Esta es la historia de cómo el famoso cuadro La coronación de Napoleón acabó representando la coronación de Josefina, su esposa. La obra de Jacques-Louis David era colosal y un encargo tremendamente importante. Napoleón quería que el 2 de diciembre de 1804, el día en que iba a autoproclamarse emperador, quedara plasmado por todo lo alto.
A David le tocó crear una pintura a medio camino entre el arte y la propaganda política desvergonzada, pero aceptó el encargo. Había admirado a Napoleón unos años atrás, aunque no le gustó demasiado que Bonaparte se alzara como el jefe de un régimen autocrático. En realidad, debía hacer una serie de cuatro cuadros, de los cuales el más importante era el último, el de la coronación. Debía representar el momento en el que el papa Pío VII alzaba la corona de laurel y Napoleón la tomaba y se la imponía a sí mismo, para dejar claro que no había ninguna autoridad por encima de él.
Haciendo los deberes
El 1 de diciembre, el pintor asistió al ensayo general de la coronación, y el día siguiente presenció la ceremonia oficial de cinco horas y tomó apuntes para preparar la obra. Cuando empezó a trabajar en el cuadro, pasaron por el taller todos los asistentes que aparecerían en él, excepto el emperador, Josefina y el papa.
La obra está claramente basada en una de Rubens: La coronación de María de Médicis, que el flamenco pintó entre 1622 y 1625. La disposición de personajes planteaba problemas a Jacques-Louis David. Por ejemplo, los hermanos de Napoleón, Luis y José, querían aparecer más cerca del emperador, pero el artista lo que hizo fue separarlos más para individualizarlos y que el espectador detectara que se trataba de personajes importantes.
El cambio más crítico, sin duda, fue el gesto de Napoleón. David prefirió descartar la autocoronación y sustituirla por un gesto más digno, menos megalómano. Haría que el emperador ya coronado apareciera imponiendo la corona a Josefina. Así es como, finalmente, la escena que pintó fue la coronación de la emperatriz.
Las intrigas de Josefina
Cuando Napoleón vio el cuadro, agradeció a David su trabajo. La impresionante obra había convencido al emperador, aunque este no se ahorró el comentario de que en realidad había retratado la coronación de su esposa. Bonaparte coincidía en que valía más la pena resaltar un gesto generoso que uno arrogante.
Sin embargo, años después, en el exilio de la isla de Santa Elena, Napoleón escribiría que ese cambio se debió a las intrigas de Josefina. En cualquier caso, el todavía emperador definió la obra de forma acertada: “Esto no es pintura: ¡se puede pasear por este cuadro!”.