El socialismo aristocrático del conde de Saint-Simon

El joven conde buscó fama y gloria al ofrecerse como voluntario para pelear junto a La Fayette por la independencia de EEUU y su “libertad industrial“. Esta aventura militar no fue tan gloriosa como sus sueños preanunciaban, ya que terminó preso de los británicos. Vuelto a Francia, estudió ingeniería hidráulica en Mézières donde, una vez más, se abocó a las grandes ideas que invadían su cabeza, como la de unir por un canal los océanos Pacífico y Atlántico (tarea que iniciaría décadas más tarde su connacional Ferdinand de Lesseps).

Seducido por sus principios, Saint-Simon adhirió prontamente a la propuesta revolucionaria de igualdad, libertad y fraternidad, pero agregando una concepción científica a estos fundamentos.

Dispuesto a juntar dinero para concretar sus ideas, se dedicó a la especulación con tierras, que habían perdido su valor en medio del caos revolucionario. Estas maniobras lo hicieron inmensamente rico, aunque después de ser estafado por su socio, esa fortuna se evaporó. Este contratiempo aumentó su interés por la filosofía y la sociología, tareas intelectuales que llevó adelante gracias al apoyo de un antiguo empleado y su trabajo de escriba en el monte de piedad, tarea que le dio los medios para sobrevivir.

Saint-Simon rechazaba al deísmo que veía como anacrónico y falto de consistencia ante la evolución de la ciencia y el progreso de los conocimientos que para el pensador se habían convertido en motor de la sociedad. La teocracia y el feudalismo, ideas que habían dominado al mundo por siglos, habían perdido su valor a la luz de los nuevos acontecimientos, era tiempo que la ciencia y la industria dejasen su impronta. Este es su mensaje en “La introducción a los trabajos científicos del Siglo XIX” y los libros que lo sucedieron, que crearon una corriente de pensamiento llamado sansimonismo. Para él, las fuerzas que movían los cambios históricos era la tensión entre el conservadurismo y la innovación y no la lucha de clases .

Las nuevas estructuras sociales que Saint-Simon promovía no apuntaban a una igualdad, sino al desarrollo de la capacidad productiva gracias al gobierno de las élites intelectuales. Para Saint-Simon, a diferencia de Engels y Marx, no hacía falta la unificación de las masas (a las que tenía aprehensión desde los violentos días del terror jacobino) ni una búsqueda a toda costa de la equiparación. Lo esencial era propulsar el desarrollo que se daría bajo la conducción de ingenieros y científicos

Saint-Simon defendió al capitalismo, a los banqueros e industriales, mientras que estos cumpliesen su función de crear bienes y riquezas, no así a los especuladores y terratenientes ociosos, los funcionarios burocráticos y los cortesanos, los verdaderos chupasangres de las clases populares quienes con su inercia impiden la evolución de la sociedad.

Saint-Simon no se opone, como Marx y Engels a la propiedad privada, pero sí a la herencia. Su perspectiva es la de una sociedad en constante evolución intelectual que redundará en beneficio para las clases más necesitadas y premia a los hacedores, los que conducen esas empresas y promueven la evolución de los medios de producción que, en última instancia, benefician a todos.

La humanidad no debe perder de vista que es su deber recompensar a los hombres que le sirven de antorcha – sostenía Saint-Simon – y recompensar colectivamente a aquellas antorchas que son lo suficientemente luminosas para alumbrar a toda la tierra”. Y las ideas de Saint-Simon (curiosamente recordado por el título de nobleza al que había renunciado) fueron una antorcha deliberadamente oscurecida bajo el título de “socialismo utópico“, que no se adecúa a su pensamiento, siempre consciente de los diferentes méritos de los individuos que trabajan por mejorar a la humanidad y merecen, a su criterio, un reconocimiento acorde a sus esfuerzos.

Saint-Simon murió en la pobreza, pero su prédica (no siempre correctamente interpretada) impregnó el pensamiento político de los siglos venideros.

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