Corría el 21 de junio de 1940 cuando la orgullosa Francia, país con uno de los mejores ejércitos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, colapsó y capituló ante el avance imparable de las unidades acorazadas alemanas. De nada sirvieron al país los cinco millones de hombres que habían sido movilizados al comienzo de la contienda. Tampoco la aparentemente impenetrable Línea Maginot (orgullo del ejército a pesar de representar una forma de combatir anticuada y basada en las defensas estáticas). Aquel verano, los galos no tuvieron más remedio que firmar un armisticio en el mismo vagón que habían usado apenas unos años antes para humillar a los germanos al final de la Gran Guerra. El dominio del viejo continente había cambiado de manos.
A partir de entonces Francia quedó dividida en dos regiones (una alemana y otra con un gobierno proclive a Adolf Hitler) y empezó a tejerse un mito, el de la popular Resistencia. Bajo ella, De Gaulle intentó esconder el colaboracionismo y tejer de nuevo una unidad nacional que había sido herida de muerte. Pero la realidad es que este movimiento no fue tan masivo ni tan homogéneo como nos han hecho creer las películas. «La Résistance» estuvo vertebrada por decenas de grupos de ideologías diferentes que, en muchos casos, no dudaban en pisar al contrario si así podían subir un peldaño más en lo que a popularidad y poder se refiere. Sin embargo, a partir de 1943 un personaje llegó desde el otro lado del Canal de la Mancha para tratar de unificarla y construir un frente común: Jean Moulin.
Más político que soldado (había organizado durante el gobierno del Frente Popular el suministro de armas al bando republicano en la Guerra Civil), Moulin recibió el difícil encargo de lograr que los diferentes movimientos se unieran en torno a la bandera francesa. Y en parte lo logró mediante el Consejo Nacional de la Resistencia. Por desgracia, los agentes de la Gestapo (al frente de los cuales se hallaba Klaus Barbie, el «Carnicero de Lyon») evitaron que continuara con su tarea tras capturarle en el verano de 1943. A partir de aquella triste jornada el líder más carismático de «La Résistance» fue sometido a unas torturas tan bestiales que le costaron la vida. Entre otras tantas cosas, los germanos le destrozaron la cara a base de golpes, le arrancaron las uñas y le machacaron los dedos.
Así lo dejó claro Christian Pineau, uno de sus compañeros, cuando le vio en prisión después de aquella barbarie: «Había sido torturado de forma feroz, su cuerpo estaba lleno de contusiones y tenía un enorme bulto en la sien». En sus palabras, aunque el líder galo sabía que iba a morir de forma atroz si no desvelaba sus secretos a Barbie, no dijo ni una palabra que pudiera poner en peligro el trabajo de sus compañeros. Moulin falleció poco después, el 8 de julio, mientras era trasladado a Alemania en el expreso de Berlín escoltado tan solo por un agente. Se podría decir que sus captores pensaban que no tardaría en dejar este mundo. No obstante, aquel último viaje le convirtió en el gran mártir de Francia y permitió que, entorno a él, se orquestara la defensa contra el invasor.
Político y guerrero
La vida de Jean Moulin ha sido en parte olvidada en España. Aunque, como en otros tantos casos, el historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog « ¡Es la guerra!» y de una veintena de obras sobre el conflicto) la ha rescatado en su libro « Desafiando a Hitler». El experto define a este galo como un luchador que plantó cara al nazismo en la misma Francia (De Gaulle lo hizo, por el contrario, desde la seguridad de Gran Bretaña) a pesar de haber dedicado su juventud a desarrollar una brillante carrera en la administración pública. «Nacido en 1899, había estudiado Derecho y había mostrado además grandes inquietudes en otros campos, como el artístico o el político», explica en su obra. Ejemplo de ello es que, con apenas 23 años, ya había alcanzado el puesto de jefe del gabinete del prefecto de Saboya.
A partir de entonces no tardó en atesorar otros tantos ministerios. Aunque quizá uno de los que le hizo más famoso fue su puesto como ministro de Defensa mientras se sucedía la Guerra Civil en España. Durante aquellos años, en pleno gobierno del Frente Popular, fue el encargado de organizar el envío de armas hacia España. «Sería el político más joven en alcanzar esa responsabilidad», añade el autor. Después de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de que tenía un puesto político de gran responsabilidad, Moulin solicitó ser movilizado y acudir al frente para enfrentarse a los alemanes. En palabras de Hernández, buscaba redimirse tras no haber podido luchar en la Gran Guerra. Por desgracia para él, no se le permitió entrar a formar parte del ejército. «Se le dijo que sería más útil desde su puesto», completa el experto.
Moulin sufrió, como otros tantos franceses, la derrota de su país como una puñalada en el estómago. A pesar de todo, mantuvo su puesto durante el gobierno de Vichy con el objetivo de defender a los galos y evitar los excesos de los invasores. Pero, como era de esperar, acabó odiando a sus compañeros por su tendencia colaboracionista. Aquella distancia le destrozó a nivel político y, poco después del armisticio, fue encarcelado por negarse a apoyar las mentiras que el nazismo obligaba a replicar a los políticos locales. Aquel paso por prisión podría haberle servido de escarmiento, pero sucedió todo lo contrario. En el mismo momento en el que fue liberado (a finales de 1940) atravesó la frontera, se presentó ante De Gaulle en Inglaterra y solicitó un puesto para ayudar a combatir a Hitler.
De inmediato, De Gaulle supo ver la capacidad organizativa de Moulin y, en lugar de darle un fusil, le entregó otra responsabilidad. Así se convirtió, de facto, en el mayor representante político de la Resistencia y en el encargado de organizar y unificar a los diferentes grupos que luchaban de forma independiente. En nombre de la Francia libre (el último reducto levantado por el gobierno galo en el exilio), este político comenzó su carrera militar lanzándose de incógnito sobre su tierra natal en enero de 1942. A partir de entonces las idas y venidas entre ambos países fueron habituales. Así, hasta marzo de 1943, cuando se arrojó por última vez desde un avión con órdenes de convencer a los líderes locales de que se unieran al recién creado Consejo Nacional de la Resistencia.
Cazado
En un intento de poner de acuerdo a los diferentes líderes locales, Moulin organizó una reunión clandestina en la consulta de Frederic Degoujon el 21 de junio de 1943. Años después, en 1996, este médico de Lyon concedió una entrevista a « The New York Times» en la que explicó lo sucedido aquella aciaga jornada. «Un viejo amigo de la infancia me preguntó si la Resistencia podía reunirse en mi oficina. Estuve de acuerdo», afirmó. Para evitar levantar sospechas, decidieron que el encuentro se llevara a cabo durante las horas de visita y que todos accederían al lugar como si fueran pacientes. Una vez dentro, se ubicarían en una sala diferente del edificio. Nada podía salir mal.
Pero con lo que no contaban ni Moulin ni sus compañeros era con que el jefe de la Gestapo de la región era Klaus Barbie, un oficial que era conocido por su barbarie (le llamaban el « Carnicero de Lyon») y por sus dotes para sonsacar información a los reos. En ambos casos se había ganado su fama. No en vano, al final de la guerra tenía en su haber un total de 4.000 muertes y 7.500 deportaciones de hombres, mujeres y niños. Este brutal personaje fue informado por un hombre cercano a los miembros de la Resistencia del lugar exacto en el que se iba a llevar a cabo la reunión y, poco después de que comenzara, se presentó junto a un centenar de soldados en la consulta para capturar a todos los presentes. «Estaba tratando a un paciente y, de repente, escuché cómo alguien subía las escaleras. Todo terminó muy rápido», explicaba el médico.
El mismo De Gaulle hizo hincapié en este episodio en sus memorias:
«La desaparición del comandante del Ejército Secreto podía acarrear la desorganización de los elementos paramilitares en el preciso momento en que su jefe comenzaba a unificarlos. De ahí que Jean Moulin se viera forzado a convocar a los delegados de los movimientos para ordenar las medidas necesarias. […] Aquel día, en el curso de una operación llevada a cabo por la Gestapo, cuando menos extraña por la información que poseía sobre horarios, lugares y personas sobre las que recayó, mi delegado fue capturado por el enemigo con todos los que le acompañaban».
Crueles torturas
En las jornadas siguientes, Barbie desató todo su odio sobre los cautivos. En principio, y como no había visto jamás la cara del líder de la Resistencia, no supo contra quien debía recaer todo su odio. De hecho, los secuaces del «Carnicero de Lyon» no cargaron contra el galo hasta la tarde del 23 de junio. En palabras de Hernández, esto hace suponer que alguno de sus compañeros le delató. Fue entonces cuando comenzaron los primeros golpes. «A partir de ahí, la figura de Moulin comienza a tornarse legendaria. Se cuenta que, cuando Barbie tuvo el convencimiento de que tenía delante de al jefe político de la Resistencia, tras someterle a un duro castigo le entregó triunfante un papel en el que ponía “Moulins”. Con mucha dificultad, aún tuvo fuerzas de tachar la “S”», añade el autor en su obra.
En las horas siguientes Moulin fue sometido a todo tipo de torturas que han sido narradas por organismos como la BBC o la «Jewish Library». Al parecer, el «Carnicero de Lyon» adoraba perpetrar él mismo todo tipo de barbaridades contra los reos tales como golpear sus dedos en el espacio que quedaba entre las bisagras de una puerta (la cual cerraba varias veces hasta que rompía los nudillos al preso) o esposar sus manos con unos artilugios que, mediante tornillos, destrozaban los huesos de sus muñecas. También les azotaba y les golpeaba la cara hasta convertir su rostro en irreconocible. El líder de la Resistencia, como no podía ser de otra forma, pasó por todas estas penurias.
Hernández corrobora estas crueles prácticas. En su obra, el historiador tilda de «salvajes» los métodos de tortura de Barbie. «A los desgraciados que caían en sus manos se les sacaban las uñas de los dedos utilizando agujas calientes a manera de espátulas», desvela. Parece, a pesar de todo, que Moulin se mantuvo siempre estoico y se negó a ofrecer cualquier información que pudiera condenar a otros compañeros. De hecho, la leyenda narra que, cuando Barbie le entregó un papel para que escribiera las direcciones de los miembros de la Resistencia que residían en Lyon, el galo dibujó con las pocas fuerzas que le quedaban una caricatura del oficial.
Cuando acabó la triste sesión de Barbie Moulin estaba destrozado. Poco después los nazis ordenaron a un preso francés (y antiguo miembro de la Resistencia) llamado Christian Pineau que le afeitara. Algo absurdo, como él mismo comentó, ya que para entonces era casi imposible reconocer la cara de su líder por culpa de las contusiones y los moratones. «Estaba listo para morir. Había sido torturado de forma feroz y tenía un enorme bulto en la sien», explicó. Al parecer, trató de intercambiar algunas palabras con él pero, aunque el político abrió un poco los ojos, le fue imposible articular sonido alguno. «No pude entender lo que me dijo. Finalmente se lo llevaron. Él sabía que se estaba muriendo», completó.
Después de la tortura, y a pesar de que Barbie insistió en que entregó a Moulin en perfectas condiciones, el líder de la Resistencia pasó las jornadas siguientes en diferentes prisiones. Así, hasta que el alto mando decidió trasladarle hasta Alemania el 7 de julio en compañía de un enfermero y un guardia. Pero su cuerpo no pudo resistir el viaje y el galo murió a la mañana siguiente. Así fue como acabó sus días el héroe más grande que tuvo «La Résistance». Un hombre que, gracias a su trágica muerte, logró convertirse en un mártir y unificar en parte la lucha (tan dividida) contra el nazismo en su país.