La mayor parte de los soldados eran voluntarios que, en 1914, respondieron a la llamada de Kitchener. Cada unidad del “Nuevo Ejército” se había formado en una localidad en concreto y conservaba sus nombres extraoficiales. Existían “los compañeros de Accrington”, “los amigos de Grimsby”, “los muchachos de Glasgow”. Esto les daba cohesión, pero también tenía sus inconvenientes. Rodeado de sus amigos, con quienes compartía un pasado común, el soldado gozaba de una moral a toda prueba, pero si su unidad era maltratada por el destino, eran pueblos enteros los que perdían toda su población masculina. Y esto es lo que sucedía ahora.
El Cuerpo Expedicionario británico (CEB) en Francia empezó el año 1916 con un nuevo comandante en jefe, el general Douglas Haig, que dispuso una ofensiva conjunta con los franceses en Picardía, en el departamento del Somme. Este “gran empujón” debía coincidir con ataques en el frente ruso e italiano. Pero en febrero los alemanes iniciaron una gran ofensiva sobre Verdún, que se prolongó y fue de tal virulencia que en primavera se hizo evidente que como no se organizasen operaciones de diversión en otras partes, la defensa de los apurados franceses iba a venirse abajo.
El comandante francés, Joffre, volvió sus ojos hacia el CEB, cuyos efectivos se hallaban casi al completo. Tanto era así que la ofensiva que debía ser común recayó principalmente en los británicos.
Aunque consciente de la escasa experiencia de sus tropas, Haig empezó a enviar al recién creado IV Ejército del general sir Henry Rawlinson en dirección al Somme para que entrase en acción a finales de junio. Esta operación, destinada a socorrer Verdún, se transformó en la mente de Haig en una tentativa de salir del callejón sin salida de la guerra de trincheras, tomar la iniciativa sobre los alemanes y terminar cuanto antes la guerra. Pensaba lograrlo lanzando su caballería por las brechas practicadas en las líneas enemigas merced al asalto inicial. Para ello hizo acudir de la retaguardia tres divisiones de caballería, que habían estado inactivas desde 1914. Con su sables y lanzas, los jinetes tenían un aire bastante anacrónico en esta guerra dominada por la artillería y las armas automáticas. Rawlinson, por su parte, no les tenía demasiada confianza: prefería las bayonetas y los cañones, y elaboró sus planes en consecuencia.
Desde Gommecourt, en el norte, a través de Serre, Beau-Mont-hamel, Thiepuae, La Boisselle, Fricourt. Mametz y hasta Montauban, los batallones de los “Tommies” se desplegaron codo a codo en una línea zigzagueante de 30 km de trincheras en terreno gredoso. Los doce últimos kilómetros del frente, entre Montauban y el Somme, estaban ocupados por los franceses que también iban a tomar la ofensiva. En Gommecourt y más allá se encontraba el III Ejército británico del general Allenby, dos divisiones del mismo iban a llevar a cabo maniobras de diversión durante todo el ataque de Rawlinson.
Del otro lado de la no man’s land, que en ciertos lugares tenía algunos metros de anchura y en otros muchos kilómetros, los alemanes esperaban situados en sus sólidas posiciones. Su comandante en jefe, el general von Falkenhayn, pensaba que se realizaría una acción de diversión en Alsacia-Lorena, pero el general von Below, que mandaba el II Ejército en el Somme, estaba convencido de que el ataque caería sobre él, pues se advertían concentraciones británicas en el sector. Von Below tenía razón.
Después de haber alterado repetidas veces la fecha de asalto, Rawlinson la fijó para el 29 de junio, limitando la táctica alemana en Verdún, propuso empezar con una preparación artillera que durase unos cinco días, la mayor desde que comenzase la guerra.
Convencido que el bombardeo amedrantaría al enemigo, Rawlinson estaba seguro de que el avance de la infantería sería un paseo. El mismo dio la orden a sus hombres de no precipitarse al asalto, sino de marchar hacia las trincheras alemanas sosegadamente y en orden abierto. Y lo sorprendente es que debían ejecutar esta marcha desde las siete y media de la mañana, en verano, a pleno día. Se había renunciado a un asalto al amanecer, tres horas más temprano, con el fin de permitir una mejor visibilidad a la artillería para que finalizase su acción. Esto se verificó como un catastrófico error de juicio.
El 25 de junio las baterías abrieron fuego. El día siguiente empezó a llover y no cesó hasta la mañana del 28, lo que provocó la consternación en el cuartel general del IV Ejército, donde se comenzó a temer que la operación se prolongase inútilmente en las trincheras y terrenos empapados.
A las 11 -a poco menos de 20 horas de la Hora H- el ataque se aplazó al 1ero. de junio a las 7,30 horas para dejar secar un poco el terreno. La artillería debía reducir inmediatamente su cadencia para repartir sus disponibilidades de municiones entre los tres días, no previstos, de bombardeo. Fue necesario retirar las tropas de asalto, ya preparadas, y detener a los que llegaban. Para los miles de hombres que se encontraban normalmente dispuestos a batirse el 29, el retraso añadió incertidumbre y tensión.
Al amanecer del 1ero. de julio, la orden “¡Alerta!” circuló en las trincheras británicas. A las 6, 25 minutos justos, el silencio fue roto por una terrible barrera de artillería que a lo largo de una hora y cinco minutos exactos martilleó las posiciones alemanas.
Para aumentar más la confusión del enemigo, sus líneas se minaron en diversos lugares. La primera mina explotó a las 7 horas y 20 minutos cerca de Beaumont-Hamel y levantó un enorme surtidor de tierra. A las 7 horas y 25 minutos continuaron otras. Dos minutos más tarde resonaron los silbatos de los oficiales y 66.000 hombres, cada uno con un pesado equipo de 30 kg. entraron en acción lentamente en la no man’s land. Una compañía del 8vo. Surrey East chotó balones de fútbol en dirección de las trincheras alemanas para simbolizar el “saque de centro”.