La descontrolada y compleja vida de Felipe V, el primer Borbón

“Stultorum infinitus est numerus”

– Bachiller Sanson Carrasco en ‘El Quijote’

Antes de conocer la alta política con mayúsculas, el que sería Felipe V de España se había recorrido el palacio de Versalles de arriba abajo con su triciclo de relumbrón último grito, diseñado por Monsieur Chalandon. Si el chaval se quedaba atorado en algún punto de aquellos interminables pasillos, ¡¡zas!!, un lacayo de librea con una peluca bien dispuesta, lo ponía en órbita otra vez en el buen camino y sanseacabó. Vamos, que se hizo corredor de fondo como quien no quiere la cosa, eso si, a costa de que los demás echaran el bofe.

Ante la previsible muerte sin descendencia de Carlos II de España, llamado ‘el Hechizado’, patética víctima de la tradicional endogamia de los Austrias, en la que la degeneración y empobrecimiento de la genética se había traducido en su castigado cuerpo, en un acto de compasión para quien lo observaba y un padecimiento sin igual para el martirizado monarca; unos cuantos coronados de diferentes cortes europeas se habían puesto manos a la obra para repartirse España cual si de un pastel se tratara, así, en plan de coleguitas, y por supuesto, sin contar con los españoles.

Tras repartir la primera mano, en lo que se ha dado en llamar “el Primer Tratado de la Haya”, o más comúnmente “el Primer Tratado de Partición de España”, allá por el año del Señor que siempre está de perfil -era 1698-, un tal José Fernando de Baviera se postula para dirigir esta jaula de grillos. Pero como los designios del Altisimo son inescrutables, el alegre bávaro tras una noche de desenfreno, coge una pulmonía del 33 y palma, yendo al paraíso de la cerveza por la vía rápida. Entonces la cosa se empieza a poner fea…

La temida unión entre Francia y España

‘El Hechizado’ accede a la iluminación antes de morir (no hay que olvidar que era nieto del Rey Sol, Luis XIV de Francia) y le da un repente mientras decide, saltándose todos los compromisos anteriores, nombrar a su sobrino-nieto Felipe heredero, con el claro objetivo de que España no fuese dividida. El 1 de noviembre del año 1700, el desgraciado rey Carlos II toma las de Villa Diego, y Felipe de Anjou (el del triciclo motorizado por resignados lacayos) acepta el 16 de noviembre ser rey de España. Pero el emperador Leopoldo de Austria entendía que su hijo el archiduque Carlos tenía más derechos sucesorios que Felipe de Anjou, y ahí se armó la marimorena.

Además, estaba el tema de que la unión sucesoria entre Francia y España era más que temida por el resto de las monarquías europeas. Entonces, los ingleses, que no pierden ripio nunca y son especialistas en mecer cunas discretamente, allá por el 7 de septiembre, firman otro Tratado de La Haya más en consonancia con sus sibilinos intereses y, junto con Escocia, las Provincias Unidas y los Habsburgos austriacos, la lían parda, formando la Gran Alianza.

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  Batalla de Almansa. (Wikimedia Commons)

Batalla de Almansa. (Wikimedia Commons)

Total, que la guerra de Sucesión que comienza en mayo de 1701 y dura hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713, se lleva al más allá -un lugar que tras muchos empeños sigue siendo de dudosa cartografía- un millón de almas que se matan entre sÍ con denuedo para satisfacer los caprichos de unos amos a los que la extensión de sus tierras no les parece nunca suficiente. Lo que empieza como una guerra europea, se traslada a España para concluir en una auténtica guerra civil, puesto que la Corona de Aragón, más federalizada por la influencia Austria que siempre tuvo más manga ancha en los asuntos de gobierno locales; se sabe amparada en las promesas del archiduque Carlos, que les había garantizado el mantenimiento del ‘statu quo’.

Por el contrario, la Corona de Castilla apoyaba a Felipe V, que como Borbón en salazón, era de mentalidad rigurosamente centralista, con la monarquía absoluta como espolón de proa en su actuación política, siguiendo el modelo político francés para variar, basado en un asfixiante control centrípeto y muy ceñidos desde siempre a las políticas conservadoras, eterno marchamo de esta casa real, que aun a día de hoy por más que nos lo maquillen, no ha cambiado mucho.

España fue la gran derrotada

De aquella tacada, las pérdidas fueron enormes. Entre ellas, el sempiterno grano en el culo de Gibraltar, y la Menorca ocupada durante casi cien años por los ingleses con algunos paréntesis de ocupación francesa en la Guerra de los Siete Años. En fin, peor imposible. Pero la cosa no acaba ahí.

Mas allá de que España fue la gran derrotada de esta Guerra de Sucesión monárquica, a esto hay que añadirle la represión ejercida por el primer Borbón a los derechos históricos de la Corona de Aragón, reino caracterizado por su destacado y añejo federalismo político. Es más que probable –reflexión solo para aquellos que quieran entrar en algún análisis rascando mínimamente la superficie– que algunas de las reivindicaciones de los demonizados independentistas catalanes tengan algo que ver con aquellos lodos y los que se han ido añadiendo después con tanto estrabismo político. Mas de 30.000 exiliados dejaron su fuero patrio en la durísima represión ejercida por Felipe V en aquel lance, vaciando la Corona de Aragón de sus más señalados pensadores.

Este peculiar monarca, a velocidad de empacho, introduce con el Decreto de Nueva Planta un cambio drástico en la administración territorial, dejando en pañales literalmente a las gentes de Baleares, Cataluña, Valencia y Aragón. Se me hace que es difícil tener a un pueblo contento y con reconocimiento hacia sus gobernantes si se le deja con una mano delante y otra atrás.

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  El tratado que puso fin a la Guerra de Sucesión. (Wikimedia Commons)

El tratado que puso fin a la Guerra de Sucesión. (Wikimedia Commons)

La aparición del modelo francés de absolutismo monárquico a ultranza, marca de la casa, modelo ‘pret a porter’ donde los haya, se instala en España a sangre y fuego, despareciendo las Cortes locales como por arte de magia en todos los pagos mencionados. Solo se salvaron del atropello, el País Vasco y Navarra por la fidelidad mostrada a este elemento de la naturaleza durante la Guerra de Sucesión.

Total, que el voraz Borbón, con el pretexto del derecho de conquista, y con la coartada de que todos los vasallos debían de tener los mismos derechos (esto es, ninguno), dejó el país como un erial. Nada nuevo bajo el sol, ‘semper mismam palizam’.

Un rey descontrolado

Pero lo tremendo del caso, es que este atlético rey francés, perdón, español, se confesaba compulsivamente, pues sus escrúpulos morales (se supone que tras haber hecho alguna fechoría de calado) le hacían hincar rodillas en el confesionario dándole la chapa al vate de turno hasta dejarlo en fuera de juego; pues para más inri, era un neurótico obsesivo de manual.

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El caso, es que la cosa fue a peor y este calavera coronado se paseaba en pelotas por los pasillos de palacio recibiendo a los embajadores como Dios le trajo al mundo. Padecía insomnio, llevaba una vida muy descontrolada, hacía mucha vida horizontal generosa en sensaciones reconfortantes, se mordía constantemente hasta el punto de querer devorarse cuando la compulsión alcanzaba cotas extremas, cosa que lamentablemente para sus gobernados nunca consiguió. Las malas lenguas señalan que no se llevaba bien con el agua y que su presencia era notable a distancia. En conclusión, que en este país tener un rey de una pieza no es cosa fácil.

Pero el juicio de una verdad más aproximada, es el de que hubo dos Felipe V, según el historiador Ricardo García Cárcel. Uno, el estadista que quiso gobernar con buen tino ante un cumulo de adversidades complejas de calificar. Otro, el de un hombre venido a menos tras la muerte de su hijo Luis, hecho que aceleró la degradación medioambiental de su azotea; dato a tener en cuenta para quienes hayan perdido un hijo por la forma tan grosera en que se subvierte la lógica que nos aplicamos para sobrevivir.

Henry Kamen, uno de los mejores historiadores hispanistas que ha dado en alumbrar esta disciplina de verdades a medias y de cotejo constante, pone en cuestión la historiografía romántica que creó la leyenda de un rey secuestrado en la alcoba por Isabel de Farnesio, cuando la otra parte de la verdad indicaba que era un rey que estaba como una regadera.

En cualquier caso, vaya por delante nuestra compasión como exploradores de la realidad por este hombre de aristas complejas, sea esta realidad verdadera o falsa, o ambas cosas a la vez.

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