Felipe Vallese, el primer desaparecido

Luego del silencio inmediato, la versión sobre la desaparición de Vallese trasciende. El diario El Mundo publica el 25 de agosto el siguiente artículo, titulado “Como en Chicago”: “Rarísimo el suceso en Flores Norte, que la policía dice ignorar. Frente al 1776 de Canalejas, a las 23.30 del jueves, un hombre fue secuestrado. Desde hacía varios días había autos ‘sospechosos’ en las inmediaciones. Una estanciera gris frente a aquel número, un Chevrolet verde en Canalejas y Donato Alvarez y un Fiat 1100 claro en Trelles y Canalejas. Dentro de ellos, varios hombres y otros en las inmediaciones de los coches. A la hora citada, el automóvil de Donato Alvarez hizo guiños con los focos señalando el avance del hombre. Le respondieron y todos convergieron sobre él. Se le echaron encima y lo golpearon. Y pese a que se aferró con manos y uñas al árbol que está frente al número señalado, lo llevaron a la estanciera gris que partió velozmente, con las puertas abiertas. Los gritos de desesperación que habían comenzado con la agresión poblaban la noche y atrajeron a todos los vecinos que, alarmados, dieron otro tono a la cuadra. Todos corrieron. Algunos quisieron acercarse, un hombre armado, pistola 45 en mano, los detuvo. ‘Esto no es para ustedes, piénsenla si no quieren ligarla.’ Y se tuvieron que ir, viendo, inermes, cómo en plena ciudad se raptaba un hombre”.

Junto a Vallese, fueron secuestrados su hermano mayor Italo, Francisco R. Sánchez, Osvaldo Abdala, Elba R. de la Peña, Rosa Salas, Mercedes Cerviño de Adaro, Felipe Vallese (h) de 3 años de edad y dos niñas de 8 y 10 años, hijas de una de las detenidas. Todos fueron sometidos a las consabidas torturas mientras repiqueteaba la pregunta “¿Dónde está Rearte?”. Como la emblemática pregunta “¿Dónde está Tanco?” de la Operación Masacre de 1956, a Vallese lo interrogaban por el militante de la Juventud Peronista Alberto Rearte. Su hermano Italo lo vio destrozado. En la golpiza, Vallese debe haber muerto y su cuerpo ocultado. Felipe Vallese nunca apareció, ni vivo ni muerto.

Las denuncias fueron masivas y desde el sindicalismo corrieron especialmente por cuenta de los dirigentes metalúrgicos Augusto T. Vandor y Rosendo García con el asesoramiento letrado del Dr. Fernando Torres.

Diez días después la evidencia y los testimonios de los detenidos luego blanqueados fueron aplastantes. La patota de la Unidad Regional de San Martín había estado comandada por el oficial principal Juan Fiorillo. El intento oficial de desmentir los sucesos se expresa en un comunicado formal del jefe de Policía Bonaerense que, releído luego de 40 años, suena como un lugar común: “Detenidos el 23 de agosto de 1962 en la localidad de José Ingenieros, partido de Tres de Febrero, por una comisión del servicio de calle de la Unidad Regional de San Martín, cumpliendo directivas de la superioridad para la prevención y represión de actividades subversivas y disolventes, al mando de Juan Fiorillo”.

Así, la policía no incluía a Felipe Vallese entre los detenidos y quitaba la Capital Federal como escenario del crimen. Un impensado elogio a lo mejor de Vallese surge del mismo comunicado de la policía: “Los detenidos tenían abundante propaganda peronista-comunista, panfletos cuyos títulos decían ‘Contra los préstamos del F.M.I. que atentan contra la soberanía del país’ y ‘No queremos préstamos que engorden a los enemigos del pueblo’. Firmados: Juventud Peronista”.

Suceden las gestiones públicas y judiciales y no se esclarece la suerte corrida por Vallese. Diez meses después, en junio de 1963, La Fraternidad publica una solicitada reclamando por la aparición de Vallese. El gran título es premonitorio para la década siguiente: “¿Puede desaparecer una persona?”. El final del texto, luego de reclamar enfáticamente por la aparición de Vallese, dice “medite quien lea este alegato: mañana puede tocarle ‘desaparecer’”.

El caso de Felipe Vallese es paradigmático por los elementos que lo componen: las consignas políticas que como militante reivindicaba, su condición de víctima de desaparición forzada e involuntaria, la impunidad de la Bonaerense, la aterradora precisión de quienes reclamaban por una desaparición y la infinita lucha por mantener la memoria del desaparecido.

La lucidez de Paco Urondo debe haber advertido todas las dramáticas aristas y matices que hacen a esta historia. Por eso su novela Los pasos previos incluye el caso Vallese. Sin saberlo, describió en él a otros miles que, como un eco, se repitieron interminablemente.

Una foja de servicios coherente

El comisario Juan Fiorillo fue arrestado el martes (29/05/06) por su responsabilidad en secuestros y torturas de la comisaría quinta de La Plata. Estuvo implicado en el caso de Felipe Vallese. Está acusado de llevarse, en un operativo, a una beba que sigue desaparecida.

No hay duda de que se trata de un hombre consecuente. Fue identificado como el secuestrador del primer desaparecido por razones políticas del país, el obrero metalúrgico y militante de la juventud peronista Felipe Vallese, apresado el 23 de agosto de 1962. Fue integrante de la Triple A y la última dictadura le ofreció la oportunidad para moverse como un pez en el agua. Actualmente está señalado como responsable de más de cien casos de privación ilegal de la libertad y torturas y de llevarse personalmente envuelta en una frazada a Clara Anahí Mariani, una beba de cinco meses que sigue desaparecida. Se llama Juan Fiorillo y estuvo libre hasta el martes, cuando fue arrestado por orden del juez Arnaldo Corazza. Ahora está preso en su casa.

Felipe Vallese fue secuestrado el 23 de agosto de 1962 en la calle Canalejas (actualmente Felipe Vallese), por una patota de la Unidad Regional de San Martín. Tenía 22 años y su cuerpo nunca apareció, aunque fue visto en la comisaría de San Martín y en Villa Lynch y se sabe que fue torturado.

Fiorillo tenía 31, era jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional de San Martín y comenzó su carrera represiva como el primer desaparecedor de personas. Pero no es por este caso que fue detenido el martes, sino por el prontuario que acumuló durante la última dictadura, aunque en ese entonces sus acciones se tradujeron en felicitaciones en su legajo personal.

Fiorillo estuvo un tiempo detenido por el crimen de Vallese y al recuperar la libertad se integró en la Triple A. En enero de 1976 estaba destinado a la Dirección General de Investigaciones con el grado de comisario inspector, pero sólo dos meses después del golpe de Estado fue ascendido a jefe del Departamento de Coordinación General de esa repartición. Terminó convirtiéndose en mano derecha de Miguel Osvaldo Etchecolatz, que era su superior inmediato.

Entre 1977 y 1978 trabajó –primero como segundo jefe y después como titular– en la Unidad Regional de La Plata. Esa dependencia tenía a su cargo las comisarías de la zona, entre ellas la quinta de la capital bonaerense, donde funcionó un centro clandestino de detención. Pero más allá de su responsabilidad mediata en desapariciones y torturas, varios testimonios dan cuenta de la participación directa de Fiorillo en esos crímenes.

En el Juicio por la Verdad de La Plata, el policía Lino Ojeda aseguró que Fiorillo era el jefe del grupo de tareas que ingresaba y sacaba a los detenidos encapuchados en coches sin patentes y que tenía su oficina en esa misma dependencia. El ex chofer de Etchecolatz, Hugo Alberto Guallama –que actualmente está procesado–, envió una carta a la Justicia, que luego ratificó personalmente, en la que narró detalles sobre la participación de Fiorillo en el secuestro de Clara Anahí Mariani, de cinco meses. La niña, hija de Daniel Mariani y Diana Teruggi, desapareció el 24 de noviembre de 1976, luego de que un operativo de las fuerzas conjuntas atacara la casa de sus padres, donde funcionaba una imprenta clandestina.

Diana Teruggi fue asesinada ese día; Daniel Mariani, que no estaba en la vivienda, unos meses después. Clara Anahí sobrevivió al ataque, pero hasta hoy no hay noticias acerca de su paradero. “Me informaron que duró el tiroteo entre cinco y seis horas, que a poco de iniciado se hizo presente el coronel (Ramón) Camps con su equipo de confianza (…) De los jefes superiores sé que estuvieron presentes Etchecolatz, González Conti, Forastiero y Fiorillo. De este último, de haber desaparecido una menor, sería el responsable, pues lo vieron cargar un bulto en su coche envuelto en una frazada”, aseguró en su declaración Guallama.

Fiorillo también está involucrado en el homicidio de Edgardo Sajón. El ex policía Carlos Hours dijo en el Juicio a las Juntas que el comisario era uno de los hombres que estaba en la escuela Juan Vucetich cuando asesinaron al secretario de Prensa del dictador Alejandro Agustín Lanusse.

En septiembre del año pasado, el fiscal Sergio Franco, a cargo de la unidad especial que interviene en las causas del terrorismo de Estado en La Plata, solicitó la detención de Fiorillo. Este martes, el juez Arnaldo Corazza concretó el arresto. El represor, que era dueño de una agencia de seguridad privada que fue clausurada por el Ministerio de Seguridad de la provincia, fue apresado en su casa de Villa Adelina. Durmió una noche en la DDI de La Plata y luego volvió a su vivienda, ya que como tiene 74 años logró que se le concediera el beneficio del arresto domiciliario.

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