La historia había llegado a los oídos de Rostand cuando era muy joven y vivía en la propiedad de su abuelo en Bergerac. Cyrano, un joven de carácter indomable, peleó en el cuerpo de infantería de elite donde sirvió el célebre D’Artagnan. Al igual que el mosquetero, Cyrano terminó consagrándose en la literatura francesa no solo por sus hazañas, sino por sus poemas y, sobretodo, por su nariz prominente. Cuando trocó la pluma por la espada, la primera resultó más filosa e hiriente que su florete, razón por la cual se ganó el odio de muchos de los que debía defenderse con su arte de espadachín.
De imaginación exuberante, viaja a la luna con sus poemas y agudiza su ingenio debatiendo con fantasmas de filósofos.
La obra era innovadora y a ultimo momento Rostand enfrentó el pánico escénico y, a solas con el protagonista Coquelin, le pidió perdón por haberlo embarcado en esa empresa que podía terminar en un notable fracaso… que nunca lo fue porque por veinte minutos la audiencia del Porte-Saint-Martin aplaudió de pie y el ministro de gobierno, testigo del éxito, le entregó a Rostand su propia Legión de Honor, diciendo que solo se estaban adelantando ligeramente al momento que el joven autor luciese la propia (que efectivamente recibió). Rostand murió de gripe española en 1918.