El primer pozo de petróleo: la locura que creó el mayor negocio del mundo

A Edwin Drake le gustaba que le llamaran ‘coronel’ aunque no lo era. Durante su vida, había sido casi todo menos eso: maquinista de ferrocarril, oficinista, agente de correos… Procedía de una familia humilde de rancheros del estado de Nueva York y era el ejemplo perfecto de un hombre americano ‘hecho a sí mismo’. A los 19 años se fue de casa para buscarse la vida y terminó fundando una de las industrias más lucrativas que ha visto la humanidad: la petrolera. Eso sí, como marcan los cánones de las buenas historias estadounidenses, Drake murió arruinado e hizo millonarios a varios capitalistas que exprimieron su descubrimiento.

A mediados del siglo XIX, uno de los grandes retos para la industria era conseguir un sistema de iluminación barato y abundante para los hogares. En esos años, Thomas Edison inventó la bombilla, pero tardaría décadas en generalizarse su uso. El material más utilizado era el aceite de ballena, una materia prima que, si no se hubiese sustituido, habría provocado la extinción de los grandes cetáceos.

Fue en esa época cuando en EEUU comenzó a estudiarse el ‘aceite de roca’ (petróleo), que brotaba de forma natural en algunos ríos de Pensilvania. Uno de los mejores ejemplos era el de Oil Creek (‘arroyo petróleo’), situado en el pueblo de Titusville. Este río tenía varias filtraciones de petróleo, por lo que su corriente solía contaminarse afectando especialmente a las explotaciones de sal que existían en la zona. Una de las familias afectadas era la de Samuel Kier, un químico estadounidense que decidió empezar a estudiar aquel extraño compuesto oleoso que era altamente inflamable.

Después de varios experimentos, Kier consiguió refinar el crudo para obtener queroseno, producto que se puede quemar sin que genere el humo y el olor que produce el petróleo crudo. Dos emprendedores estadounidenses comprendieron el potencial del petróleo y fundaron la Pennsylvania Rock Oil Company (renombrada posteriormente Seneca Oil): George Bissell y Jonathan Eveleth.

Bissell necesitaba hombres de acción para investigar los brotes de crudo de Pensilvania y por casualidad conoció a Drake. Aunque este no sabía nada de minería ni de geología, tenía dos virtudes: dominio de todo tipo de herramientas y arrojo. El candidato perfecto. A principios de 1858 comenzó su expedición en Titusville. Empezó con pequeñas excavaciones en forma de zanja con las que el ‘coronel’ esperaba encontrar algún brote de crudo, pero después de varios meses de fracasos, comprendió que era necesario un proyecto mayor.

A mediados de 1858, Drake planeó una estrategia más ambiciosa: perforar un pozo de varios metros de profundidad similar a los de sal que ya existían. Para ello, construyó una choza de madera que protegía la perforación y adquirió una máquina de vapor y un taladro perforador. En ese momento, todavía no existía el taladro rotor y era necesario percutir la piedra.

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Imagen del pozo originario de Drake.

Imagen del pozo originario de Drake.

Desde el primer momento, las complicaciones fueron innumerables. Uno de los principales problemas fue el hundimiento del pozo, por lo que Drake tuvo que idear un sistema para perforar a través de un tubo que evitaba que el agujero colapsase, sistema que funcionó durante décadas.

Drake y sus hombres trabajaron durante casi un año con el único descanso dominical, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Cuando alcanzaron los 10 metros de profundidad, todo un logro para esos años, Bissell y Eveleth tiraron la toalla y decidieron cortar la financiación. Era abril de 1859 y Drake estaba convencido de que su empresa sería un éxito, por lo que se decidió a prolongar la exploración. Logró recolectar 2.000 dólares de amigos y familiares para continuar la perforación, pero a lo largo de ese verano agotó todos los fondos.

Los vecinos le apodaron ‘loco Drake’ y no les faltaba razón. Cuando estaba en la ruina, el ‘coronel’ logró un crédito de 500 dólares para extender los trabajos. Durante todo el verano trabajaron con el único descanso dominical y en agosto de 1859 consiguieron alcanzar la profundidad de 21 metros. Ese día toparon con una extraña grieta y decidieron parar la perforación.

A la mañana siguiente, 27 de agosto, al llegar a la excavación se encontraron con el inconfundible aroma del crudo que brotaba de la tubería en cantidades muy superiores a las que habían imaginado. Habían tardado un año y medio, pero lo habían conseguido. El primer pozo de petróleo de la historia estaba listo: ya podía empezar la legendaria fiebre del petróleo.

Oro negro

El pozo de Drake llegó a producir algo más de 30 barriles al día, que, a un precio de 20 dólares, suponían unos ingresos de 600 dólares diarios. Una auténtica fortuna que no tardó en tener imitadores. La ladera en la que se situaba el pozo solo tenía árboles y pequeños matorrales a su alrededor; unos años después ya no quedaba nada. En su lugar ‘brotaron’ miles de pozos que buscaban el ansiado ‘oro negro’.

Aunque todavía no existía el motor de combustión, la aplicación del petróleo para la iluminación tenía suficiente potencial como para garantizar millones de dólares de beneficios. En EEUU, el subsuelo pertenece al dueño del suelo, de modo que la primera parte de la inversión consistió en la compra de terrenos. Los precios se dispararon rápidamente y se generó así una primera burbuja muy lucrativa consistente en vender pequeñas parcelas.

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La fiebre del petróleo arrasó en Pensilvania.

La fiebre del petróleo arrasó en Pensilvania.

Muchos hicieron fortunas, y otros tantos dilapidaron las suyas. No fue el caso de Drake. El ‘coronel’ no fue capaz de anticipar el éxito de su perforación y no patentó sus investigaciones. Tampoco adquirió tierras suficientes para especular y, finalmente, el dinero que ganó lo empleó en malas inversiones que terminaron por arruinarle. Murió en noviembre de 1880 sumido en la pobreza.

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Retrato de Edwin Drake.

Retrato de Edwin Drake.

La perforación de pozos petrolíferos no tardó en expandirse por todo el mundo. Los geólogos buscaron indicios de petróleo en cualquier parte del globo. Un ejemplo fue el Fuego Eterno que brotaba en la ciudad de Kirkuk y que albergaba debajo el yacimiento de Baba Gurgur, descubierto en 1914 y que fue el mayor hasta que se localizó el pozo del Campo Ghawar en Arabia Saudí, más de 30 años después.

El descubrimiento de Drake cambió la historia de tal forma que 160 años después todavía sigue siendo la principal fuente de energía. En este periodo se ha perfeccionado la técnica de extracción, de modo que el ser humano ha sido capaz de ‘exprimir’ al máximo las reservas que la naturaleza tardó millones de años en construir. Nada hubiese sido igual sin el petróleo. La producción industrial, la reducción del hambre, las guerras, la globalización… Todo ha surgido a partir del pozo del ‘coronel’.

El mundo vivió otra fiebre del petróleo un siglo y medio después de la primera con la invención del ‘fracking’ o extracción por fractura de la tierra. Este método, que ha sido tan eficiente como controvertido, por contaminar gravemente el subsuelo en algunas regiones, permitió a EEUU disparar la producción de crudo y gas y revivir sus años de locura perforadora. Aunque el mundo está convencido de la importancia de avanzar hacia la descarbonización, la locura de los combustibles fósiles sigue dirigiendo la Tierra hacia un destino fatal. Después de todo, es posible que el apodo de ‘loco’ no estuviese tan mal encaminado.

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La fiebre del petróleo arrasó en Pensilvania.

La fiebre del petróleo arrasó en Pensilvania.

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