Aunque hoy es recordado como uno de los medios más importantes de la historia argentina, cuando los primeros cinco mil ejemplares de Crítica salieron a la calle en la tarde del 15 de septiembre de 1913, estuvieron lejos de ser un suceso periodístico.
Antes de que Crítica se convirtiera en miro, el diario había sido fundado por Natalio Botana junto con otros tres uruguayos de tradición blanca, exiliados luego de la guerra civil en su país de origen: Adolfo Berro, Enrique Queirlo y Ángel Méndez. Ya contando con experiencia periodística, Botana lanzó su diario para luchar en la feroz competencia de los vespertinos, entre los cuales La Razón sin duda reinaba. Desde su primer número Crítica buscó identificarse con lo popular y lo masivo, pero desde una óptica un poco más diferente de la de otros medios existentes. Aunque proclamándose políticamente neutral, el tono del diario era netamente conservador y antiyrigoyenista, algo que, a fines de la década de 1910, casi terminó costándole la vida.
Habiendo llegado a este extremo, casi al borde de la desaparición, Crítica se vio obligada a cambiar de criterio. Si quería erigirse como un diario masivo, debía alejarse de las definiciones políticas e intentar cautivar la curiosidad de diferentes sectores sociales, en vez de lanzarse a un nicho. A inicios de la década de 1920, completamente renovado, Critica volvió a competir. Botana adquirió un terreno para construir un nuevo edificio en la Avenida de Mayo y declaró formalmente el inicio de una nueva época. Autoproclamándose “la voz del pueblo”, en Crítica se profundizó un estilo coloquial, amigable para todo tipo de público, y sensacionalista, elemento importante para adquirir masividad. A esto se sumó, desde las páginas del mismo diario, una asociación con la juventud y la frescura – visibles en el staff de redactores y en la modernidad de las técnicas empleadas para la impresión, traídas de los Estados Unidos – y la igualdad, rasgo que se buscará exaltar desde el material publicado. Armado de esta nueva identidad el vespertino salió, con su 5ta edición, en busca de el ciudadano “común”.
Crítica es un diario que claramente iba a la caza de todo tipo de público – popular y culto – algo que resulta evidente tras un breve análisis de la cantidad y variedad de secciones que existían en su interior. En el ámbito de lo masivo, se nota que se privilegió desde un primer momento la información deportiva, especialmente para dar noticias del turf. A lo largo de la década de 1920 se fueron agregando otros deportes, notablemente el box y el fútbol, haciendo de Crítica un diario especialmente completo a la hora de encontrar crónicas deportivas o simples noticias sobre resultados de distintas actividades. Una marca de la avidez con la que el público lector buscaba informarse sobre los deportes y la importancia que se daba a ello desde el diario está dada por la aparición en 1925 de la 6ª edición. Este diario, publicado a las doce de la noche, fue una novedad absoluta en el campo periodístico porteño y, a pesar de sus inicios dudosos, terminó siendo un éxito.
A la rama de secciones ultra populares se puede agregar otra que en general se asocia inmediatamente con el espíritu de Crítica: la crónica policial. A inicios del siglo XX este era todavía un género incipiente, un tipo de artículo que todavía no había adquirido sus características modernas, por lo que desde las páginas del vespertino se ve la liberalidad con la que se trataban los asuntos criminales. A medio camino entre la ficción y la noticia, las crónicas de Critica son ultra amarillistas y están hechas para generar impacto, incluso desde los tipos elegidos para los títulos, grandes y destacados. Las historias narradas daban cuenta de un nuevo tipo de experiencia urbana, muy distinta de “la gran aldea” de hacía unos años. Estas son historias que, lejos de ser noticiosas, implican una búsqueda en el mundo de las drogas o en la vida prostibularia. Los cronistas asumían el rol de un detective, como si fuera un film noir, y las notas dan cuenta de todos los tipos de sortilegios que usaban para conseguir la primicia, infiltrándose en cárceles o tugurios, muchas veces con la ayuda de disfraces o identidades falsas.
A estas ramas más populares, Crítica sumaba secciones más tradicionales, como las referidas a política nacional e internacional y al espectáculo – esta última, dando cuenta especialmente de la emergencia de la actividad cinematográfica y del tango como expresión cultural genuina. Además, en su búsqueda frenética de apelar a todo tipo de público, Crítica también incluía secciones que daban cuenta de cuestiones de vanguardia. Especialmente desde las páginas de Critica Magazine en 1926 y de la Revista Multicolor de los Sábados desde 1931 (dirigida por Jorge Luis Borges entre 1933 y 1934), se hacía referencia a diversas actividades, a otros medios y a grupos culturales, como los asociados a Proa y a Martín Fierro. De éste último grupo, incluso, empezaron a migrar a partir de 1925 muchas de las plumas que engrandecieron el mito de Crítica, como Roberto Arlt, Conrado Nalé Roxlo, Raúl González Tuñón y Emilio Pettoruti, entre muchos otros.
Esta inmensa labor periodística probó ser una receta de gran popularidad para Crítica, que se volvió el vespertino más leído, llegando a alcanzar un tiraje de 300 mil ejemplares diarios. Como si esto no fuera suficiente, las autoridades de Crítica, erigiéndose como el auténtico portavoz del pueblo, decidieron integrar a sus lectores al organizar varias actividades de gran popularidad como concursos y sorteos de todo tipo. Sin embargo, quizás la acción más atípica del diario era la ayuda social. Tal era el compromiso con sus lectores que en el edificio de Avenida de Mayo se abrió el Centro Médico Gratuito en 1923, una suerte de “apoyo” de los hospitales públicos, diseñado para atender a cualquiera que así lo deseara. A esta iniciativa se sumaron otras de gran visibilidad como el reparto de máquinas de coser, de juguetes o de alimentos en las zonas pobres de la ciudad, algo que se anunciaba con la llegada de un ejército de camiones sumamente reconocibles. Todo esto era acompañado desde las páginas de Crítica, donde se reproducían historias de miseria que sus mismos protagonistas enviaban al diario esperando respuestas o, al menos, un breve momento de fama. Desde la redacción, a su vez, se presentaba a Crítica como el protector de estos desdichados ofreciendo solución a muchos de estos problemas, ya fuera pagando deudas para evitar un desalojo o enviando fondos para resolver la carencia.
Todo esto, sin embargo, se vio repentinamente interrumpido en 1931, cuando el diario fue clausurado por orden de Uriburu. Para ese punto de su historia, Critica había abandonado la neutralidad política y se había proclamado, no hacía tanto tiempo, en contra de Yrigoyen y a favor del golpe del ’30. Inicialmente el aporte del diario en la gestación de la revolución fue reconocido y celebrado, pero al conocerse los objetivos del nuevo gobierno la actitud cambió. Quizás sobredimensionando su poder como actor político, desde las páginas de Crítica se comenzó a denunciar el accionar de Uriburu, reclamando que no se había respetado lo pactado y que no aprobaban la dilación en la vuelta al orden constitucional. Los ataques en contra del diario se volvieron constantes, hasta que el 6 de mayo culminaron con su cierre y con la detención de Botana y su esposa, Salvadora Medina Onrubia, quienes permanecieron encarcelados hasta agosto y luego exiliaron al Uruguay.
Crítica finalmente reabrió con su nombre en 1932, con el ascenso de Agustín P. Justo al poder. Él permitió el regreso de Botana a la Argentina y se estableció entre ellos una relación muy cercana, al punto de rumorearse que Botana actuaba como “operador” de Justo. Ciertamente, al dueño de Crítica no le fue nada mal en esta época, momento en el que se mudó a la mítica quinta Los Granados, en Don Torcuato; una propiedad que no tenía nada que envidiarle a la casa de Charles Foster Kane en El Ciudadano, y que sin duda ayudó a cristalizar el mito de Botana como un millonario excéntrico.
En cuanto a su criatura, lejos de ser el diario puramente sensacionalista de la década previa, en esta nueva época Crítica asumió su rol político explícitamente y se transformó, incluso, en la tribuna que el Presidente de la Nación elegía para dirigirse a los ciudadanos.
El diario mantuvo su relevancia a lo largo de toda la década, pero con la muerte de Botana en un accidente automovilístico de 1941, claramente fue el fin de una era. Si bien un diario llamado Crítica circuló hasta 1962, para los herederos de Botana el golpe de gracia llegó en 1951, con una nueva intervención del poder político, ahora en manos de Perón. En esta oportunidad, Medina Onrubia, viuda de Botana, se vio obligada a vender el diario y, a diferencia de lo que pasó con otros medios, durante el gobierno de Aramburu éste no les fue devuelto.