El vuelo de Santos

Heredero de una familia de amplios recursos, Santos Dumont se dedicó desde muy joven a la investigación científica. Su padre era un ingeniero de ascendencia francesa que se instaló en Brasil, donde prosperó como empresario, especialmente en el rubro café. En Ribeirão Preto tenía una plantación que contaba con casi 100 Km de vías de ferrocarril y siete locomotoras. Eran los Dumont, los reyes del café.

Gran lector de Julio Verne, desde joven Alberto se interesó en la mecánica, globos aerostáticos y las ciencias en general.

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Después de sufrir un accidente, su padre vendió su negocio, viajó a Francia con sus hijos y repartió su fortuna entre ellos. Fue así como Alberto pudo disponer de los medios para desarrollar sus talentos y conocimientos. Entre sus primeros inventos, hizo un motor de explosión que adaptó a un triciclo. En 1898, voló en globo y se dedicó a sorprender a los parisinos rodeando la Torre Eiffel con uno de sus dirigibles, llamado “Número 5“, porque le había llevado ese número de máquinas para culminar esta hazaña que no terminó en forma exitosa, colgado del hotel Trocadero. Santos Dumont debió ser rescatado por los bomberos.

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Sin embargo, ni estos sustos ni sus fracasos amilanaron al joven brasilero, quien pocos meses más tarde, ganaba el premio Henry Deutsch de la Meurthe con su nuevo diseño que se llamó “Número 6“. En poco tiempo, como los suspicaces lectores podrán adivinar, Santos Dumont surcaba los cielos de Francia con el “Número 7“, “Número 8” y el “Número 9“, que participó en la conmemoración de la Toma de la Bastilla.

Los diseños se sucedían, pero Dumont apuntaban a volar máquinas más pesadas que el aire: El “Número 11” tenía alas y dos motores; el “Número 12” era como un helicóptero y finalmente el “Número 14” despegó del suelo por sus propios medios. Los éxitos se sucedieron y Santos Dumont adquirió fama mundial, hasta el presidente Theodore Roosevelt lo homenajeó en la Casa Blanca.

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Cuando la gloria le sonreía, cuando su prestigio se elevaba como las máquinas que diseñaba, cuando su nombre era sinónimo de aviación, a Santos Dumont le fue diagnosticada una esclerosis múltiple, enfermedad neurológica que inflama el tejido nervioso produciendo diversos trastornos motores, en el habla y la visión. La afección indujo un precoz envejecimiento, cuando Santos solo tenía 37 años. En 1909 realizó su último vuelo sobre una multitud que lo vitoreaba.

En 1914 una nueva pesadilla se abatió sobre el piloto y la humanidad: la Primera Guerra Mundial y el uso de sus desarrollos para matar. Santos Dumont no podía creer que la aviación, que él creía la aspiración culmine de la humanidad, fuese utilizada como máquina de combate. En el Congreso Científico Panamericano de 1916 hizo una encendida exhortación para prohibir el uso de aviones con finalidades bélicas. No fue escuchado. En plena contienda se fabricaban más de 100 aeronaves por día a ambos lados del Atlántico y se consagraban como “Caballeros del Aire” a figuras míticas como el Barón Rojo, que usaban sus habilidades para matar. Hasta su amigo Louis Blériot se hizo famoso por sus biplanos que hostigaban a las tropas desde el aire.

Preso de una depresión por su salud y la salud mental del mundo, Santos se encerró en su casona de Petrópolis, llamada “La Encantada”, en la que había volcado todo su ingenio. Hasta tenía una ducha de agua caliente…

Su lucha contra el uso bélico de la aviación no menguó. En 1926 apeló a la Sociedad de las Naciones, pero entonces eran miles las aeronaves que se producían. Su estado de salud se complicó a punto tal de internarse en una clínica Suiza. Sus fotos de entonces muestran a un hombre vencido. Por un tiempo no tuvo un hogar fijo, estaba en Francia, en Suiza, iba a Brasil y volvía a Europa. En uno de sus recibimientos apoteóticos un hidroavión se estrelló ante los ojos de Santos Dumont. Impresionado, volvió a París.

Viendo que su tiempo se acababa, mandó a construir un Panteón familiar en el cementerio San Juan Bautista de Río de Janeiro. Allí trasladó los restos de sus padres.

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En 1930 le fue concedida la Legión de Honor, y fue elegido como miembro de número de la Academia Brasilera de Letras, pero su salud empeoró y debió permanecer internado en Biarritz. Su estado era tan delicado que un sobrino lo fue a buscar para llevarlo a Brasil, donde fue testigo de la revolución constitucionalista que amenazó la permanencia en el poder de Getúlio Vargas. Santos Dumont presintió que un nuevo conflicto armado era irrefrenable. El 23 de julio de 1931 fue testigo de como los aviones que había asistido a desarrollar como la suprema expresión del intelecto, atacaban el Campo de Marte en São Paulo. Ese día, apenas cumplidos los 59 años, Santos Dumont, aquel que había aprendido el oficio de los pájaros, se quitaba la vida, preso de una depresión. Su vida, había perdido sentido.

La historia esta plena de finales trágicos, de hombres notables que recurren a este recurso extremo, cuando perciben que la existencia los traiciona. Esta forma de terminar sus días tiene un correlato con el déficit de neurotransmisores, especialmente la noradrenalina que se depleciona en situaciones de estrés. A ellos, no solo los traiciona el sentido de la existencia, sino sus neurotransmisores. El vuelo de Santos Dumont, llegó a su fin de esta forma trágica. Sus neurotransmisores se agotaron cómo se acaba el combustible de una nave.

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Estatua en homenaje a Santos Dumont en Saint-Cloud, Francia.

Estatua en homenaje a Santos Dumont en Saint-Cloud, Francia.

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