El Padrino, esa película inolvidable

Podría decirse que esta gran obra creó un nuevo género cinematográfico y que el mismo no debería considerarse simplemente como una película “sobre la mafia”. La familia, la ética, la corrupción, la lealtad y la traición, la justicia, la venganza, la culpa… todas estas cuestiones tienen su lugar en la historia de la familia Corleone, que se extendería en el tiempo, hacia el pasado y hacia adelante, con las sucesivas (y también extraordinarias) partes II y III.

El Padrino le costó a la Paramount Pictures alrededor de 6 millones de dólares y recaudó 246 millones, 135 de ellos dentro de EEUU. Fue nominada a 11 Oscar, de los que ganó 3: mejor película, mejor actor protagónico (Marlon Brando) y mejor guión adaptado (Mario Puzo y Francis Ford Coppola). También ganó 5 Globos de Oro (mejor película, mejor director, mejor guión, mejor actor principal y mejor música original), además de otros 19 premios internacionales. Marlon Brando no fue a recibir el Oscar; lo rechazó aduciendo que, en su criterio, la comunidad indígena no era valorada ni considerada adecuadamente por la industria del cine. Al Pacino tampoco fue a la ceremonia de entrega de los Oscar, en desacuerdo por haber sido postulado al Oscar como “actor de reparto” (supporting role); consideraba que su papel correspondía al rubro “actor principal” (leading role), ya que en la película tenía más minutos en pantalla que el mismo Brando.

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Francis Ford Coppola, Marlon Brando and Al Pacino en el set.
Francis Ford Coppola, Marlon Brando and Al Pacino en el set.

 

 

Mario Puzo, el autor de la novela original, trabajó codo a codo con Francis Ford Coppola en la adaptación de la novela (una gloriosa obra de imprescindible lectura), y la relación que se desarrolló entre ellos derivó en un respeto y un afecto sincero que se derramó hacia los actores que intervinieron en la película. Y gracias a eso y a la unidad y espíritu de grupo que se generó, lograron (todos en general, y Coppola en particular) sortear los innumerables obstáculos que se hicieron presentes desde el mismísimo inicio de la filmación.

La mayoría de los inconvenientes, hay que decirlo, fueron generados por la Paramount Pictures: por sus productores, por sus ejecutivos, por sus directivos. Las razones, con matices diferentes, tenían un denominador común: no tenían absoluta confianza en Francis Ford Coppola, ni como guionista ni como director; además, no estaban de acuerdo en la elección de actores para los papeles principales (casting). Y se lo hicieron notar permanentemente a Coppola, quien tuvo que sostener su proyecto y sus decisiones permanentemente, para lo que contó con el apoyo de todos los actores y el staff técnico involucrado en la película.

Para empezar, la novela era una joya, y eso subía la vara hasta un nivel de exigencia que Paramount pensaba que a Coppola le costaría alcanzar en cuanto a la adaptación de la misma a la pantalla; el mismo Coppola tenía temor de no estar a la altura con el guión. El acercamiento de Mario Puzo, el autor de la obra original, ayudaría a poner las cosas en orden. Coppola se sintió contenido y respaldado por Puzo, con quien trabajó de muy buena manera, y las ideas que generaron fueron creando una espiral virtuosa que se potenció apenas se plasmaron en el set de filmación.

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“¡Marlon Brando jamás actuará en esta película!”, le dijeron taxativamente los productores de la Paramount a Coppola. Así empezó la cosa en cuanto a la elección de actores. Tanto insistió Coppola que le dijeron, casi como una chance lejana, “si acepta hacer una película gratis después, no falta nunca, no se pelea con nadie y no llega tarde, y todo puesto por escrito… veremos.” Brando no cumplió todo eso (era contrario a su naturaleza) pero no cobró tanto como imaginaban, y Coppola y el guión lo sedujeron. El día de su primera reunión en privado con Coppola, este lo esperó con una selección de quesos y unos cigarros. Brando llegó, se puso unos Kleenex en los carrillos, se pintó el pelo de negro y le dijo a Coppola: “Don Corleone es como un bulldog”, comenzó a hablar de esa manera ronca y única que lo inmortalizó en el papel y se metió a Coppola en el bolsillo; Coppola estaba viendo a Vito Corleone en persona: Brando adentro, y a aguantársela. ¡Ah! En la película, Coppola se tomó una pequeña vendetta, solo detectable por los involucrados; “¡Johnny Fontaine jamás actuará en esta película!” es la frase (la misma, eh) que Coppola le hace decir a Jack Woltz, el personaje del productor de cine de Hollywood que interpreta John Marley, a Tom Hagen (personaje que interpreta Robert Duvall), cuando éste le pide en nombre del Don que le otorgue a Fontaine, amigo de la familia, el papel principal en su película… Como sabemos, el hombre termina cambiando de opinión la mañana siguiente, al encontrarse en su cama con la cabeza ensangrentada de su mejor caballo pura sangre… de paso, digamos que dicha cabeza no fue tan fácil de conseguir, ya que las sociedades protectoras de animales pusieron el grito en el cielo. Finalmente una casa de venta de mascotas fue quien la proveyó, y las cosas se fueron calmando.

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La elección del actor para interpretar a Michael Corleone fue otro punto de tensión, que duró inclusive hasta bien avanzada la filmación. James Caan (que interpretaría a Sonny, el hermano mayor), luego de leer el guión, quería el papel. La Paramount también quería que él fuera Michael. Pero él mismo se dio cuenta de que no mostraba el perfil de “seriedad+cinismo” que se esperaba del personaje. Coppola siguió con las pruebas (¡la Paramount gastó casi 400.000 dólares en pruebas!!), que involucraron a muchísimos actores. De manera insólita, Paramount llegó a sugerir a… ¡Robert Redford y a Ryan O’Neil…!, que si algo no parecían eran descendientes de italianos del sur (“pero sí del norte”, decían los directivos); Martin Sheen hizo una buena prueba, pero no quedó. Y llegó Robert De Niro. Dice Coppola: “la audición de Bobby fue electrizante, espectacular, todos quedamos conmovidos… pero no podíamos venderla”. Más allá del real significado de esa expresión, en ese preciso momento Coppola supo que había encontrado a Vito Corleone… joven. Así que, casi sin buscarlo en ese momento, ya tenía resuelto ese papel para El Padrino II, película que ya tenía en su mente.

Coppola quería a Al Pacino para el papel de Michael, pero la Paramount no quería saber nada con él. No era algo personal, pero Pacino tenía 30 años, apenas dos películas menores en su haber, y no solo no era una estrella sino que ni siquiera era muy conocido en el ambiente cinematográfico. Robert Duvall lo había visto en Broadway y avaló la decisión de Coppola. Marcia Lucas (la esposa de George), que era vestuarista, le dijo a Coppola: “elige a Al… nos desnuda a todas con la mirada…”. La prueba de Al fue satisfactoria, su química con Diane Keaton (Kay, la pareja de Michael en el film) dentro y fuera del set era excelente y Coppola sostuvo a Al Pacino una y otra vez ante los directivos de la Paramount, que no paraban de decirle, durante el rodaje, “¿cuándo va a empezar a hacer algo?”.

Al Pacino percibía que no lo querían, que no confiaban en él. “Escuchaba risas mientras ensayaba y en las tomas”, recuerda. Pero sus compañeros y el director lo respaldaban, y eso era suficiente para él. Y con esa tensión encima afrontó el rodaje… hasta la escena en el restaurante, en la que mata a Sollozo, escena en la cual la mirada y cada movimiento de Pacino se ganaron la admiración de todos, y el set enmudeció. Pacino había mostrado sus credenciales y daba el primer paso hacia su consagración indiscutible.

La desconfianza entre Paramount y el director persistía; Coppola se sentía tenso y con la sensación de que en cualquier momento lo echarían. A tal punto llegaron las cosas que Paramount decidió ponerle un “director supervisor” en el set. Insólito. Un día, Coppola estaba en el baño y escuchó los comentarios escépticos de los directivos sobre el ritmo que le daba al film. Coppola no dijo nada, estaba seguro de lo que hacía. Le propusieron un director alternativo para las escenas de violencia, ya que consideraban que Coppola no era totalmente idóneo en ese rubro. Coppola fue entonces con su hermana (Talia Shire, Connie en la película) y su hijo al set, imprevistamente, a “practicar” la violenta escena en la que Carlo golpea a Connie; los que estaban presentes no entendían nada y hasta se asustaron por la violencia que presenciaban. James Caan ayudó también: le pidió a un utilero que pusiera un palo de escoba en el auto (no estaba en el guión), para la escena en la que Sonny llega desaforado para golpear a su cuñado Carlo, luego de que Connie lo llamara para que fuera en su auxilio. Apenas baja del auto le arroja el palo por la cabeza a Carlo, que estaba en la acera de su casa.

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Duvall, Caan y Pacino apreciaban y respaldaban a Coppola, a quien respetaban humana y profesionalmente. Brando, como siempre, era prescindente en cualquier tópico que no se relacionara con su persona. Brindó una escena memorable en una sola toma frente al cadáver de Sonny luego de una miniconcentración en silencio y aceptó hacer una cuarta toma (Coppola solía resolver cada escena en una o dos) en la escena en la que Tom Hagen le dice que han asesinado a Sonny, escena en la que Coppola recuerda cómo la extraordinaria actuación de ambos conmovió a todos los presentes en el set.

Pacino se afianzó, Duvall bromeaba con él permanentemente prometiéndole hacerle reír en las escenas, Caan mostraba un buen humor permanente, los tres evitaban roces con Brando, y las cosas fluyeron. Pacino recuerda como su escena favorita esa en la que él se va caminando luego de que han estrangulado a Carlo en el auto (“ese es Michael”, dice), y muestra su respeto ante el director que lo respaldó de principio a fin. “El pecado ya está hecho; ahora está en ti manejar con equilibrio la culpa de manera de no dejar de hacer lo que tienes que hacer, a pesar de ella”, le dijo Coppola después de la escena del restaurante.

En la última escena de El Padrino, Al Neri (personaje secundario interpretado por Richard Bright), leal e intimidante por partes iguales, cierra la puerta en las narices de Kay, mientras otro miembro del grupo besa la mano de Michael, que acaba de mentirle a Kay de la manera más cínica y natural imaginable, al contestarle con un escueto y definitivo “no” ante la insistente pregunta sobre si había mandado asesinar a Carlo. Esa escena sola, en la que no hay una sola palabra, ya vale la entrada al cine. Pero claro, a esa altura uno ya ha visto 175 minutos inolvidables y no quiere que la historia termine ahí.

Y no terminó ahí, claro que no.

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