El Rey y el trono: La muerte de Elvis

En esa burbuja de descontrol, Elvis había perdido el sentido de la realidad. Dormía hasta cualquier hora bajo los efectos de un cóctel de pastillas, para combatir su hipertensión, su sobrepeso, una persistente constipación, un cuadro de hígado graso y un glaucoma incipiente, tan sólo por enumerar algunos de sus trastornos físicos. A ellos se sumaba su abulia y una notable decadencia mental que se traducía en espectáculos lamentables donde olvidaba las letras de sus canciones, tarareaba fragmentos o hacía innecesarias exhibiciones de Karate.

Las necesidades económicas para mantener su ritmo de vida lo obligaban a estar de gira más tiempo del que hubiese deseado. Solo podía mantener esa actividad a fuerza de estimulantes.

La vida de Elvis había empezado a perder su norte después del divorcio de Priscila. En esos 4 años había cundido el descontrol. Hubo una sucesión de novias, una serie de jovencitas obnubiladas por estar al lado del ídolo que, para colmo, las llenaba de regalos y promesas matrimoniales tal como aconteció con Ginger Alden. Ginger fue su última conquista, una joven de 20 años, con la que mantenía una relación infantil, casi “mística”.

El 15 de agosto Elvis se levantó por la tarde. En Graceland estaba su hija Lisa Marie (por entonces tenía 9 años). A las 23 horas Elvis fue a una cita con su odontólogo. Sí, como él era el Rey y en Memphis vivía su corte, él disponía de una amplitud de horarios trastocados que su entorno sostenía sin chistar, aumentando la irrealidad de su existencia. Esa noche el Dr. Hoffman le hizo una limpieza dental y un tratamiento de caries. Volvió a su casa a medianoche, y como no podía dormir y decía que le dolía un diente, habló con el Dr. Nick (así lo llamaba Elvis al Dr. George Nichopoulos, el médico que proveía los calmantes que el Rey tomaba en dosis industriales). Él envió varias recetas que uno de los guardaespaldas fue a buscar a mitad de la noche. En el ínterin Elvis se puso a jugar al frontón con dos amigos que había convocado a tal fin. Nadie contradecía al Rey. A las 4 de la mañana tocó el piano y después tomó algunas pastillas que el Dr. Nick le había hecho llegar.

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Dr. Nick.
Dr. Nick.

 

A las 20 horas, Elvis, el Rey, el amo del Rock, el personaje admirado por el mundo como un semidiós, se levantó de la cama y pronunció las que serían sus últimas palabras; “Me voy al baño a leer”.

El baño de Graceland no era cualquier baño. Tenía una gran televisión, 2 teléfonos, varios sillones, una ducha circular de 3 metros y un “trono” de color negro, donde el Rey pasó sus últimos momentos, porque a las 2 de la tarde Ginger encontró a Elvis en el piso del cuarto de baño con los pantalones bajos y su rostro sumergido en un charco de vómito. En el piso yacía el libro que estaba leyendo: “Sex and the psychic energy“, un texto pornográfico. El Rey había muerto pero no había otro rey que vivar.

Uno de los guardaespaldas trató de reanimarlo, pero nada pudo hacer, el padre de Elvis y su hija lloraron ante su cuerpo mientras el personal caminaba sin sentido en el inmenso cuarto de baño. Todos coincidían que estaban viviendo el fin tan temido, la sobredosis final que había terminado con Elvis. Más de una vez lo habían salvado de sobredosis en las que incurría, y todo el entorno estaba consciente de esta posibilidad, para tener una idea, en el último año el solícito Dr. Nick había prescripto diez mil dosis de medicamento…

Trasladado el cuerpo al Baptist Memorial Hospital se certificó la muerte del astro. Todo el mundo esperaba saber cuál había sido la causa de defunción, mientras los amigos de Elvis no tuvieron mejor idea que limpiar el baño donde había terminado su carrera. Quince personas entre patólogos, forenses, policías y el solícito Dr. Nick, presenciaron la autopsia. Por horas hurguetearon con las partes de Elvis y llegaron a la conclusión que el óbito se debía a una arritmia cardíaca.

El corazón del Rey estaba dilatado, tenía varias placas ateroscleróticas, el hígado estaba también alterado. La obstinada constipación que había sufrido Elvis a lo largo de su vida, también se evidenció en la autopsia. ¿Acaso el esfuerzo del ídolo para defecar había desencadenado la tragedia? Tal fue la versión del Dr. Nick después de habérsele retirado la licencia.

Sin embargo y a pesar de haber encontrado dos jeringas en el baño de Elvis, nadie pudo afirmar que haya sido una sobredosis la que precipitó el final del ídolo.

Las exequias del Rey fueron como las de un monarca, con llanto y escenas de histeria en Memphis y en el mundo. La leyenda se extendió al imaginario popular, Graceland se convirtió en un lugar de peregrinación. Todos y cada uno de los ladrillos que rodean la casa tienen una inscripción, un recuerdo para el ídolo escrito por los millones de peregrinos que año tras año recorren los aposentos del Rey como si se tratase del Escorial o Westminster Abbey. Allá ven sus cuartos, el avión que usaba para las innumerables giras sobre las que cimentó su reino y una banda que constantemente ejecuta sus canciones, mientras los locales venden souvenirs del monarca y uno puede adquirir el mítico conjunto de cuerpo que apretaba las carnes del ídolo muerto cuando la decadencia imprimía un giro en su carrera. La desgracia lo salvó de profundizar su decrepitud y lo llevó al olimpo de la memoria. Allí, a pesar de los miles de imitadores que intentan rozar su áurea, Elvis nos mira con esa sonrisa seductora desde el trono negro, donde dejó su vida.

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