Francis Drake era el hijo mayor de un pastor protestante, aunque otras versiones cuentan que su padre en realidad era un forajido. A los 13 años Francis se hizo a la mar como cadete de naves mercantes. A los 25 años había juntado experiencia y medios para asociarse con su primo, John Hawkins, a fin de dedicarse al tráfico de esclavos. Una vez entregada su carga en el Caribe, se dedicaron a la piratería, atacando ciudades del Imperio Español, con poca fortuna.
En 1573 Drake capturó una nave cargada con oro y plata del Perú, y con solo treinta marinos pudo volver a Plymouth, donde fue recibido como un héroe. Isabel, la Reina Virgen, premió a este osado corsario, y aunque no podía reconocerlo oficialmente, el gobierno británico patrocinó sus campañas. El 13 de diciembre de 1577 inició la que sería su campaña más ambiciosa: pensaba llegar hasta las fuentes mismas del oro español, al Perú. Al frente de cuatro naves con 164 hombres, comenzó el periplo que le ganó fama imperecedera.
Después de capturar algunas naves imperiales en el Atlántico, llegó al Río de la Plata, donde su sobrino, John fue capturado por los charrúas. Tal debe haber sido la desesperación del pobre hombre, que huyó a Buenos Aires, a donde llegó al límite de sus fuerzas. Allí fue apresado y enviado a la Inquisición de Lima. Ignoramos cual fue la suerte del muchacho, pero no debe haber sido mejor que la que hubiese corrido en manos de los charrúas.
La flota continuó su viaje y en pobres condiciones llegó a la Bahía de San Julián donde Drake logró reprimir un motín.
Drake, al igual que Fernando de Magallanes 50 años antes, ajustició a los sublevados. Permaneció en la bahía durante el invierno, esperando el mejor tiempo a fin de cruzar el estrecho de Magallanes.
La única nave que sobrevivió al cruce, fue su capitana, la Pelican. En Valparaíso comenzó su famoso raid, capturando Valparaíso, Coquimbo, Callao, y hostigando los puertos españoles del Pacífico, acumulando oro a raudales en sus bodegas. Fue entonces que decidió rebautizar su nave con el nombre con el que pasó a la historia The Golden Hind.
Tratando de encontrar un pasaje hacia el Atlántico, ascendió por la costa de California. Después de reclamar estas tierras para la corona británica, decidió atravesar el Pacífico, pasando por las Islas Molucas hasta el Cabo de Buena Esperanza, remontando la costa africana hasta llegar a Plymouth con solo 59 tripulantes y las riquezas capturadas. Fue el primer inglés en dar la vuelta al mundo.
El 4 de abril de 1581, la Reina Isabel lo nombró Caballero a bordo del Golden Hind. Su escudo de armas sintetizaba su historia: Sic Parvis Magna (de lo pequeño a la grandeza).
Desatada la guerra entre España e Inglaterra, no fueron necesarias las formalidades, “Drakez”, el demonio, serviría a su nación al mando de veinte naves y dos mil tripulantes. Todo le estaba permitido, saquear pueblos y ciudades desde Lisboa, hasta las Islas Baiona y Vigo -que se resistió enérgicamente. Pasó por las Canarias y Cabo Verde. Allí cruzó el Atlántico, y una vez en el Caribe, quemó la ciudad de Santo Domingo, más tarde Cartagena de las Indias y la fortaleza de San Agustín en Cuba. En Carolina del Norte se encontró con un centenar de colonos ingleses que, decepcionados por las vicisitudes del Nuevo Mundo, decidieron volver a la vieja Inglaterra. El corsario, les dio cobijo y volvió a Plymouth donde nuevamente fue recibido con el beneplácito de la Reina Virgen.
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Mapa de la flota de Drake en Santo Domingo.
Poco tiempo pudo dedicarse a su tarea parlamentaria (su condición de Sir le concedía este privilegio), porque se cernía sobre Inglaterra un grave peligro, la “Gran Armada”, la flota más grande reunida hasta entonces, destinada a conquistar la impía Albión. Los ingleses decidieron que era menester debilitar las ambiciones de Felipe II y a tal fin se organizó una expedición a cargo de Sir Francis, que atacó Cádiz, destruyó naves, bloqueó Lisboa y capturó al San Felipe, nave cargada con oro proveniente del Nuevo Mundo.
Esta expedición punitiva no pudo atemperar la política ultramontana de Felipe II, quien nombró al duque de Medina Sidonia como almirante de la Gran Armada. Cuando ésta atacó Plymouth, Drake defendió su terruño con brío. La Armada Invencible demostró que no estaba a la altura de las expectativas y debió volver maltrecha a España.
Envalentonados, los ingleses se dispusieron a contra atacar, y esta “Armada Invencible inglesa” tuvo un destino tan desastroso como la española, (aunque tal descalabro haya sido menos difundido que la versión hispana).
Drake atacó la Coruña, pero fue rechazado por fuerzas irregulares de lugareños, capitaneados por una mujer, María Rita. Por lo menos mil trescientos ingleses dejaron sus cuerpos en la costa gallega. Los ingleses continuaron con su viaje depredador por las Azores e intentaron volver a los portugueses contra Felipe II. No lograron su cometido, con el agravante de haber perdido doce mil hombres y más de veinte naves en el intento.
Amargados por estas derrotas, Drake y los suyos decidieron vengar su mala fortuna atacando Vigo en forma despiadada. Allí desataron su furia, aunque tampoco pudieron salir indemnes de tales excesos, ya que quinientos británicos murieron a lo largo de esos cuatro días de rapiña.
El retorno fue tan poco glorioso, que por mucho tiempo Sir Francis fue relegado a un puesto secundario.
Diez años tardó el almirante corsario en rehabilitarse. La situación había empeorado tanto para los ingleses, que este le propuso a la Reina tentar fortuna con un golpe audaz: debilitar al poder español en el corazón del Imperio, el Istmo de Panamá.
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El escudo de Drake lleva dos estrellas polares separadas por el mar, y una nave guiada por la divina providencia. El lema pone: Sic parvis magna (“La grandeza nace de pequeños comienzos”); la mano de las nubes: Auxilio divino (“Con ayuda divina”).
Al frente de una poderosa flota, el Drakez trató de reeditar viejos éxitos, pero los españoles ofrecieron una vez más una heroica resistencia, impidiendo la toma de San Juan de Puerto Rico. Aun así, la flota se dirigió a Portobello, con sus hombres dispuestos a tomarla a sangre y fuego… pero quiso el destino que el poderoso Sir Francis, ese que encarnaba al mismo demonio, el Drakez que inspiraba terror en las costas españolas, y cuyas hazañas serían cantadas por bardos en las tabernas de toda Inglaterra, muriese de diarrea frente a la ciudad sitiada. Ese mismo día también falleció su primo y compañero de aventuras negrega, Thomas Hawkins. Si bien pensaron llevar el cuerpo de Sir Francis a Inglaterra, conservado en un tonel de ron, optaron por arrojarlo al mar en un ataúd de plomo que, a pesar de los siglos transcurridos, no ha sido hallado.
La saga de Drake ha sido exaltada en la historia contada por los británicos, en la literatura, y especialmente en el cine, donde los españoles parecen toscos cobardes que huyen ante la sola mención del corsario. Nada más lejano a la verdad, este corsario fue vapuleado en más de una ocasión, en la que debió escapar por la enérgica resistencia ofrecida.
Drake se convirtió en el vengador de la leyenda negra del Imperio, aunque solo haya sido un salteador despiadado (como lo demostró en Vigo). Si bien su audacia le dio frutos, también lo hizo su prestigio de cruel pirata, dispuesto a todo por un puñado de oro.
Quizás debamos ver en esta muerte poco romántica, entre deposiciones diarreicas, fiebres y dolores, una venganza poética, un castigo por tantos sufrimientos que infligiera el mentado Drakez como negrero y pirata.