Nathan Freudenthal Leopold Jr. (1904 – 1971) estaba convencido de ser un genio. Hablaba con fluidez 15 idiomas, era un ornitólogo de fama mundial y a los 19 años había egresado de la Universidad de Chicago. Estaba convencido que era un superhombre y, como sostenía Nietzsche, no le cabían las normas que guiaban a sus congeneres. A tal fin, convenció a su amigo Richard Loeb (1905 – 1936), el graduado más joven de la Universidad de Michigan, que ambos podían efectuar un crimen perfecto con la intención de demostrar que ellos podían burlar las leyes de los individuos “inferiores”.
Convencidos de su superioridad comenzaron a cometer delitos menores, como robos e incendios, pero ninguno suscitaba la atención pública que aspiraban. A fin de atraer el interés general, planearon con minuciosidad un crimen y la víctima elegida fue un joven de 14 años vecino de Leopold y Loeb y, al igual que ellos, perteneciente a una adinerada familia de Chicago.
Alquilaron un automóvil, ofrecieron a su víctima, Bobby Franks, llevarlo a su casa y en el trayecto golpearon la cabeza del joven con un cincel, el arma homicida escogida para asesinarlo. Leopold y Loeb transportaron el cadáver hasta el lago Hammond en Indiana donde lo desfiguraron con ácido y arrojaron el cuerpo a un drenaje en construcción.
Vueltos a Chicago, llamaron por teléfono a la madre de Bobby (toda una novedad tecnológica en la época) y le pidieron un rescate millonario. Esa noche Leopold y Loeb la pasaron jugando a las cartas.
Los Franks estaban por pagar el rescate siguiendo las intrincadas instrucciones de los criminales cuando, a pesar del detallado planeamiento, el cuerpo de Bobby fue descubierto.
La policía se lanzó a una investigación masiva presionada por los medios que clamaban justicia por este “Crimen del siglo”. Loeb siguió con su vida normal pero Leopold, para agregar más “emociones” a esta aventura intelectual, hablaba con la policía y la prensa haciendo declaraciones como “si yo fuese el asesino también hubiese elegido a niño arrogante como Bobby Franks”.
La pista para dilucidar el crimen resultó ser un par de anteojos hallados en las inmediaciones del lago. Resultó ser un modelo especial del que sólo se habían vendido 3 en Michigan, uno de ellos a Nathan Leopold. Al ser invitado a declarar, Leopold dijo haberlos extraviado cuando visitó las inmediaciones del lago durante uno de sus avistajes de aves.
La policía continuó con esta pista y llamó a Leopold y Loeb a declarar sobre lo que habían hecho la noche de crimen. Fue por miedo, por ansiedad o solo para demostrar la sangre fría de jugar con el peligro, que ambos dijeron que habían salido a pasear en su auto y habían recogido a dos mujeres cuyos nombres nunca habían preguntado. La coartada resultó ser una mentira ya que el automóvil al que aludieron estaba en reparación.
Presionados por las autoridades, Loeb se quebró y confesó. Mutuamente se acusaron y nunca quedó claro sobre cual de los 2 había sido el asesino (por testimonios posteriores se supone que Leopold fue la mano ejecutora).
“El asesinato fue un experimento”, le confesó Leopold a su abogado con el cinismo nietzscheano que lo caracterizaba.
La familia de Leopold, sabiendo que su hijo era pasible de ser condenado a muerte, contrató a Clarence Darrow, un abogado conocido por su oposición a la pena de muerte. Se dice que le pagaron 1 millón de dólares (una colosal fortuna para la época). Darrow hizo una extensa declaración sobre la inutilidad de condenar a morir a estos jóvenes, al igual que el gobierno americano había enviado a miles de jóvenes a morir en Francia durante la Primera Guerra, o a sus conciudadanos a matar durante una guerra civil.
Su alegato (que duró ¡12 horas!) concluyó con una frase que haría historia en los anales de la jurisprudencia norteamericana: “He ayudado en algo a que los humanos entiendan, a moderar la justicia con piedad, para sobrepasar el odio con amor”.
La sentencia de Lopold y Loeb a morir fue conmutada por el de cadena perpetua y 99 años de prisión por secuestro.
Ninguna instancia fue cumplida porque Loeb fue asesinado en la prisión por un compañero de celda y Leopold fue puesto en libertad condicional después de 30 años de reclusión. Murió en Puerto Rico en 1971.
Los mismos principios de superioridad propuesta por Nietzsche, empujaría a una nación a una guerra y persecución racial despiadada. Con tal excusa se cometieron millones de crímenes tan abominables como el de Bobby Franks.