El trágico final de Kruschev

La costumbre de Kruschev había sido siempre estar en su mesa del Kremlin o en el Comité Central a las nueve en punto. El 15 de octubre de 1964 [día de su destitución] apareció a desayunar más o menos a esa hora. La noche antes había tomado un sedante que le recetó su médico, el doctor Vladímir Bezzúbik, pero aun así apenas había pegado ojo. «Tenía la cara más consumida y grisácea -recuerda su hijo Serguéi Kruschev- y se movía más despacio.» (…)

Tras vacilar en la puerta de la casa, Kruschev bajó la pendiente que daba a un riachuelo y cruzó el puentecillo que llevaba a la granja estatal de al lado. Durante el verano habían sembrado maíz con especial esmero para impresionar a su importante vecino.En ese momento el campo estaba vacío, salvo por los tocones de los tallos de maíz que sobresalían de la tierra. Al rodear el maizal por una vereda, Kruschev declamaba sus datos y panaceas agrícolas preferidas como si se dirigiera a los secretarios de partido. (…)

Se aventuraba por los sembrados de una granja cercana mirando a los labriegos recoger una parca cosecha de cebada y avena y se moría por ordenarles que se pasaran al cultivo de hortalizas para el rentable mercado de Moscú. Al principio se quejaba únicamente a su familia, pero después empezó a seguir las labores agrícolas con unos prismáticos. ( ) Desde un altozano cercano a la casa que sus nietos llamaban «la colina de las culebras» por las serpientes que iban allí a tomar el sol al comenzar la primavera, los veraneantes hacían corro a su alrededor, se sacaban fotos con él y escuchaban sus anécdotas. (…)

Durante los meses siguientes, casi hasta el verano, el hombre que durante una década había gobernado la Unión Soviética se sumió en una profunda depresión. Vladímir Grigórievich Bezzúbik, médico personal de Kruschev, no abandonó a su paciente. Además de sentarse y hablar con él durante horas cada vez que le visitaba, le recetaba somníferos y tranquilizantes. (…)

Kruschev «siempre nos había llamado inútiles cuando nos veía frente al televisor», afirma su hijo Serguéi. Ahora, para informarse, (…) leía el Pravda cada mañana en el sillón tapizado bajo la ventana de su cuarto. La propaganda del Partido a la que él había dado tanta importancia le parecía ahora torpe e inepta. «¡No es más que basura! -murmuró refiriéndose al Pravda-. ¿Cómo se puede escribir así? ¿Qué propaganda es ésta? ¿Quién se lo va a creer?».

ENEMIGO DEL KGB

Sin embargo, más que a ninguna otra cosa, Kruschev se dedicó a sus memorias, esfuerzo hercúleo que acabó convirtiéndose en la principal ocupación de sus últimos años. (…) Antes que nada, le dijo Kruschev a su hijo: «Quiero hablar de Stalin, de sus errores y sus delitos, sobre todo porque quieren limpiarle la sangre y volver a subirle a un pedestal». En segundo lugar, dijo: «Quiero decir la verdad de la guerra. Toda esa basura con la que bombardean a la gente por la radio y la televisión me pone enfermo, tengo que contar la verdad». (…)

El Kremlin citó a Nikita Kruschev para un repaso que le iban a dar tres de sus antiguos colegas: Andréi Kirilenko, delegado del Politburó, Arvid Pelshe, que era el encargado de disciplinar a los miembros del Partido que se desviaban de la línea general y Pyotr Démichev, secretario del Partido en la capital.

Kirilenko empezó sin saludar: «Ha llegado al Comité Central la información de que lleva bastante tiempo escribiendo sus memorias, que hablan de numerosos avatares de la historia del Partido y del Estado». Sin embargo, interpretar la historia del Partido y del Estado era «cosa del Comité Central, no de individuos concretos, y no digamos pensionistas. El Politburó le ordena que deje de trabajar en esas memorias y entregue inmediatamente al Comité Central lo ya escrito». (…)

Kruschev comparó a los dirigentes del Partido del momento con el zar Nicolás I, les puso a caldo por estalinistas y les acusó de truncar sus reformas y de «mearse» en los avances conseguidos por él en Egipto y Oriente Medio. Pelshe le recordó que estaba en una «casa del Partido» y le exigió que «actuara en consecuencia».Cuando Kruschev acusó a sus sucesores de arruinar el país, Pelshe replicó que culpaba a otros de sus fracasos y cuando acusó a Pelshe de interrumpirle «a la estalinista», el aludido soltó: «Usted es quien tiene por costumbre interrumpir a los demás.» Kruschev le contestó: «También yo me contagié de Stalin, pero luego me liberé de él, no como ustedes.»

CULPABILIDAD

Los comentarios de Kruschev estaban cargados de autocompasión -«Estoy totalmente aislado; en realidad, estoy bajo arresto domiciliario.Ayúdenme en mi sufrimiento. El retiro es una tortura infernal»-, pero también de antiestalinismo: «Hay que desenmascarar a los criminales.» Recordó a un hombre que había sido un buen historiador y a otro que trabajaba para la Internacional Comunista: «Stalin fusiló a los dos (…). ¡Fueron tantos los enviados a la muerte! ¡Tantos de mis amigos fueron ejecutados, todos dedicados fuera de toda duda al Partido! ¡Tantos murieron a manos de Mao en la Revolución Cultural! ¡A manos de Mao y de Stalin, de los dos!»

¡Y de Kruschev! También debía de estar pensando en su propia complicidad, cuando rogó a Pelshe: «Arréstenme, por favor, fusílenme.Estoy harto de la vida, no quiero vivir. Hoy la radio informa de la muerte de De Gaulle. Le envidio. Quizá la citación de hoy me ayude a morir antes. Quiero morir honrado. Tengo 70 años, estoy en mi sano juicio y respondo de mis palabras y actos. Estoy dispuesto a acatar el castigo más grave, hasta la pena de muerte.Estoy dispuesto a morir en la cruz, que traigan los clavos y el martillo. No hablo por hablar, lo deseo. Los rusos dicen que no hay forma de evitar la súplica y la prisión. Yo siempre estuve en el caso opuesto. A lo largo de mi carrera, nunca me tocó ser el interrogado. Tengo los brazos manchados de sangre hasta los codos; es lo más terrible que me pesa en el alma.»

Texto extraído del sitio: https://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2005/516/1125784808.html

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