Ferdinand (o Ferdinando, como se prefiera) Marcos era el presidente del Senado desde 1963. En 1965, cuando fue elegido presidente de Filipinas, el país vivía la peor crisis económica de su historia; Marcos había prometido resolverla aplicando un programa económico “especial”, decía. Marcos era muy popular y era considerado un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Ya como hombre de Estado, sus promesas de reforma agraria, desarrollo cultural y mayor independencia de los EEUU lo llevaron a la presidencia. Fue el primer presidente en la historia de Filipinas en ser reelecto, con una nueva Constitución (¿adivinen quién la impulsó?) que eliminaba el límite de mandatos presidenciales consecutivos. Listo, ya tenemos el terreno libre.
Marcos reformó la política filipina, aplicó un ajuste económico y con el apoyo de las Fuerzas Armadas degradó el sistema parlamentario sustituyendo al Congreso por una Legislatura Nacional, que recibió el nombre de Batasang Pambansa (Parlamento filipino) y que sería designada por él, que a su vez (para hacerla completa, claro) se nombró a sí mismo primer ministro. Poder absoluto. Creó el “Ministerio de Asentamientos Humanos” y la “Embajada Extraordinaria y Plenipotenciaria de Filipinas”, engendros que serían manejados por su esposa, Imelda Marcos, con quien ejercería una “dictadura conyugal” que no era más que una especie de asociación ilícita.
En sentido contrario a lo que declamaba antes de llegar al poder, se acercó a EEUU, que respaldó notoriamente a su gobierno, incluso cuando Marcos declaró la ley marcial en septiembre de 1972, argumentando una amenaza para el gobierno representada (según decía) por los comunistas y los islamistas, y acusando a los partidos opositores de poner constantes trabas a su gobierno y ser los principales responsables de la violencia que asolaba al país.
Con la ley marcial impuesta, los derechos constitucionales se suspendieron, las Fuerzas Armadas y la policía adquirieron un enorme poder represivo y el ejército cuadruplicó la cantidad de efectivos; mientras tanto, el mandato presidencial de Marcos se mantendría vigente hasta que se levantara la ley (mirá vos). Y pasó lo que tenía que pasar: además de ser responsable de la muerte, tortura o detención ilegal de más de 100.000 filipinos durante los años que duró la ley marcial, Marcos se apropió de forma ilícita de entre 5.000 y 10.000 millones de dólares.
El régimen de Marcos intentó “compensar” la ley marcial construyendo carreteras, escuelas y servicios sociales en zonas rurales, pero a la vez eliminó a los sindicatos y, por supuesto, a la oposición política. Los salarios eran los más bajos del sudeste asiático y aumentó notablemente el desempleo. La reforma agraria prometida por Marcos nunca se llevó a cabo; por el contrario, Marcos hizo concesiones a grandes propietarios y a empresas agrícolas norteamericanas. La deuda externa aumentaba y las inversiones extranjeras inicialmente impulsaron un crecimiento económico pero los beneficios iban directamente a las manos (a esta altura, a las arcas) de Ferdinand e Imelda.
En enero de 1973, en un referendum entre votantes reunidos en “asambleas de ciudadanos” votando a mano alzada, los votantes aceptaron continuar con la ley marcial; más adelante sostendrían que las preguntas del referendum fueron capciosas y mal interpretadas, pero el asunto es que dieron el aval para que todo siguiera igual. O peor, bah, ya que la ley marcial continuó hasta 1981, año en el que Marcos… ¡ganó nuevamente las elecciones!
En 1983, Benigno Aquino, ex senador liberal, carismático, proveniente de una familia acomodada y principal opositor de Marcos, decide regresar a Filipinas. Aquino sabía que se arriesgaba a ser asesinado. Había sido encarcelado por Marcos, como todos sus opositores, y sentenciado a muerte por cargos inventados en su contra. Para no transformarlo en un mártir, años depués Marcos le permitió exiliarse en EEUU; usó un “argumento humanitario”, ya que Aquino debía ser operado del corazón en EEUU. Aquino se quedó en EEUU, estudió postgrados en política en Harvard y decidió volver en 1983.
Sin hacer caso de consejos de sus amigos (y de sus enemigos, porque Marcos también le había advertido que corría el riesgo de ser asesinado por “antiguos enemigos políticos” -gran eufemismo-), Aquino voló hacia Manila. Fue asesinado cuando descendía del avión, en el aeropuerto internacional de Manila. Sin palabras.
Aunque los soldados asignados para la seguridad de Aquino (ja) mataron inmediatamente al asesino (aparentemente un lobo solitario -suena parecido a Lee Harvey Oswald, ¿no?-) y Marcos calificó el crimen como algo “nefasto y ultrajante”, en la población se generalizó la sensación de que los altos mandos del ejército eran responsables.
El asesinato de Aquino eliminó a quien era un enemigo tanto de la dictadura de Marcos como de los comunistas revolucionarios, pero su muerte sería un punto de partida para la caída de Marcos, mientras en el país aumentaba el desencanto con el gobierno cuya corrupción ya era obsena y a la vista.
En febrero de 1986, la presión contra el gobierno ya era insostenible (bastante aguantaron…). Los movimientos opositores, la guerrilla comunista y hasta el Departamento de Estado de los EEUU (¡!) obligaron a Marcos a celebrar elecciones presidenciales con varios candidatos permitidos (es decir, elecciones de verdad). Marcos se enfrentaba a un adversario importante: Corazón Aquino, la viuda idealista, sencilla y popular del ex líder asesinado tres años antes. No es difícil adivinar lo que ocurrió: Marcos manipuló los resultados y con un fraude evidente ganó las elecciones. Pero perdió a su país.
Tras las elecciones fraudulentas, Corazón Aquino promovió una campaña de desobediencia civil. La mayoría de las protestas se realizaron la Avenida Epifanio de los Santos, en Manila (dicha avenida es conocida popularmente como “EDSA”, acrónimo por el cual se suele nombrar también a esta revolución civil). Los generales Juan Ponce Enrile y Fidel Ramos encabezaron a su vez una desobediencia militar, tomaron dos bases militares en Manila y apoyaron a Aquino. Miles de ciudadanos desarmados rodearon las instalaciones de las mismas para bloquear pacíficamente la llegada de tanques enviados por el gobierno; la rebelión se transformó en revolución y se extendió por el país.
Salvo unos pocos proyectiles de largo alcance lanzados por los rebeldes hacia el Palacio de Malacanang (la residencia presidencial), apenas hubo lucha. Días después del inicio del alzamiento, Marcos, Imelda y sus secuaces huyeron hacia Hawaii. La multitud movilizada invadió el palacio, donde encontraron pruebas de lujo y derroche: los ya famosos 1.060 pares de zapatos de Imelda Marcos y otras suntuosidades; mientras los filipinos pasaban hambre, los Marcos la psaban bastante bien en casa, parece.
Fidel Ramos ganó las elecciones de 1992.
Ahí comenzó otra historia.