El Muro de Berlín: el muro que separó los miedos
A finales de 1955 Europa mostraba dos bandos bien definidos; habían ocurrido cosas suficientemente importantes para que así ocurriera. En mayo, cumpliendo el Acuerdo de París del año anterior, Alemania fue admitida en la OTAN. La prolongaba ocupación de los aliados en ese país y la posibilidad de que Alemania se rearmara preocupó y mucho a la Unión Soviética; en definitiva, esta había sido atacada por Alemania durante las dos Guerras Mundiales.
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Conferencia de la OTAN en París en mayo de 1955.
La respuesta del Kremlin no se hizo esperar: gestionó el Pacto de Varsovia como un acuerdo de mutua defensa. Incluyó a Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumania, Albania y… Alemania Oriental. Con el argumento de crear un “contrapeso” a la dominante OTAN de los aliados victoriosos en la guerra, el Pacto permitía a Moscú tener tropas y armamento en todos esos países, con lo cual de alguna manera (bah, de todas las maneras) se aseguraba su dominación sobre todo ese extenso territorio geográfico y político. Después de eso, comenzó la retirada de las tropas soviéticas. Volviendo a casa, digamos.
En julio del mismo año, representantes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética se reunieron en Suiza para establecer cuestiones esenciales para una convivencia razonable entre Oriente y Occidente. El mundo estaba temeroso de la amenaza (y más que una amenaza, una posibilidad cierta) de una guerra atómica o nuclear, habida cuenta de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki. El entonces presidente americano, Dwight Eisenhower, pretendió tranquilizar al mundo en ese sentido asegurando que eso no ocurriría, al menos por iniciativa de su país. Pero el resto de los temas sobre la mesa no hubo acuerdos importantes y, sobre todo, quedó sin resolverse la cuestión de la división de “las dos Alemanias”. Este contexto se prolongó en el tiempo, sin una voluntad real (o con una manifiesta incapacidad, de no ser así) de encontrar una solución o al menos una salida elegante a esta situación.
Desde el fin de la Segunda Guerra, los soviéticos habían propuesto la retirada de Berlín de todas las tropas, pero las potencias aliadas occidentales no accedían a ese pedido ya que temían una ocupación comunista con la consecuente hegemonía política y militar en la zona.
Un par de meses antes de comenzar la construcción del Muro, Nikita Khrushchev, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (uf, qué título… y tenía otros dos, tan largos como este) había amenazado incluso con utilizar armamento nuclear si no se resolvía el “asunto Berlín”. Eso no hizo más que aumentar la tensión local, y como consecuencia de ello… la huida de más alemanes: 30.000 escaparon entre junio y agosto. Así que decidieron frenar la sangría por la fuerza: se construye el Muro y se acabó.
En la madrugada del 13 de agosto de 1961, varios camiones militares avanzando desde la zona este de Berlín llevaban soldados y materiales que unas horas después ya separaban, alambradas mediante, la “zona comunista” de la “zona capitalista” de la capital alemana. Las alambradas fueron reemplazadas progresivamente por vallas electrificadas y por muros (que luego fueron “el Muro”), además de quedar bajo la vigilancia constante de soldados, perros y minas terrestres. El Muro tenía una extensión de 48 km y partió Berlín en dos.
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La burda pantalla que justificaba pobremente su construcción (mantener alejados a subversivos o saboteadores) no se la creyó casi nadie. Lo que se buscaba era simplemente (y dramáticamente, hay que decirlo) que los alemanes del este no huyeran de su sector: para ese entonces, y desde 1949, ya habían escapado de la falta de trabajo y de la represión política de Alemania Oriental casi 2.500.000 personas. Y se iban a Berlín occidental más que a ningún otro lado.
Mientras el Muro se construía, se producían con frecuencia discusiones, reyertas y peleas entre berlineses occidentales y los constructores del mismo; eran dispersados y reprimidos con chorros de agua y hasta con gas lacrimógeno, y hasta ocurrió que Estados Unidos envió soldados, no para enfrentarse militarmente sino como una especie de “gesto simbólico” de desacuerdo; ese clásico histeriqueo como para no dejarla pasar sin hacer nada y mostrar “ojo que yo también tengo lo mío, eh…”.
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El Muro quedó rápidamente establecido y fue un verdadero símbolo de la Guerra Fría durante casi treinta años. Desde el comienzo de su construcción hubo bastantes restricciones para pasar desde el sector occidental hacia el oriental, y estaba directamente prohibido pasar desde el sector este hacia el sector oeste. La entrada y salida de los alemanes occidentales se fue suavizando hacia los años ochenta, hasta que, el 9 de noviembre de 1989, con otra Europa, empezó a caer. Pero eso… es otra historia.