En mayo de 1813 nació en Leipzig Wilhelm Richard Wagner, el noveno hijo de un funcionario policial que murió a los pocos meses de la llegada al mundo de este niño. Su madre pronto (quizás, demasiado pronto) rehízo su vida en pareja con un actor y pintor llamado Ludwig Geyer.
Por una serie de cartas que encontró a la muerte de su madre, Richard (quien durante los primeros catorce años de su vida, Wagner fue conocido como Wilhelm Richard Geyer) sospechó que Geyer era en realidad su padre biológico, y además especuló con que podría ser judío.
La pareja y sus hijos se instalaron en Dresde, una ciudad con un importante movimiento cultural. Allí Richard quedó impresionado por la obra de Karl María von Weber, “El cazador furtivo”. También actuó en algunas obras de Geyer. En su autobiografía, Wagner recordó haber desempeñado en una ocasión el papel de un ángel.
Richard Wagner parecía no tener talento para la ejecución musical, aunque sí podía ejecutar obras de oído. Pero el joven Richard alimentaba sus ambiciones como dramaturgo y a corta edad compuso una tragedia Leubald, en la que se nota una fuerte influencia de Shakespeare y Goethe.
Aun así, Richard mostró su preferencia musical y recibió lecciones de armonía. A los doce años escuchó “La séptima sinfonía” de Beethoven, quien fue su fuente de inspiración. De este periodo de su vida datan las primeras sonatas para piano de Wagner y sus primeros intentos con oberturas orquestales.
Sin embargo, y según nos dice en su autobiografía, el acontecimiento que más lo impresionó fue la interpretación de la soprano Wilhelmine Schröder-Devrient, en su papel de “Fidelio”, la única ópera de Beethoven (aunque si se atiende a la cronología, lo más probable es que haya asistido a la ejecución de “I Capuleti e i Montecchi” de Bellini, pero para el autor más importante del germanismo teatral le haya costado admitir su admiración por una obra tan italiana). Según su siempre tan encendida verba, la interpretación de Schröder “lo liberó de las cadenas a la luz y la libertad”.
Se atribuye a la tal Schröder-Devrient un libro que causó escándalo en su momento, “Memorias de una cantante alemana”, donde relata en forma descarnada sus aventuras eróticas y los tres matrimonios que jalonaron su agitada existencia. No resulta extraño entonces que Richard la haya elegido en los papeles protagónicos de “Rienzi” (1842), “El holandés errante” (1843), y haya encarado el papel de Venus, en “Tannhäuser y el torneo poético del Wartburg”.