El único héroe de la guerra de Crimea fue una mujer

Hay pocas cosas más estúpidas que la guerra y hay pocas guerras más estúpidas que la de Crimea. Y lo más estúpido de esta estúpida guerra fue la carga de la Brigada Ligera. La inglesa Florence Nightingale (1820-1910) conoció de cerca esta y otras salvajadas, que marcaron el debut de las matanzas de la revolución industrial.

Considerada la madre de la enfermería moderna, Florence Nightingale actualizó los hospitales de campaña y la atención a los soldados heridos en este conflicto absurdo y mitificado como pocos por la literatura y el cine. Ella, que sabía de qué hablaba, resumió así las batallas: “Sangre, dolor, gritos, llantos y muerte”.

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La guerra de Crimea enfrentó entre 1853 y 1856 a Gran Bretaña y Francia contra Rusia. Al final todos los contendientes se quedaron casi como al principio, eso sí, después de sufrir terribles bajas. Rusia fue derrotada, pero no vio apagarse su influencia en territorios que antes pertenecieron a Turquía, como Moldavia, Valaquia y Crimea.

Eso era justo lo que querían evitar Gran Bretaña y Francia, que enviaron al matadero a millares de almas sin pestañear. La desnutrición y las enfermedades causaron más muertes que las balas. Imposible saber la cifra total de bajas. Incluidas las de Turquía, fueron centenares de miles, un adelanto de lo que estaba por venir en la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

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Gran Bretaña y Francia estaban acostumbradas a pelearse, no a aliarse. Hasta hacía muy poco, las cargas de caballería enfrentaban a británicos y franceses, como reflejó magistralmente en 1970 el director Sergei Bondarchuk en Waterloo . Las guerras napoleónicas estaban aún tan recientes que el comandante británico decía muchas veces “los franceses” cuando quería referirse al enemigo, para sonrojo e incomodidad de sus aliados.

La de Crimea fue también una guerra sin héroes, con episodios que avergonzarían a cualquier estratega. O, mejor dicho, una guerra donde sólo fueron valientes las enfermeras como Florence Nightingale. Hubo más, sobre todo la mestiza jamaicana Mary Seacole, que viajó con sus propios medios, trabajó sin apoyo oficial y tuvo que vencer los prejuicios por el color de su piel.

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Florence Nightingale

Florence Nightingale

Florence nació predestinada a viajar. Vino al mundo en Florencia, de ahí su nombre. Hija de una acaudalada familia, podía haberse dado una existencia regalada y vivir de rentas. Pero ella prefirió estudiar enfermería en Kaisenwerth, en Düsseldorf. Además de por Alemania, en su juventud viajó por Egipto, Grecia e Italia.

Cuando estalló la guerra, reclutó a un grupo de 40 enfermeras para atender a los heridos a las afueras de Estambul, en Üsküdar o Scutari. Allí se ganó el sobrenombre de la dama de la lámpara (así se llaman unos premios de enfermería en España). El apodo se debe a que prolongaba sus guardias nocturnas, con una lámpara en la mano por si alguien la necesitaba.

A veces los heridos sólo querían que les escribiera una carta o que les consolara. Para ella, un militar era un militar, con independencia de su grado y origen social. Nada que ver con ese soldado de Guerra y paz que ve como un príncipe es conducido directamente al cirujano, pasando por delante de muchos desgraciados: “Hasta en el otro mundo, los nobles tendrán preferencia”.

La sociedad victoriana se rindió ante esta mujer que siempre rehúyo los honores. Henri Dunant, el fundador de la Cruz Roja, la consideró su mayor fuente de inspiración. La sociedad de su época, sin embargo, no captó su verdadero mensaje, muy crítico con la deificación de la guerra.

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La carga, según William Simpson

La carga, según William Simpson

El lema de unos hombres que se iban a cruzar irremediablemente en su vida no podía ser más opuesto a sus ideales. “Muerte o gloria” era el grito de guerra del 17º. de Lanceros. Según Geoffrey Regan, autor de Historia de la incompetencia militar (Crítica), esta unidad encabezó una acción tan suicida como inútil. Menos diplomático, Stefano Malatesta dice en La vanidad de la caballería (Gatopardo) que fue una “gilipollez demencial”.

Una formación de húsares, dragones y lanceros protagonizó un ataque frontal contra una batería de cañones rusos en Balaclava. Las órdenes se tergiversaron y los mandos se equivocaron de objetivo. Pese a la evidencia del error, nadie dio la orden de dar media vuelta. Muerte o gloria. Pues fue muerte, aunque una popular poesía de Alfred Tennyson (1809-1892) glorificó la matanza.

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Supervivientes de Balaclava, en 1904.

Supervivientes de Balaclava, en 1904.

El poeta se equivocó hasta en la cifra de enviados al infierno (“en el Valle de la Muerte / cabalgaron los seiscientos”). En realidad, fueron entre 673 y 665, según las cifras comúnmente aceptadas. Hubo 110 muertos y al menos 161 heridos. Muchos fallecieron en los días siguientes, como recuerda el historiador Terry Brighton en El Valle de la Muerte (Edhasa). .

También Hollywood convirtió estos hechos en un monumento épico y acrítico, con películas como la clásica La carga de la Brigada Ligera , de 1936 y con un estelar Errol Flynn. Todo sucedió el 25 de octubre de 1854, mientras un barco trasladaba a un grupo de mujeres a la orilla asiática de Estambul. Allí atendieron a los supervivientes de Balaclava. Donde otros vieron héroes, Florence Nightingale y sus compañeras sólo vieron “sangre, dolor, gritos, llantos y muerte”.

Nadie puede imaginarse los horrores de la guerra. Las heridas, la sangre, la fiebre, la disentería. El frío, el calor, el hambre…

Florence Nightingale (‘La dama de la lámpara’)

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