En enero de 1808, prácticamente toda Italia estaba bajo el dominio, directo o indirecto, del emperador Napoleón. Tan sólo el papa, como soberano de los Estados Pontificios que se extendían por el centro de la Península, mantenía visos de independencia frente al todopoderoso amo de Europa. Por eso, cuando el general François de Miollis, al mando de un ejército de 6.000 hombres, solicitó permiso para cruzar pacíficamente el Estado papal en su camino al reino de Nápoles, Pío VII fue presa del temor. ¿Podía acaso fiarse el papa de la buena fe del general? Y aunque no se fiase, ¿podría negarse, rodeado como estaba por territorios napoleónicos?
Tensiones con el papado
Pío VII recordaba bien lo que le había ocurrido a su predecesor, Pío VI, cuando en 1797 los ejércitos revolucionarios franceses invadieron Italia, detuvieron al pontífice y lo deportaron a Francia. Allí falleció tres años más tarde. Tras ello, un puñado de cardenales lograron reunirse en Venecia y escogieron al cardenal Chiaramonti, pariente lejano de Pío VI, como nuevo papa con el nombre de Pío VII. El nuevo pontífice parecía en sintonía con los nuevos aires revolucionarios, pues cuando aún era cardenal había pronunciado una homilía de Navidad en la que afirmó: «Las virtudes cristianas convierten a los hombres en buenos demócratas […] la igualdad no es una idea de filósofos, sino de Cristo […] Y no debéis creer que la religión católica está contra la democracia».
Entretanto Napoleón Bonaparte, deseoso de consolidar su régimen, buscó el apoyo de la Iglesia católica mediante la firma de un concordato. En éste, el papa obtuvo ciertas concesiones, aunque el acuerdo favorecía sobre todo a Napoleón, lo que enardeció a los católicos conservadores: «Per conservare la fede [la fe], Pio VI perdé la sede; per conservare la sede, Pio VII perdé la fede». Algunos obispos franceses se negaron en redondo a obedecer y provocaron un cisma. Pese a ello, el concordato parecía zanjar todo conflicto entre Francia y el papado, y Pío VII creyó que no iba a correr el destino de su antecesor.
Sin embargo, la ambición sin límites de Napoleón hizo que enseguida reaparecieran las tensiones. En 1802, el emperador promulgó una legislación que colocaba a la iglesia francesa bajo el control total del Estado, y dos años más tarde llevó su prepotencia hasta el punto de obligar al papa a acudir a París a su coronación como emperador para luego humillarlo coronándose a sí mismo. Napoleón intentó retener al pontífice en Francia, pero éste le advirtió de que en tal caso los cardenales tenían órdenes de considerar que había renunciado a su cargo y escoger otro papa. En 1806, cuando Pío VII intentó quedarse fuera del bloqueo continental contra Gran Bretaña alegando que como papa debía ser neutral, Napoleón le escribió: «Su Santidad es soberano de Roma, pero yo soy el emperador; todos mis enemigos han de ser los suyos».
El papa bajo arresto
Así se llegó a los acontecimientos de enero de 1808. El avance del ejército de Miollis hacia Roma se hizo siguiendo las instrucciones que Napoleón dio a su hermano José, entonces rey de Nápoles. El 2 de febrero, las tropas imperiales entraron en la Ciudad Eterna, tomándola por sorpresa y sin apenas disparar un tiro. Pío VII se retiró al palacio del Quirinal y lo fortificó con las escasas tropas que le seguían siendo fieles, la Guardia Noble y la Guardia Suiza. Partes del territorio pontificio fueron anexionadas al reino de Italia. Pero ni siquiera con eso tenía suficiente el emperador.
Un año más tarde, tras su inesperada derrota en la batalla de Essling, Napoleón quiso dar impresión de fuerza y el 27 de mayo de 1809 decretó la anexión a Francia del territorio papal restante. El papa podía seguir residiendo en Roma y recibiría un estipendio anual de dos millones de francos. Esta vez Pío VII decidió alzar la voz. El 10 de junio, promulgó la bula Quam memorandum, en la que, sin mencionar expresamente a Napoleón, excomulgaba a los ladrones del patrimonio de San Pedro. A continuación estallaron disturbios en Roma contra la ocupación militar extranjera, que los franceses se apresuraron a sofocar.
Fue entonces cuando Napoleón, indignado por haber sido excomulgado, ordenó el arresto del pontífice. En la noche del 5 al 6 de julio de 1809, el general de la gendarmería Étienne Radet encabezó una variopinta fuerza de un millar de soldados, policías y reclutas de la recién creada Guardia Cívica de Roma. Los guiaba un antiguo empleado al que habían despedido por ladrón.
Prisionero del emperador
Tras esperar a que el papa apagase la luz, hacia las dos de la madrugada saltaron los muros y entraron en el Quirinal, forzando puertas y ventanas. El papa ordenó no ofrecer resistencia, se vistió apresuradamente y recibió a Radet. Cuando éste le exigió que renunciara a la soberanía sobre los Estados Pontificios y anulara la bula de excomunión, Pío VII respondió: «Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo», es decir: «No podemos, no debemos, no queremos».
Cerca de Siena, el carruaje volcó y Pío VII acabó en el barro.cuando le preguntaron qué había sentido al arrestar al papa, respondió que todo había sido normal hasta que él y el papa se miraron a los ojos. «En ese momento, mi Primera Comunión apareció ante mis ojos».
Entonces Napoleón convocó un concilio en París, pero se llevó una desagradable sorpresa porque los prelados apoyaron a su pontífice.
Como el papa se negaba a someterse, Radet procedió a su deportación a Francia. Pío VII apenas tuvo tiempo de reunir el equipaje más indispensable y ordenar que destruyesen su anillo, temiendo que lo usase algún usurpador. El largo viaje fue duro para un anciano de 67 años de salud frágil.
Llegó a su destino, Savona, cerca de Génova, a finales de año. Allí fue bien atendido, e incluso estableció una relación amistosa con su carcelero, Antoine Brignole-Sale, prefecto de Montenotte. En septiembre de 1809, Miollis fue recompensado con el título de conde del Imperio y Radet fue nombrado barón. Años después,
Una vez en su poder, Napoleón intentó atraer al papa a su causa, pero éste se mostró irreductible. Se negó a tocar los dos millones que le habían ofrecido, rechazó a los obispos designados por el emperador y no quiso reconocer su divorcio de Josefina ni su nuevo matrimonio con María Luisa de Austria. Al cabo de tres meses, Napoleón tuvo que disolver el concilio.
El regreso a Roma
En mayo de 1812, justo antes de la invasión de Rusia, Napoleón decidió trasladar a su prisionero al palacio de Fontainebleau, temiendo que los británicos pudieran liberarle en un golpe de mano. Al cruzar los Alpes, Pío VII cayó tan enfermo que le administraron la extremaunción, pero sobrevivió. Llegó a Fontainebleau el 20 de julio, donde volvió a caer enfermo. En enero de 1813, Napoleón lo visitó en un intento de forzarlo a firmar un nuevo concordato que lo convertiría en un títere francés. Pío cedió, pero se retractó poco después.
El 23 de enero de 1814 Napoleón puso a Pío VII en libertad, pensando que así frenaría las intrigas del general Murat, rey de Nápoles, con los aliados. Pero como Pío no quiso dejarse manipular, Napoleón procedió a arrestarlo de nuevo y deportarlo de un lado para otro. Finalmente, el pontífice fue liberado por los austríacos cuando se hallaba en Parma. El 6 de abril, Napoleón abdicaba y el 24 de mayo Pío VII hacía una entrada triunfal en Roma, donde moriría en 1823.
FUENTE: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/dia-que-napoleon-secuestro-papa-roma_9787