El 30 de octubre de 1938, según cuenta la leyenda, Orson Welles y su troupe de actores montaron una adaptación dramática radial de la célebre obra de H.G. Wells, La guerra de los mundos, y agarraron desprevenido a medio Estados Unidos, desatando un pánico masivo entre aquellos que no entendieron que lo que estaban escuchando era ficción. Hasta aquí el suceso es bien conocido y, aún si usted sabe muy poco de la historia de la radio, es probable que haya estado expuesto a esta anécdota sobre el poder de los medios y se haya impactado. Ahora, ¿acaso esto sucedió realmente de esta manera?
Responder esa pregunta afirmativamente es tentador y, ciertamente, hay mucho que se ha dicho en estas últimas ocho décadas que parece confirmar la veracidad del hecho. Y, sin embargo, para navegar este misterio de forma apropiada y llegar a algo parecido a una solución, se debería empezar por desbaratar mucho de lo que creemos que sabemos sobre el hecho, comenzando por las condiciones en las que se produjo.
Recordemos que el programa por el que se emitió esta dramatización era uno conducido por Welles que se llamaba The Mercury Theatre on the Air (TMTA) y solía salir los domingos a las 8 de la noche por CBS. Ya para cuando se produjo el suceso, la emisión llevaba cuatro meses al aire, pero todavía no tenía un sponsor y distaba de ser un éxito, especialmente porque debía competir en su segmento con un programa de variedades muchísimo más popular conocido como The Chase and Sanborn Hour (TCSH). Por eso, en el día del hecho, no resultó extraño que la mayoría de las radios (el 98%, de acuerdo a estimaciones de ese mismo día) no estuvieran sintonizadas en CBS.
Esta mínima audiencia, sin embargo, no amedrentaba a sus productores y todo se hizo de la misma manera que se había venido haciendo hasta entonces. La única diferencia es que, al ser la víspera de Halloween, John Houseman y Welles, los encargados, se propusieron hacer algo de terror y eligieron tomar el clásico de Wells y aggiornarlo para que se ajustara la realidad norteamericana del siglo XX. Para lograrlo, se produjo un guion que, sin apartarse demasiado de la línea original, adoptaba un carácter realista en su forma en tanto que se tenían en cuenta los procedimientos novedosos de la radio – tales como los informativos periodísticos, popularizados unos meses antes – y se le dio un cariz definitivamente más moderno a una historia ya conocida por todos.
Así, con todo listo, el 30 de octubre a las 8 de la noche, un anunciador presentó el programa y dejó muy claro que lo que seguía era una pieza de ficción. Orson Welles en personaje, de hecho, leyó una introducción en la que explicó que la acción se situaba en el futuro (1939) y, sólo después de varios minutos, empezó a desenvolverse la acción lentamente. Los oyentes, entonces, quedaron expuestos a una especie de programa musical en el que el ficticio conductor Ramón Raquello y su orquesta ejecutaban “La Cumparsita” desde una ubicación identificada como el Salón Meridian, sólo para ser interrumpidos constantemente por noticias misteriosas que llegaban acerca de fenómenos espaciales. De esta manera, el público quedaba imbuido en una suerte de ficción dentro de la ficción, en la cual un falso servicio informativo iba detallando la llegada de los invasores en tiempo real y, en una calculada escalada dramática, exponía a los oyentes al desarrollo y eventual resolución de la crisis.
Hasta aquí, esto no pasaba de ser un interesante ejercicio dramático, un relato inquietante y una exploración novedosa de las posibilidades del medio, pero todavía estábamos lejos de la famosa histeria colectiva. Sí, es posible que, como tantos historiadores han afirmado, muchos de los oyentes que escucharon La guerra de los mundos eses día lo hicieron con el programa ya empezado y se perdieron la explicación. Después de todo, es cierto que para muchos la mejor parte de TCSH, el programa de mayor rating, era el monologo inicial del ventrílocuo Edgar Bergen y, cuando este hubo terminado (unos 15 minutos después de las 8), apareció un invitado musical que no era del agrado de todos. En este punto es altamente probable que, mientras las agujas de millones de radios estadounidenses se movían por los diales para ver que más estaba pasando, muchas de ellas se toparon con TMTA justo en el momento en el que la historia que estaban actuando alcanzaba uno de sus momentos más dramáticos: la apertura de la cápsula marciana en Nueva Jersey y el asesinato al aire del personaje del reportero que estaba cubriendo el evento.
Pero, por más que queramos ver una crisis generalizada, las fuentes nos indican otra cosa. Literalmente, según las encuestas de rating de ese día, no había ni una sola persona de las que fue consultada que afirmara no saber que lo que había escuchado era ficción. La histeria, en la realidad, no habría pasado de algunos pocos casos individuales sensibles a este tipo de relato por una coyuntura en la que – con Hitler invadiendo países en Europa – era relativamente normal escuchar este tipo de léxico empleado en la radio. De ahí que, aunque parezca extraño, muchos de los que luego expresaron haber creído lo que estaban escuchando, confesaron que pensaban que se trataba de una invasión alemana que estaba siendo malinterpretada por los periodistas de la radio. La respuesta más común, sin embargo, parece haber sido lo que Erika Dowell, curadora del archivo de Welles de la Universidad de Indiana, describió como una leve sensación de confusión. Para ella, de manera similar a como hoy reaccionamos frente a un tuit que parece ser falso buscando fuentes que lo avalen, en 1938 las personas habrían tratado de comunicarse con la policía o con algunos de sus vecinos para preguntarles si ellos sabían qué era lo que estaba pasando. La respuesta, entonces, no habría sido una histérica, si no más bien una relativamente razonable.
Así, más allá de estos casos aislados, la noche del 30 de octubre no terminó en tragedia. El mito, por el contrario, se empezó a gestar al día siguiente cuando los diarios levantaron la noticia y la sacaron de proporción. Por todo el país, los titulares anunciaban que la emisión había generado pánico y desconcertado a millones de personas, aún si – como ya hemos visto – la situación distaba de ser tan grave. La actitud, igualmente, era comprensible si se tiene en cuenta que, tal como ha señalado el historiador de la radio, Michael Socolow, los diarios tenían muchísimo para ganar ante una eventual desacreditación de la radio como medio de difusión de noticias. Es que, en la medida que ésta había ido ganando popularidad, muchos de los anunciantes habían retirado sus publicidades de la prensa para apostar por la nueva tecnología, generando una inmensa pérdida a los periódicos. Éstos, en represalia, evitaron señalar que se trataba de una pieza de radioteatro y se aferraron a este hecho que probaba que la radio era un medio irresponsable, incapaz de dar la información de forma clara. Tanto ruido hubo, que Welles y Houseman incluso tuvieron que salir a aclarar todo en una conferencia de prensa que, en definitiva, le serviría al futuro director de El ciudadano para cimentar su propio mito de genialidad acerca de lo que había sucedido ese día. Mito, según el cual él había desarrollado esta emisión para probarle a las personas que no tenían que creer todo lo que escuchaban en la radio. Sea como sea, el hecho de que el suceso pasara de ser una mera representación teatral en un programa de pocos oyentes a transformarse en una noticia nacional, logró que Welles ganara mayor notoriedad y, sólo unas semanas después, la empresa fabricante de sopas Campbell entró como sponsor de su programa.
Finalmente, en especial a partir del libro de Hadley Cantril, Invation from Mars (1940), el mito se solidificó y se hizo conocido en todo el mundo. Pero, aun así, para sorpresa de muchos, la experiencia sirvió como modelo para el desarrollo de nuevas emisiones, realizadas ahora con el activo propósito de engañar al público y, en algunos casos, generando una histeria mucho mayor a la que había tenido lugar en el suceso original. Así, por ejemplo, en Quito, Ecuador, en 1949 una producción adaptada tan convincentemente al contexto local terminó asustando tanto a los oyentes de Radio Quito que logró que multitudes salieran aterrorizadas a las calles y que dotaciones del ejército y de la policía fueran enviados a luchar contra los invasores. Cuando se descubrió que todo era una mentira, la masa enardecida volcó su furia contra la radio, incendiando el edificio que la alojaba y, eventualmente, produciendo la muerte de entre 6 y 15 personas.
En definitiva, después de todo esto, queda claro que el 30 de octubre casi nadie pensó que Estados Unidos estaba siendo invadida por los marcianos. Lo que sí sucedió fue que se dieron las condiciones para imaginar que la forma en la que comunicamos las cosas y la forma en la que podemos dejarnos atrapar por una narrativa tienen la capacidad de adquirir dimensiones monstruosas y, potencialmente, fatales.