En busca de la inmortalidad: Vida y obra de Alexis Carrel

El hombre siempre ha aspirado a la inmortalidad, desde la mitología griega pasando por la maldición del judío errante, hasta las parafernalias de los alquimistas donde cualquier menjunje extraño o proclama esotérica podía conducir a la eterna juventud, como la ansiada por Gilles de Rais, el legendario Barba Azul, o la condesa Erzsébet Báthory que buscaba en la sangre de jóvenes doncellas el secreto para no perder la lozanía de su piel.

La novela de Mary Shelley sobre el Dr. Frankenstein y su engendro no eran solo fruto de su febril imaginación, los experimentos de Volta movilizando los músculos de una rana muerta con descargas eléctricas, alentaban las especulaciones más enfervorizadas. Los cadáveres se prestaron a todo tipo de experimentos, desde las cabezas de los guillotinados hasta las inyecciones de sangre fresca que realizaba Brown Sequard para mostrar la movilización de los músculos de los difuntos.

La idea de la inmortalidad quedó prendida de mente brillantes, de médicos talentosos, de químicos fulgurantes y de ingenieros ingeniosos (los abogados quedan excluidos de esta lista, ellos viven de los muertos y sus problemas de herencias, sucesiones, cesiones, etc.) que querían conceder a los hombres el don de la juventud eterna y ¿por qué no? el aburrimiento mortal de vivir para siempre, una iatrogenia atroz pero tentadora para los ambiciosos incautos como Dorian Gray. Entre los médicos que buscaron esa inasible eternidad se destacó la figura de Alexis Carrel (1873-1944). Este no se llamaba Alexis sino Augusto, al menos ese nombre le había puesto su padre, Alexis Carrel Billiard. A la muerte de su progenitor, cuando su hijo solo contaba con cinco años, cambió el Augusto por Alexis y desde entonces se llamó como su padre, quizás una forma inconsciente de inmortalizarlo.

En 1890 se recibió de cirujano y pocos años más tarde, cuando aún era interno de un hospital de Lyon, quedó impresionado por la muerte del presidente Marie François Sadi Carnot, asesinado por el cuchillo de un anarquista. (Otro presidente frances tuvn más suerte -si se quiere- y murió en los brazos de su amante). Carnot falleció desangrado dos días más tarde a pesar de la impotente atención de los prestigiosos profesionales, que por entonces no suturaban los vasos. Este episodio generó en Carrel la idea de buscar una forma de arreglar las lesiones vasculares. De hecho llegó a tomar clases de costura para buscar los secretos de la aguja y el hilo .

Por su cabeza comenzaban a explotar ideas brillantes que marcaron su evolución científica. Marcada por la lectura del libro Experiencia sobre el principio de la vida del Dr. Le Gallois. Si podía suturar los vasos, podía trasplantar órganos y si podía cultivar tejidos, podía hacer órganos y si podía cambiar los órganos enfermos, podía prolongar la vida y ¿quién sabe? desafiar a la misma muerte.

Todas estas ideas iban tomando forma en la cabeza del joven médico hasta que un acontecimiento inesperado golpeó a su espíritu cientificista. Entonces, Carrel descubrió que había cosas que no se veían con los microscopios ni se palpaban con las manos y él, con toda su sabiduría, apenas podía intuir.

Alexis Carrel viajó a Lourdes para presenciar algún milagro de los muchos que se relataban y lo que vio allí lo conmovió profundamente…

Al igual que los griegos peregrinaban a los templos de Asclepio para buscar la sanación, entonces los cristianos marchaban al nuevo santuario de Lourdes para beber las aguas curadoras. En una gruta a orillas del Río Grave, la Virgen se le apareció a una jovencita llamada Bernadette Soubirous (1844-1879). Las curaciones inexplicables se sucedieron y el médico del pueblo, el Dr. Pierre Romaine Dozous, comenzó a tomar nota de ellas.

Carrel era un escéptico que, como Santo Tomás, quería ver con sus propios ojos estos milagros. Como médico viajó a bordo de un tren que conducía enfermos hacia Lourdes en busca de una cura. En ese trayecto conoció a Marie Bailly, una joven afectada de peritonitis tuberculosa en el último estadio de la enfermedad. Carrel la atendió personalmente convencido de que no llegaría a destino. Le inyectó morfina y pidió a un sacerdote que le administrase la extremaunción. Sin embargo, Marie soportó las penurias del viaje y arribó a Lourdes donde bebió las aguas milagrosas. La curación extraordinaria de Marie Bailly es descripta por Carrel en su Dossier 54, relato ampliamente difundido por la prensa en Lyon. El caso estremeció a la opinión pública. Carrel, en su largo testimonio, se negó a usar la palabra milagro. A nadie satisfizo este escrito, ni a los creyentes ni a los escépticos. Carrel quedó atrapado entre dos mundos y su carrera académica prontamente comenzó a encontrar obstáculos insalvables. Las puertas de los hospitales de Lyon y de toda Francia comenzaron a cerrarse. Amargado y molesto optó por emigrar a Canadá donde presentó en el II Congreso de Cirugía su trabajo de anastomosis quirúrgicas vasculares. Entre la audiencia se encontraba el Dr. Carl Beck, un distinguido cirujano de Chicago; que se interesó por los trabajos de Carrel y lo invitó a migrar a Estados Unidos donde el médico francés desarrolló su brillante carrera que culminó con la entrega del Premio Nobel en 1912 por su trabajo de sutura de vasos.

Dosier 54

Volvamos por un instante a su experiencia en Lourdes. La recuperación de Marie Bailly, frente a los ojos de Carrel y otros médicos, lo llenó de asombro. En menos de treinta minutos el abdomen prominente por la supuesta peritonitis tuberculosa desapareció y Marie, que no podía caminar, se desplazó por sus propios medios. Dos días más tarde volvió a Lyon donde fue examinada por médicos y psiquíatras que dieron fe de su salud física y mental. Antes de terminar el año ingresó como novicia de las Hermanas de la Caridad, orden a la que sirvió hasta su muerte 35 años más tarde, en 1937.

Lo curioso del caso es que fue analizado a lo largo de los años por varios profesionales, hasta ser sometido al juicio del Comité Internacional de Lourdes en 1964 que dictaminó que no podía certificarse como milagro ya que los médicos que la examinaron -entre ellos Carrel- no habían excluido la posibilidad de un embarazo psicológico (pseudociesis).

Entonces, Alexis Carrel no dio a conocer las notas y meditaciones que suscitó esta espectacular curación, estas se publicaron recién en 1947, en su libro Un viaje a Lourdes. Para entonces Carrel llevaba tres años muerto y su figura estaba muy desacreditada por haber actuado como colaboracionista del gobierno pro nazi del Mariscal Petain.

“Mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más” escribió en su Un viaje a Lourdes.

Este texto piadoso no condice con la vida y obra de Alexis Carrel, sino parece una maniobra para rehabilitar su imagen degradada. Si bien nunca dejó de ser católico no se destacaba por su devoción ni su misticismo, aunque reconocía que algunos fenómenos no podían descifrarse mediante los conocimientos de su época.

Científico y místico, creyente y escéptico, darwinista y religioso, Alexis Carrel fue una personalidad abierta a inquietudes y nuevos pensamientos, pero tamizados por algunas convicciones que el tiempo desacreditó.

Alexis Carrel

La Legión de Honor

Homero en su Odisea nos cuenta, más precisamente en su canto octavo, que los dioses tejen desdichas para los humanos así no les faltan temas para narrar. Alexis Carrel no fue ajeno a esta saga y después de recibir el Nobel concibió un plan más ambicioso, que en última instancia cumpliría la misión de Aesclepio: salvar al hombre de la muerte. A tal fin había creado la sutura vascular que aseguraría la irrigación a los órganos y el cultivo de tejido que permitiría componer los órganos enfermos. El Instituto Rockefeller proveyó los medios para cumplir este plan maestro.

Sin embargo y a pesar de su cómoda situación en Estados Unidos, Carrel no permaneció ajeno al fervor patriótico desatado durante la Primera Guerra Mundial. Pero su entusiasmo se frustró cuando el burocrático ejército francés dispuso que un premio Nobel de Medicina hiciese ¡trabajo de oficina! No era esto lo que quería Carrel y movió sus influencias para servir en el frente. Sus conocimientos dejaron su impronta en dos campos importantes de la medicina. Por un lado, creó un desinfectante efectivo para combatir la contaminación de las heridas, la solución Dankin Carrel (una dilución de hipoclorito de sodio). En el campo de la cirugía torácica, colaboró con el Dr. Teodore Tuffier, inspector general de los servicios médicos durante la contienda, para desarrollar un método de intubación laríngea que permitió a los profesionales curar las lesiones torácicas que hasta entonces resultaban mortales en muchísimos casos. Tanto Tuffier como Carrel recibieron la Legión de Honor por sus servicios.

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                   Claude Bernard Lesson - Léon Augustin Lhermitte

Claude Bernard Lesson – Léon Augustin Lhermitte

Amigos de ruta

En su búsqueda para prolongar la vida y ¿por qué no? eternizarla, Carrel encontró a un impensado aliado: el hombre más famoso de su tiempo, que no era un científico (no había concluido sus estudios universitarios), lejos estaba de ser un político (aunque su padre fue senador de los Estados Unidos), ni una estrella de rock (porque entonces reinaba el jazz y el charlestón), nos referimos a Charles Lindbergh (1904-1974), cuyo cruce solitario del Atlántico en el Espíritu de San Luis, le había aparejado fama, fortuna y una popularidad a la que no estaba acostumbrado, y vale aclarar que siempre le resultó molesta.

Para cuando Lindbergh y Carrel se conocieron, éste último estaba exhibiendo un fallido esbozo de eternidad: en una capsula De Petrí mantenía vivas desde hacía varios años células de músculo cardíaco del pollo[1]. Carrel suponía que, si podía tener células vivas fuera del organismo en forma indefinida, entonces el secreto de la eternidad no debía estar muy lejos. La muerte se convertía en una contingencia superable. Tan convencido estaba de esta posibilidad que el Dr. Carrel consultó con uno de los mejor abogados de Nueva York para conocer las consecuencias legales de mantener con vida a una persona después de haber podido superar “esa contingencia” que llamamos muerte. Carrel vivía en el país de Benjamin Franklin, aquel que decía que el tiempo es dinero y sostenía que había dos cosas inevitables en esta vida: morir y pagar impuestos. Si un médico superaba la primera instancia ¿debería hacerse cargo de la segunda contingencia? Todavía no lo sabemos.

Su éxito en mantener el corazón de pollo latiendo por más de 18 años, lo empujó a Carrel a diseñar un sistema de infusión extracorpórea valiéndose de los conocimientos de mecánica de Linderberg.

Las ideas que conducen a la eugenesia

“La minoría selecta es la que hace progresar a la masa” escribió Carrel en su célebre libro El hombre, ese desconocido, un best seller en 1936 que batió record de ventas. ¿Qué duda cabe que Alexis Carrel era un elitista?, más bien diría que era un darwinista spenceriano, de los que creían que el más rápido, el más inteligente y el más fuerte es el único capaz de sobrevivir y trasmitir sus genes a las generaciones venideras. De hecho, Carrel tenía en su laboratorio docenas de ratones en jaulas acomodados especialmente para analizar la conducta de los machos alfa en una lucha despiadada por la supervivencia y la predominancia.

Esta perspectiva del neo darwinismo social estaba de moda desde que Sir Francis Galton había propuesto la eugenesia basada en las premisas de Huxley y Spenser. Charles Darwin, a su vez primo de Galton, no creía que su teoría podía aplicarse a los grupos humanos. Sin embargo, las premisas de limitar la capacidad de reproducirse a algunos especímenes de “menores aptitudes”, sonaba “lógico” entre la clase dominante que naturalmente se incluían entre los privilegiados dignos de reporducirse.

Para Carrel la democracia era “un error del cerebro” y los gobiernos interferían con la selección natural.

En El hombre, ese desconocido, Carrel describe sus creencias, sus dudas y su posición ambigua entre la fe y la ciencia, entre la eugenesia y la caridad cristiana, las experiencias extra sensoriales y los experimentos (a veces cruentos) que trataban de develar los misterios de la fisiología animal. Su libro tuvo un enorme éxito porque conformaba a muchos grupos de poder: al clero, a los conservadores, a los científicos y a los adherentes a los movimientos facistas que proliferaban por el mundo.

Su libro fue un éxito editorial sin precedentes, alabado por la Iglesia y, a su vez, por millonarios como Harvey Kellogg, ¡si! el promotor de los cornflakes que era un fanático eugenista propulsor de la “Conferencia para el Mejoramiento de la Raza” que tuvo, obviamente, a Carrel como orador.

El ocaso

Alexis Carrel y Charles Lindbergh fueron tapa del Time, retratados frente a un sofisticado tubo de cristal, bajo el título sensacionalista: “Buscando la fuente de la juventud” (1938).

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Esta elegante cañería de vidrio era parte de un sistema que permitía el cultivo de tejidos, lo que entonces creían era la llave de la juventud que, por otro lado, se le escapaba al premio Nobel. Alexis cumpliría en breve 65 años y la falta de control a la que estaba acostumbrado dentro del Instituto Rockefeller, estaba cambiando con las nuevas autoridades, menos permeables a las pomposas propuestas de Carrel sobre la inmortalidad.

Mientras Carrel rumiaba con rencor este forzoso retiro -en su isla de Saint Gildas-, Lindbergh visitó la Alemania de Hitler. El gobierno americano quería un informe completo del poderío aéreo nazi, y quién mejor que Lindbergh para hacerlo. Éste quedó muy impresionado por lo que vio y el gobierno nazi encantado con el legendario piloto (un claro ejemplo de la superioridad aria) al que condecoraron con la Cruz del Águila. Entonces los nazis no sabían al aliado que se habían ganado y Lindberg desconocía lo que le costaría defender a Alemania, promoviendo la no intervención americana en una guerra que consideraba exclusivamente europea.

Carrel no estaba tan de acuerdo con el activismo progermano de Lindbergh. El conocía, por su experiencia durante la Primera Guerra, los excesos cometidos por los alemanes. Para Carrel el nazismo era un “culto pagano” pero en su libro El hombre, ese desconocido promovía algunas ideas afines a las propuestas hitlerianas para construir una nueva sociedad basada en la elección de “los mejores”. De allí a una raza superior había un paso. A pesar de los atropellos de los derechos individuales y la persecución a los judíos, Lindbergh creía que el nazismo era la mejor opción para Alemania y Europa. A tal fin, junto a Gerald Ford, Sargent Shriver, Kingman Brewster y muchos más, conformó una organización llamada “America First” que propugnaba la abstención de participar en una guerra contra Alemania, como la promovía el presidente Roosevelt. Las posiciones antagónicas llevaron a Roosevelt y a Lindbergh a un enfrentamiento que tomó ribetes personales.

Mientras tanto, en Francia, el gobierno le proponía a Carrel organizar el sistema de salud de la republica. Al cabo de pocas semanas de recorrer los hospitales franceses, Carrel escribió una carta con su cruda franqueza donde trataba de imbéciles e inútiles a los organizadores del sistema sanitario. Decepcionado una vez más con su país, Carrel volvió a Saint Gildas.

Del otro lado del Atlántico, Lindbergh seguía su causa antibélica que llegó a su fin después de Pearl Harbour. No había dudas, Norteamérica debía defenderse de esta agresión y entonces Lindbergh se ofreció como piloto para pelear en el Pacifico. A pesar de tener el grado de coronel solo se le permitió volar como voluntario civil. A tal grado había llegado el enfrentamiento con el presidente Roosevelt.

En 1941 Carrel volvió a Francia para colaborar con el régimen pro nazi de Vichy.

Su presidente, el mariscal Petain, atribuía la derrota de Francia a la “incompetencia, inmoralidad y vagancia” del antiguo régimen. Esta crisis ofrecía la oportunidad de comenzar un nuevo país con “La Fundación Francesa para el Estudio de los problemas humanos”, creada por decreto el 17 de noviembre de 1941 y dirigida por el mismo Alexis Carrel. Los alemanes no dejaron pasar la oportunidad de señalar al nuevo colaborador laureado con el Premio Nobel. El gobierno de Vichy destinó 40 millones de francos al proyecto de “crear un hombre superior”, planeado bajo el sesgo eugenésico.

Sin embargo, las continuas interferencias burocráticas y los celos profesionales desacreditaron los informes de la Fundación y frustraron los intereses de Carrel, quien comenzó a presentar signos de una afección cardiaca. Esta fue empeorando a medida que se deterioraba la situación del gobierno de Vichy, hasta que, casi al mismo tiempo que caía de Paris, el corazón de Carrel se detenía para siempre.

En algún momento se llegó a decir que Alexis Carrel había muerto mientras era apresado por su condición de colaboracionista. Nunca fue emitida esa orden. Hoy día solo una callecita de París recuerda a este Premio Nobel que pensó en cambiar al mundo otorgándole las llaves de la inmortalidad.

[1] Esto fue un error de diseño del experimento, el corazón de pollo no es inmortal y Hayflick y Moorhead en 1961 demostraron que una celular normal en cultivo solo puede dividirse 50 veces a lo sumo.

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