Al nacer, nadie pensaba que llegaría al trono y menos aún, a ser la emperatriz de la India; pero a la muerte de su tío, William IV, Victoria accedió al trono y así dio comienzo a un largo período de prosperidad de Gran Bretaña, donde impuso un estilo conservador con un profundo respeto a la etiqueta y la moral cristiana, que se acentuó después de la muerte de su marido, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. Este feliz matrimonio y sus nueve hijos, convirtieron a Victoria en la abuela de la monarquía europea. Tan solo trece años después de su muerte, tres primos, descendientes de Victoria (el Rey de Inglaterra, el káiser de Alemania y el Zar de Rusia) se trenzaron en una guerra espantosa.
El alejamiento de los asuntos públicos por un autoimpuesto luto, de una forma u otra, alimentó el crecimiento del republicanismo en las Islas Británicas.
Desde la muerte de su marido, Victoria I encontró refugio en su Castillo de Balmoral (Escocia). En busca de consuelo intimó con un criado escocés, llamado John (Jack) Brown. La naturaleza exacta de la relación nunca se pudo conocer, aunque los rumores hablan de un matrimonio secreto que escandalizó a la pacata sociedad británica. Recientemente se han revelado una serie de cartas, donde se evidencia el afecto que se profesaban. Los rumores se acentuaron cuando después de la muerte de “Jack”, en 1884, la Reina publicó un libro Journal of Our Life in the Highlands, donde hablaba mucho de Brown en forma elogiosa. Aunque le fue aconsejado que no sea publicado, la Reina insistió y la segunda versión fue dada a conocer al público.
Si bien fue estimada por el pueblo inglés, Victoria no carecía de enemigos. En 1871 un mitin en Trafalgar Square propuso su destitución. En 1872 el sobrino del revolucionario irlandés O’Connor, llegó a apuntar con un revolver a la Reina, que viajaba en un carruaje abierto. La rápida intervención de Jack Brown logró detener a O’Connor, pero como el arma estaba descargado, solo fue condenado a pocos meses de prisión.
En 1893, Victoria sufrió una caída que la obligó a pasar unas semanas en silla de ruedas. Esta inmovilización acentuó el reumatismo que la persiguió hasta el fin de sus días.
La muerte de sus hijos Leopoldo por hemofilia, y después Alfredo, el alejamiento de sus hijas por compromisos reales y las permanentes disputas que tenía con su primer ministro Disraeli (que cuatro veces accedió a puestos y otras tantas dimitió), no llegaban a amilanar a esta dama que en 1896 superó a Jorge III como el Rey más longevo de Inglaterra (hoy Isabel II le arrebató este cetro). En la oportunidad fue celebrado el Jubileo de Diamantes con un desfile de tropas venidas de todas partes del Imperio (ver video). Entre los concurrentes estaba un joven hindú llamado Abdul Karim que se convirtió en su confidente por quince años. Después de la muerte de la Reina, Karim debió entregar toda la correspondencia que había mantenido con la emperatriz[1].
Como era su costumbre, Victoria pasó Navidad en la Isla de Wight en Osborne House, pero el reuma le impedía caminar y su visión estaba afectada por cataratas. Allí murió el 22 de enero de 1901, rodeada por su hijo Eduardo y el mayor de sus nietos, el Káiser Wilhem II de Alemania.
Conductora del destino del país hasta el final, Victoria instruyó que el color dominante en su entierro fuese el blanco, y dio instrucciones precisas a su médico que dentro del ataúd pusiese fotos de sus seres queridos, que incluían a sus hijos, a su marido y a Jack Brown.
Entre las joyas incluidas en su ataúd, estaba la alianza de casamiento de la madre de éste último.
Victoria fue enterrada en el Mausoleo Real de Frogmore, junto a Alberto. Al terminar la procesión, comenzó a nevar.
[1] Uno de los que más presionaron por este tema, fue el futuro Eduardo VII, un típico ejemplo del doble discurso de la moral victoriana, ya que tuvo una hija extramatrimonial, ancestro de Camila Parker Bowles.
