El origen poético de la palabra argentina

El prelado Martín del Barco Centenera había acompañado a Ruíz Díaz Melgarejo y al adelantado Ortiz de Zárate para cumplir su tarea evangelizadora durante la conquista. A tal fin había aprendido el guaraní. Debido a cierta tirantez con el adelantado Diego Mendieta, fue trasladado a Cochabamba, donde fue acusado de “mantener relaciones ilícitas y vivir amancebado con una mujer”. De vuelta en la península, publicó en Lisboa el poema que daría nombre a nuestro país. Sin embargo, la denominación no se difundió, y quizás el término hubiese quedado en el olvido si no fuera que, casi dos siglos más tarde, esta palabra argentina fue rescatada por nuestro más conocido literato de fines del siglo XVIII, quien además fue uno de los precursores de nuestra autodeterminación. Nos referimos a José Manuel Lavardén (1754 – 1809) (también figura escrito como Labardén, en una época de anarquía ortográfica).

Este abogado, escritor y productor agropecuario fue quien, en su Oda al Paraná, menciona a las “sencillas ninfas argentinas”. El poema apareció en nuestro primer periódico, el famoso Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata en abril de 1801, gracias a intercesión de Manuel Belgrano, quien compartía con el poeta la preocupación por el cuidado de la hacienda y el libre comercio. Ambos creían que la supresión del monopolio español sería un factor de progreso para la región.

Era Lavardén un neoclásico, un liberal borbónico, quien creía que la poesía hacía más llevadera “las tareas estériles”. (Sin que hiciese referencia a cuáles tareas consideraba como tales).

A la misma pluma de Lavardén (quien también empuñó la espada y el látigo) se debe la creación de la primera tragedia escrita en nuestra tierra y que se desarrolla en los lugares descriptos por el mismo del Barco Centenera en su historia “Argentina”, y recogidos en la crónica de Ruíz Díaz de Guzmán. En la obra llamada Siripo, cuenta el drama acaecido en la primera población establecida en geografía argentina, el Fuerte del Sanctis Spiritus, y la suerte aciaga sufrida por el matrimonio entre Sebastián Hurtado y su esposa Lucía Miranda, sometidos a la cruel voluntad del cacique Siripo.

El secuestro y vejación de la bella Lucía había despertado ecos en la literatura europea, Montaigne la evoca en su texto “De los caníbales”, como el choque entre la civilización y la barbarie (aún Rousseau no había idealizado al noble salvaje) y hasta hay quien sostiene que Shakespeare se hace eco del drama en La Tempestad.

Siripo se estrenó en febrero de 1789, en el teatro de La Ranchería, y periódicamente se la repuso hasta 1816, cuando un incendio hizo perder parte del texto, del que solo se conserva el segundo acto.

No solo se dedicó a escribir Lavardén, sino que se destacó en la cría de ganado vacuno y lanar en las vecindades de Colonia de Sacramento, donde fue encarcelado por un pleito. Sin embargo, también es recordado por actuar junto a Santiago de Liniers durante las invasiones inglesas (Vicente López y Planes en su “Himno al triunfo de Buenos Aires”, lo llamó hijo de Apolo), y su decidida participación en el Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806, cuando vota en favor de la destitución del Virrey Sobremonte, el primer acto de autodeterminación de esta nación, a la que Lavardén insistió en llamar Argentina.

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