Cuentan que Raymond Chandler sólo accedió a trabajar en Hollywood, en el guión de la película La dalia azul, con una condición: la Paramount debía asegurarse de que dos secretarias se hallasen siempre en su presencia. El autor no empezaría a dictarles hasta haber alcanzado el grado etílico que diese rienda suelta a su vena artística.
Todo había empezado en 1932. Por aquel entonces Chandler acababa de ser despedido de la Dbaney Oil Syndicate, compañía petrolífera californiana de la que era vicepresidente. La empresa, afectada por el crack del 29, aprovechó una reducción de personal para deshacerse de aquel ejecutivo cuyo continuo absentismo laboral le ponía constantemente en tela de juicio. Chandler no era un trabajador modelo precisamente. Centrado en el flirteo con las secretarias, trabajaba lo mínimo y aprovechaba cualquier excusa para ausentarse a tomar una copa. El alcoholismo precipitó su caída. Pero a Chandler, lejos de afectarle, la situación le alentó. Contaba 44 años y tenía una clara vocación: ser escritor.
Curtido por una infancia marcada por la ausencia de un padre también alcohólico, que había abandonado a su madre cuando él era solo un niño, fue conducido por ésta hacia la senda de las letras. La señora Chandler, decidida a hacer de su hijo un hombre de bien, se lo había llevado a Inglaterra. Allí, respaldada por un acaudalado abogado miembro de su familia, había logrado que Raymond ingresase en el Dulwich College de Londres, escuela pública de prestigio, cuna de escritores como Graham Swift o C.S. Forester. Allí se forjaría el escritor.
Una vez acabados sus estudios, Chandler inició una vida errante. Viajó a Francia y Alemania y, a los 19 años, decidió nacionalizarse británico. Trabajó brevemente en el Almirantazgo, pero la rígida disciplina militar le decantó por el periodismo. Fichado como reportero en dos diarios, empezó a escribir. Publicó 27 poemas y su primer relato The rose Leaf Romance. Defendió las trincheras en la Gran Guerra, y al finalizar ésta se instaló en California. Allí trabajó durante más de quince años como ejecutivo en compañías petrolíferas. Tras el fallecimiento de su madre, en 1924. Chandler se casa con Cissy Pascal, el gran amor de su vida, una divorciada dieciocho años mayor (él tiene 36 años). Por respeto a su madre, que desaprobaba la unión, no la hicieron oficial mientras ella vivió.
Ávido lector de diarios y revistas literarias, fue la afición de su esposa por las pulp, revistas de narrativa popular hechas con papel de pulpa de madera, muy baratas, ‘de usar y tirar’, la que le llevó a descubrir Black Mask. Esta publicación centrada en la ficción dura y detectivesca prendió la chispa creativa en Chandler. Convencido de que podía superar la ‘calidad’ de sus relatos, decidió probar suerte. Tras cinco meses de ardua entrega su primera narración, Los chantajistas no matan, estuvo lista. Black Mask la publicó en 1933. La suerte estaba echada y a partir de entonces el antiguo ejecutivo trocó en escritor. Durante los cinco años siguientes, el matrimonio Chandler vivió de la escritura: Chandler publicó entre diecisiete o dieciocho relatos en este soporte. Pero el autor utilizaba los mismos como moneda de cambio, un aprendizaje para alcanzar su objetivo último: la novela. No se sintió satisfecho de ellos hasta un año después, cuando publicaba el tercero, El chivato, en el que alumbraría a su hijo predilecto, Philip Marlowe.
Seis años hicieron falta para que se materializase el gran talento creativo de Chandler. Así en 1939 sale a la luz, El sueño eterno, que le consagraría como maestro del género negro. El autor tiene 51 años. Pero para los amantes del género su mejor novela es El largo adiós , publicada catorce años después. Su concepción autobiográfica la convierte en una joya del género negro. Las frases utilizadas por Marlowe para autodefinirse la destacan como una novela única. Tras seis novelas en las que se convierte en protagonista absoluto, hasta su despedida definitiva en Playback (1958), Marlowe entabla los considerados mejores diálogos de la novela negra contemporánea.
Seis años hicieron falta para que se materializase el gran talento creativo de Chandler. Así en 1939 sale a la luz, El sueño eterno, que le consagraría como maestro del género negro. El autor tiene 51 años. Pero para los amantes del género su mejor novela es El largo adiós , publicada catorce años después. Su concepción autobiográfica la convierte en una joya del género negro. Las frases utilizadas por Marlowe para autodefinirse la destacan como una novela única. Tras seis novelas en las que se convierte en protagonista absoluto, hasta su despedida definitiva en Playback (1958), Marlowe entabla los considerados mejores diálogos de la novela negra contemporánea.
Pero Chandler era muy distinto a su hijo pródigo. Tras escribir varias de las mejores obras del género policiaco y ser fichado por Hollywood como guionista no solo de la puesta en escena de varias de sus películas sino de las de varias de sus compañeros de género, su vida cae en picado. En 1954 su esposa fallece y él se desmorona. La botella vuelve a dominar su existencia y, presa de una profunda depresión, incluso intenta suicidarse en dos ocasiones. A diferencia de Marlowe, Chandler no es ‘una persona solitaria’ y sólo logra sobrevivirle cinco años. Su lápida recoge una cita de El sueño eterno, pero no lleva retrato alguno. Con ello, Chandler, consecuente hasta el último suspiro, obedeció a una de sus máximas, sabedor de que allá en el otro mundo dicho proceder sería mejor acogido: ‘¿Por qué diablos esos idiotas editores no dejan de poner fotos de escritores en sus sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno… estaba dispuesto a que me gustara, había leído sobre él y entonces le echo una mirada a la foto del tipo y es obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente hablando) y no puedo leer el maldito libro’.