mucho a François Vatel:
Un compañero de François Vatel alerta al Príncipe Condé de las duras palabras y este lo visita inmediatamente en sus aposentos:
Una vez calmado el «ataque de honor» de François Vatel, el príncipe Luis II debía de atender la exigencias del Rey. Entre ellas estaban los naipes. Luis XIV y el príncipe Condé jugaron una partida de naipes. Las apuestas se fueron de madre . Tanto fue así, que el príncipe Condé se jugó los servicios de François Vatel. Si perdía la «mano», los servicios del gran François Vatel pasarían a manos del rey de Francia.
Como no podía ser de otra forma: ¡perdió!
¿Vivir o morir?, esa es la cuestión
A las cuatro de la madrugada, mientras todos duermen, François Vatel comienza su jornada laboral. Sale en busca del pescado y un sudor frio recorre su espalda. Solo ve llegar una pequeña carreta con el pescado, por lo que Vatel pregunta: ¿Esto es todo lo que me traéis?.
Espera impasible con la mirada perdida en el nocturno horizonte. Alberga con anhelo que lleguen más carretas con pescado fresco, pero toda esperanza estaba ya perdida. Fue en ese mismo instante cuando François Vatel vislumbró la cruda realidad.
No estaba dispuesto a soportar una segunda humillación pública ante el Rey. Quizás comprendió que su futuro se jugaría en una partida de naipes. El paso entre Condé y Versalles era demasiado estrecho para el. Además, competir con el Rey Sol por una de sus amantes, era algo ilógico.
El gran François Vatel se sintió pequeño y profundamente decepcionado, traicionado, ridículo. Se había dejado la vida en aquel evento y ahora nada tenía sentido. Nunca antes lo había tenido tan claro y decidió desaparecer en la más absoluta desolación.
Arrastrado por su autoexigencia y la convicción de que había fracasado, subió a su habitación, apoyó su espada contra la puerta y se atravesó el corazón.
Así fue como François Vatel decidió acabar con su vida en la madrugada del viernes.!El primer día de la fiesta!
La vida sigue…
Tras la muerte del «gran Vatel», Gourville se encargó de reparar su muerte. Comenzaron a llegar carretas repletas de pescado fresco y todos los problemas se resolvieron. Cuando el Rey fue informado del trágico final del maestro de ceremonias,censuró su extremada determinación y Luis II de Borbón-Condé obtuvo el puesto de Comandante en jefe del Ejercito francés. Al fin y al cabo no había sido para tanto.
Texto extraído del sitio: https://khronoshistoria.com/francois-vatel-chef-chantilly/