El 25 de julio de 1984 Svetlana Savitskaya hizo historia cuando abrió la escotilla de la estación espacial soviética Salyut 7 y se lanzó al espacio a realizar la primera actividad extravehicular conducida por una mujer. Ese día ella estuvo 3 horas soldando, realizando pruebas y enfrentándose a la hostilidad del ambiente en el que debía trabajar, pero también, tras varios años de aguantar comentarios y actitudes sexistas, Savitskaya estaba probando que las mujeres eran capaces de ser cosmonautas tan competentes como cualquiera de sus otros compañeros varones.
La historia de las mujeres en el espacio, en ese momento, todavía estaba en pañales y, más allá del caso de Valentina Tereshkova, la primera en tener el honor de hacer ese viaje en 1963, la experiencia no se había vuelto a repetir. Estos vuelos, tanto para la agencia soviética como para la NASA, no pasaban de ser una atracción -casi como llevar un perro- y eventualmente se había tomado la decisión de discontinuarlos a finales de los sesenta. Pero, con el advenimiento de una nueva escalada en la Guerra Fría a inicios de los ochenta y tras un largo periodo en el que parecía que la URSS estaba “perdiendo” la carrera espacial, dentro de los altos mandos soviéticos se decidió que algo había que hacer. Ergo, Savitskaya.
A diferencia de Valentina Tereshkova, ella no era una muchacha obrera elegida sólo para generar impacto en una misión, sino que ya para ese momento contaba con una brillante carrera en el mundo de la aeronáutica. Había nacido en Moscú en 1948 y era la hija de Yevgeni Savitsky, piloto condecorado durante la Segunda Guerra Mundial luego devenido alto funcionario de la Fuerza Aérea soviética, por lo que no sorprende que desde muy chica ella había querido seguir los pasos de su padre. Habiendo sido rechazada en su primer intento por el Instituto de Aviación de Moscú (todavía no había cumplido los 16, el mínimo para entrar), mintió acerca de su edad y se metió en la división de paracaidismo. En este punto recibió el aliento de su familia y en poco tiempo se destacó en esta área, acumulando, a los 17 años, unos 450 saltos y un récord de caída de 14252 metros. En los siguientes años siguió ganando premios por sus acrobacias, rompiendo récords y tirándose de aviones, pero también comenzó a hacer lo que siempre había soñado y aprendió a manejarlos con gran pericia. Así, tras una etapa de entrenamiento, Savitskaya se transformó en una excelente instructora y piloto de pruebas, dominando más de veinte tipos de aeronaves y estableciendo 23 nuevas marcas en el mundo de la aviación, incluyendo la de velocidad femenina (2683 km/h) con el MiG-21.
Con todos estos antecedentes, no llama la atención que en 1980 ella fuera seleccionada como parte del primer grupo de cosmonautas femeninas desde la época de Tereshkova, maniobra surgida como respuesta al anuncio de que la NASA planeaba enviar a sus propias astronautas al espacio. Si bien no contaban con planes inmediatos, cuando en abril de 1982 se supo que Sally Ride viajaría al espacio en 1983 y se transformaría en la primera mujer estadounidense (segunda de toda la historia) en hacerlo, en la URSS los engranajes se empezaron a mover para evitar que el título recayera sobre la americana. De la nada, casi como por arte de magia, el nombre de Savitskaya se materializó entre los de la tripulación del Soyuz T-7, cuya misión estaba programada para agosto de 1982.
Ella -muy en el espíritu de la Guerra Fría- era muy consciente del rol que estaba jugando y estaba dispuesta a dar batalla, pero en el camino también se encontró con el machismo persistente dentro del programa espacial soviético. Es que, aunque se celebraba el acontecimiento como una prueba del avance en el rol de la mujer, ya desde tierra Savitskaya se había tenido que aguantar los comentarios insidiosos de su colega, Aleksandr Serebrov, que no hacía nada por ocultar su disgusto frente a que hubiera mujeres llevando adelante “un trabajo que debería ser hecho por un hombre”. El gesto más famosamente insultante, sin embargo, llegó el 20 de agosto de 1982, cuando la Soyuz T-7 se acopló a la estación espacial Salyut 7. Apenas se abrió la escotilla, luego de que los miembros de la tripulación de la cápsula se encontraran con Valentin Lebedev y Anatoli Berezovoi -que estaban viviendo en la Salyut desde mayo-, éstos últimos le entregaron a Savitskaya una caja con flores Arabidopsis que habían cultivado en órbita y… un delantal. Según reportes de la época, Lebedev habría abrazado a la cosmonauta y, mientras le daba su particular regalo y la llamó “Sveta”, usando el diminutivo de su nombre de forma un tanto condescendiente, le dijo: “Es como si hubieras llegado a casa. Por supuesto tenemos una cocina para vos, ahí es donde vas a trabajar”. Ella se mordió la lengua, retrucó el chiste con algo acerca de que ellos eran los anfitriones, y se puso a trabajar en las tareas que le habían sido encomendadas en su rol de investigadora.
Con este inicio tan auspicioso, no sorprenderá a nadie saber que la estadía de esta tripulación mixta en la pequeña estación, según los recuerdos de sus compañeros, no habría sido la mejor. Hoy, por testimonios privados de los miembros de la tripulación, queda claro que a ellos les resultaba difícil vivir con una mujer en un lugar donde típicamente solo habían estado entre hombres. Los comentarios hechos a la prensa, desde ya, no reflejaron nada de todo esto. En los diarios, básicamente, se reportó en tono celebratorio que, de acuerdo al equipo, Savitskaya había sido “tan buena como un hombre” y, en paralelo, tal como había sucedido 19 años antes con el caso Tereshkova, se intentó también matizar esta aparente dureza señalando cosas como que ella “es encantadora y suave, una amable anfitriona que gusta hacer diseños y coser su propia ropa en sus ratos libres”. A diferencia de la primera cosmonauta, sin embargo, Savitskaya siempre que pudo intentó evitar responder las preguntas que se concentraran en su condición de mujer, privilegiando su posición, simplemente, como una cosmonauta más.
A pesar de esta actitud, considerada un tanto repelente por la opinión pública, después de esta primera experiencia -y tras un intento fallido de incluir a Irina Pronina en la tripulación del Soyuz T-8- Savitskaya tuvo una nueva misión en 1984. Gestada, como la anterior, para ganarle de mano a la NASA, en esta oportunidad ella viajo con el objetivo de transformarse en la primera mujer en regresar al espacio y la primera en realizar una actividad extravehicular o EVA. Durante la expedición de la Soyuz T-12, entonces, ella pudo hacer todo esto, probar una herramienta nueva y transformarse, de paso, en la primera persona en soldar en el espacio. Con este gesto específico, tal como Savitskaya señaló en una entrevista en 2009, pudo silenciar a todos los críticos que, todavía, creían que estaba mal que una mujer realizara tareas típicamente masculinas y que, ridiculizándolas, temían que no fueran capaces de llevar a cabo la tarea sin quemar el módulo o los trajes espaciales. En sus palabras: “Después de mi vuelo espacial, todos se tuvieron que callar la boca”.
Luego de esta experiencia, a pesar de ser nombrada Héroe de la Unión Soviética dos veces y de que existían de planes para que comandara la primera misión con una tripulación completamente femenina, Savitskaya nunca volvió al espacio y la inclusión de las mujeres en el programa espacial soviético, aunque seguiría avanzando, se movió muy lentamente. Ella, que hoy está por cumplir 71 años, se retiró del programa espacial en 1993 y se acercó al mundo de la política, llegando a ocupar posiciones importantes en el Partido Comunista ruso y en la Duma. Al día de hoy, cuando de las casi 550 personas que viajaron al espacio sólo unas 60 fueron mujeres y Savitskaya, sorprendentemente, conserva todavía el título de ser la única mujer soviética/rusa en haber hecho una EVA, es fácil sentir que algo, en algún momento, fracasó. Sea o no el sexismo lo que esté detrás de esta cuestión, en todo caso vale la pena recordar las palabras tan lógicas que Savitskaya dedicó a quienes sólo creían que las mujeres aportaban una “atmósfera agradable” al cosmos: “No vamos al espacio para levantar el ánimo de la tripulación. Las mujeres van al espacio porque tienen la habilidad de llevar adelante el trabajo. Ellas pueden hacerlo”.