El Imperio carolingio

Los “reinos germánicos” eran estados que se establecieron en Europa desde el siglo IV hasta bien entrada la Edad Media, conformados por pueblos de habla germánica procedentes de Europa del norte y del este. Tenían instituciones políticas definidas, con la existencia de una autoridad o rey (“kuningaz”, “könig”, “cyning”, “king”, “kung”, “konge”, “rex”, según la lengua), asambleas e instituciones surgidas bajo la influencia de la civilización romana, utilizando incluso el sistema romano de “provincias”.

Dentro de los reinos germánicos, el reino de los francos (o “reino franco”) era el nombre del reino germánico establecido a fines del siglo V por los francos (pueblos de la Baja Renania y el Rhin que formaron parte del Imperio romano en su última etapa), aprovechando la decadencia del Imperio romano en la Galia.

La dinastía gobernante de los francos entre el siglo V era la dinastía merovingia (descendientes de Meroveo, un jefe militar franco), una familia germánica que gobernó lo que hoy sería Francia, Bélgica, parte de Suiza y de Alemania desde mediados del siglo V hasta inicios del siglo VIII, cuando entró en decadencia debilitada por las guerras civiles y las luchas de poder. La autoridad del rey quedó en manos de los “mayordomos de palacio” (algo así como los gerentes, que conocían todo y manejaban el “día a día”) que se convirtieron así en los verdaderos administradores de la casa real y del aparato militar.

Así llegó al poder el mayordomo Pipino de Haristal. A comienzos del siglo VIII, su hijo Carlos Martel (Carolus Martellus) ocupó el trono, venció a los árabes en la batalla de Poitiers y consolidó el poder de una nueva dinastía: la dinastía carolingia. La dinastía siguió con Pipino el Breve, hijo de Carlos, a quien el papa Zacarías legitimó. Finalmente, Carlomagno (por fin llegamos a él), hijo de Pipino el Breve, continuó y consolidó la política expansionista de su padre Pipino.

Carlomagno sometió a Sajonia, Benevento, a la región norte de la península Ibérica y a Lombardía. Así, hacia fines del año 799 el reino franco se extendía desde el Elba hasta los Pirineos y hasta el sur de Roma.

Carlomagno se sentía y se comportaba como una especie de restaurador de Occidente; desarrolló una estructura estatal acorde al crecimiento de su reino y la frutilla del postre se la puso el papa León III, que en el año 800 lo nombró “emperador”. Ahora el reino carolingio era un Imperio. El poder económico y militar del carismático Carlomagno llevó a que los éxitos militares fueran su fuente de riqueza, ya que con ellos se incorporaban tierras y mano de obra esclava. Carlomagno convocaba a las campañas militares y administraba justicia mediante bandos (bann) y legislaba asistido por una asamblea formada por nobles de su confianza (todo quedaba en casa). El Imperio carolingio no tenía una capital fija; se trasladaba adonde fuera la corte, que era el centro político de operaciones (siempre cerca los amigos, por grande que fuera el Imperio), aunque el lugar de residencia preferido de Carlomagno era Aquisgrán (Aachen, en lo que hoy sería el límite entre Alemania y Bélgica).

Carlomagno abolió el cargo de “mayordomo de palacio” con el que su bisabuelo había tomado el poder (no fuera cosa que quedara algún cabo suelto…) y creó nuevos cargos (chambelán, camarlengo, senescal, copero, mariscal, archicapellán) que consolidaron un aparato de poder. En el ámbito local, al frente de la organización administrativa, judicial y militar estaba el conde, que era el oficial del rey en cada “condado”. A cambio de su lealtad el conde recibía una porción de tierra, que luego se convirtió en hereditaria. Entre el emperador y los condes se movían los delegados imperiales, que eran algo así como inspectores-auditores, y los obispos tenían amplias atribuciones en las ciudades. Todo bien controlado. Carlomagno gobernaba así, intercambiando tierras y lealtades por poder.

El sistema impulsó la explotación del hombre, tanto del proveniente de pueblos sojuzgados por el Imperio como del hombre libre caído en desgracia por deudas o condenas judiciales. El cristianismo prohibía la esclavización de sus fieles, pero tampoco tan en serio; se limitaba a defender los derechos de los familiares de los esclavos. Asepsia pura.

La expansión territorial del Imperio llevó a una gran reactivación del comercio (que había decaído con la extinción del Imperio romano de Occidente), se crearon mercados y ferias que obligaron a establecer circuitos de mercancías y relaciones comerciales con zonas cada vez más alejadas. Carlomagno incentivó la acuñación de monedas de plata para estimular el comercio con los lugares lejanos; los nobles demandaban lujo y había que conseguir seda, marfil… y esclavos, cuyo tráfico principal era manejado por los árabes desde África. Así, paradójicamente, los reinos islámicos, principales enemigos del Imperio carolingio, eran a la vez los principales proveedores de mano de obra esclava, vital para la economía carolingia.

La reactivación económica trajo también una reactivación cultural, religiosa y artística; Carlomagno dio lugar en su corte a eruditos y artistas procedentes de toda Europa. La fama e imagen de Carlomagno hizo que fuera conocido como “rex pater Europa” (el rey padre de Europa), y la magnificencia de la residencia de Aquisgrán y sus alrededores incluía grandes salones, aulas, iglesias, salas de audiencia y grandes complejos para las reuniones de la corte.

El Imperio carolingio marcó un quiebre con el pasado romano; lentamente se fue hablando menos latín, dando lugar a las lenguas “romances” (derivadas del latín): franconio, galoitaliano, sajonio. Carlomagno no sabía leer ni escribir; se hacía leer los evangelios, y ante el reclamo creciente de los clérigos jóvenes que no hablaban latín y no entendían los textos religiosos, instituyó una escuela de latín para clérigos.

Las campañas militares de Carlomagno eran habitualmente arrolladoras. Al principio, los campesinos libres podían recibir parte del botín obtenido en alguna campaña militar, pero eso después fue suprimido y los campesinos fueron dejando de formar parte de las campañas de expansión, ya que los nobles plantearon que no era bueno que se alejaran tanto de las zonas agrarias de cultivo y producción.

Las técnicas y la infraestructura militar se perfeccionaron, y si bien eso hizo que se necesitara menos gente para la guerra, también aumentaron los costos de la misma, por lo que hubo que aumentar a su vez la recaudación impositiva para afrontar los gastos crecientes. Esta medida afectó sobre todo a los campesinos, por supuesto. Y empezó el dominó de siempre: los campesinos protestaban, se producían revueltas y rebeliones, eso llevó a un aumento de la represión interna y eso a su vez limitó la capacidad expansiva del Imperio.

Mientras tanto, los nobles eran propietarios de extensiones de tierra mucho mayores que las trabajadas por campesinos libres, y la explotación de las mismas era llevada a cabo por mano de obra esclava o por arriendo a campesinos libres. Eso llevó a acrecentar cada vez más la riqueza y el poder de los nobles y fue una de las causas por las cuales la dinastía carolingia no logró quebrantar el poder de la aristocracia y la nobleza; de hecho, los carolingios se habían apoyado en ella y la habían ayudado a crecer. Ahogados por impuestos y deuddas, las tierras de los campesinos terminaban pasando a manos de los señores feudales, que empezaron a percibirse tan poderosos como el emperador. El creciente protagonismo de la nobleza en los dominios carolingios tuvo gran influencia en la fragmentación del Imperio carolingio; con Bizancio y el Islam como freno a su expansión, ya no había guerras de conquista que permitieran incorporar tierras, y los nobles no tardaron en sentirse con igualdad de derechos como para convertirse en reyes.

Así que pasó lo que tenía que pasar: tras la muerte de Carlomagno en 814, su Imperio no tardó en desmembrase. Los distintos sectores de la nobleza y los intereses contrapuestos de diferentes sectores de la Iglesia acercaron el final.

El trono del Imperio pasó a manos del hijo de Carlomagno, Luis el Piadoso (Ludovico Pío), y se empezó a desgranar el Imperio. Luis el Piadoso tuvo muchos hijos (ya se complicaba la repartija): nombró a su primogénito Lotario I como su sucesor y rey de Italia, a Luis el Germánico como rey de Baviera, a Pipino rey de Aquitania, y a Carlos II el Calvo (su cuarto hijo, de segundas nupcias) rey del pequeño reino de Alemania. Ahí empezaron las peleas: los tres primeros hijos rechazaron a su hermanastro y se rebelaron contra papá el emperador. En 833, en Colmar (hoy Alsacia), las tropas de Lotario exigieron a su padre Luis el Piadoso que renunciara al trono. Luis fue hecho prisionero, recluido en un convento, y Lotario se proclamó emperador. Pero como era de esperar sus hermanos no lo reconocieron como tal, así que liberaron a su padre, le devolvieron el trono imperial y accedieron a reconocer a su hermanastro Carlos. Muere Pipino, Carlos se proclama rey de Aquitania (que era de Pipino), mientras tanto Lotario se autoproclama emperador, Carlos y Luis lo combaten y lo vencen en la batalla de Fontenoy en 840; en fin, un montón de idas y vueltas.

En 842, Luis el Germánico, Carlos el Calvo y Lotario firman la paz en Verdún. Aunque Lotario fue reconocido como emperador, la unidad del Imperio sólo se mantuvo en lo formal, y se dividió en tres reinos: el franco occidental (gobernado por Carlos II el Calvo), el reino franco central (gobernado por Lotario) y el reino franco oriental (gobernado por Luis el Germánico). El que peor la pasó fue Lotario, ya que su territorio se superponía con el de la Iglesia de Roma, que estaba todo el tiempo en conflicto con Bizancio y el Islam. Perdiste, Lotario.

Los reinos se disgregaron aún más. Al morir Lotario siguieron sus hijos: Luis II recibió Italia y la corona imperial, Lotario II recibió desde el mar del Norte hasta el Loire, Carlos recibió Borgoña y Provenza. Luego de morir estos hijos, Luis el Germánico y Carlos el Calvo, los tíos, aún vivitos y coleando, se repartieron los territorios, así que el reino franco central quedó disuelto definitivamente. El reino franco oriental también se disgregó, en este caso entre los hijos de Luis el Germánico: Carlomán, Luis III y Carlos III el Gordo. Éste último fue obligado a abdicar, y al final el reino se fue dividiendo en ducados como Franconia, Sajonia, Suavia, Baviera y otros.

Y así, astillándose gradualmente, fue desapareciendo el Imperio carolingio.

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