Filipinas, la guerra olvidada

El archipiélago de las Filipinas pasó a dominio español cuando Miguel López de Legazpi, con 300 soldados, sometió Manila en 1571 y emprendió la ocupación de Luzón, la isla principal y más importante. Hasta el siglo XIX, las Filipinas fueron la cuña comercial española en Asia oriental.

Cuando estalló la crisis colonial, España miró hacia el Pacífico como fórmula para aliviar sus males en los dominios americanos. Esta situación se produjo fundamentalmente al concluir la guerra de los Diez Años en Cuba (1868-78), cuando muchas inversiones se reorientaron hacia las Filipinas porque se creyó que un lugar tan lejano no podía interesar a la nueva potencia emergente en el panorama mundial, Estados Unidos. Por otra parte, en 1869 se inauguró el canal de Suez, lo cual acortaba enormemente las distancias entre las islas Filipinas y la metrópoli. Las esperanzas de España de explotar sus colonias asiáticas pronto se verían frustradas.

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Miguel López de Legazpi, con 300 soldados, sometió Manila en 1571.

Miguel López de Legazpi, con 300 soldados, sometió Manila en 1571.

Estalla el conflicto

Los siglos de dominación española no fueron siempre tiempos de paz. Hasta 1896, las tropas españolas, que también nutrían sus filas con regimientos de isleños, resolvieron los levantamientos contra la ocupación sin excesivos problemas.

Sin embargo, en 1896, los independentistas tagalos (los pobladores autóctonos) se sublevaron, y hostigaron a las tropas españolas a través de una guerra de guerrillas. La respuesta del ejército colonial, al mando del general Polavieja, fue innecesariamente dura. Entre sus víctimas figuró José Rizal, líder autonomista filipino, acusado injustamente de complicidad con el Katipunan, dirigido por el independentista Emilio Aguinaldo. Su muerte supuso un error de las autoridades coloniales y prendió la mecha definitiva de la sublevación, avivada ya por las noticias de la revolución en Cuba en 1895.

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El líder independentista Emilio Aguinaldo lideró la insurrección.

El líder independentista Emilio Aguinaldo lideró la insurrección.

La guerrilla, mal organizada, mal armada y para colmo dividida, se vio incapaz de liberar el archipiélago. Sin embargo, los españoles tampoco conseguían imponerse. En realidad, España oponía muy pocas fuerzas. Según los cálculos, la metrópoli tenía unos 17.000 efectivos, de los cuales dos tercios eran nativos.

Ante esta situación, Madrid comprendió la necesidad de negociar. A cambio de la rendición prometió iniciar un proceso de reformas, como la igualdad de derechos entre nativos y españoles, autonomía económica para el archipiélago, expulsión de las órdenes religiosas y diputados propios en las cortes españolas. Finalmente, el 23 de diciembre de 1897, España y los rebeldes firmaron la paz de Byak-na-bató. Los líderes independentistas, como Emilio Aguinaldo, emprendieron el camino del exilio. La paz, después de muchos esfuerzos, parecía asegurada. Fue entonces cuando entró en escena un actor imprevisto, Estados Unidos.

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Soldados rebeldes filipinos durante la guerra.

Soldados rebeldes filipinos durante la guerra.

La intromisión americana

Desde hacía varios años, Washington pretendía arrebatar a Madrid el control de la isla de Cuba. En 1898, al estallar la guerra hispanoamericana, las cosas pintaban mal para España. Estados Unidos convenció a Aguinaldo para que regresara a Filipinas y encabezara la insurrección contra la metrópoli. Los estadounidenses, por su parte, invadieron el archipiélago el 1 de mayo de 1898.

La flota comandada estadounidense derrotó sin problemas a la armada española. El gobierno de Madrid no estaba en condiciones de enviar más efectivos a Filipinas porque se estaba desangrando en la guerra de Cuba. Cavite se rindió en mayo, y Manila capituló tres meses después. La firma en diciembre del tratado de París entre España y Estados Unidos ponía fin al dominio hispano sobre el archipiélago.

Emilio Aguinaldo creyó contar entonces con el apoyo norteamericano como presidente de la recién nacida república filipina, pero Estados Unidos no estaba dispuesto a abandonar las islas. Los nacionalistas volvieron a empuñar las armas, y se inició así otro conflicto que se prolongaría hasta 1902. Los nuevos ocupantes no dudaron en desencadenar una feroz represión sobre los indígenas.

Los últimos de Filipinas

Había estallado una nueva confrontación, pero algunas tropas españolas ni siquiera sabían que su guerra había terminado. En Baler, un pueblo situado a 180 km de Manila, un destacamento de 50 hombres resistió el asedio de los indígenas durante 337 días. Cuando los sitiadores les enseñaban los periódicos de Madrid para convencerles de que la contienda había finalizado, creían que se trataba de una buena imitación. Solo se dieron cuenta de que aquella prensa era auténtica cuando el teniente Saturnino Martín leyó una noticia sobre el matrimonio de un amigo suyo. Ante aquella evidencia, la guarnición aceptó deponer las armas.

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Los supervivientes de

Los supervivientes de “los últimos de Filipinas” a su regreso a España.

Los de Baler quedaron en la memoria popular como “los últimos de Filipinas”, pero lo cierto es que continuaron regresando cautivos hasta 1902. El gobierno español nunca supo con exactitud cuántos de sus soldados permanecieron prisioneros en manos tagalas. Las cifras oscilan entre 10.000 y 12.000.

Todavía hoy no es muy conocida la peripecia de aquellos militares perdidos al otro lado del mundo. Muchos de sus familiares les dieron por muertos. Mientras, la política española cerraba los ojos tras la humillante derrota, únicamente sus familiares seguían clamando por su libertad. Filipinas fue una guerra que no se podía ganar, a la que no se buscó soluciones y que finalmente solo dejó tras de sí una estela de muerte y frustración.

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