Un siglo enterrado bajo el hielo. Ese es el tiempo que ha transcurrido hasta encontrar el diario de George Murray Levick (1876-1956), fotógrafo, zoólogo y cirujano, que acompañó al capitán Robert Falcon Scott en la expedición a la Antártida que tuvo lugar entre 1910 y 1913, la tercera de las exploraciones británicas.
Los apuntes se hallaron cerca de la base de Terra Nova durante el deshielo del verano pasado, pero ha sido esta semana cuando ha tenido lugar la restauración de los mismos, según informa Antartic Heritage Trusth. El director de dicha fundación neozelandesa, Nigle Watson, ha afirmado que “las notas de Levick son legibles. Es un hallazgo increíble, porque el cuaderno es una parte del registro oficial de la expedición y estamos encantados de encontrar todavía nuevos objetos después de siete años intentando conservar el último edificio y la colección de la expedición de Scott”.
El documento reúne comentarios, fotografías y explicaciones de cada uno de los acontecimentos y hallazgos que se encontraron en el viaje. Entre ellos se encuentran apuntes sobre las distintas especies que allí descubrieron como los pingüinos, los cuales llega a estudiar en profundidad en Cabo Adare. La estancia le servirá para escribir el ensayo científico Hábitos sexuales del Pingüino Adelaida, donde llega a definir a dicha especie como “depravada”, al observar que algunos machos se apareaban entre ellos o con hembras que ya estaban muertas. Esta información estuvo en paradero desconocido hasta 2012, año en el que unos investigadores del Museo de Historia Natural de Londres la descubrieron.
La expedición Terra Nova
Levick fue una de las seis personas que formaron el Northern Party (Grupo del Norte), el cual pasó el verano de 1911-12 en cabo Adare y se resguardó del invierno de 1912 en una cueva de hielo. La intención del grupo era llegar al Polo Sur, recoger distintas pruebas científicas y analizar el territorio, ese era el objetivo de la expedición Terra Nova o British Antarctic Expedition 1910, según la terminología oficial.
Dicho viaje se dividió en tres fases. En la primera (1910-1911), formada por 64 hombres, se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), campamento base y lugar donde tendrían lugar las investigaciones y pruebas científicas.
La segunda (1911-1912) tenía como meta estudiar las montañas, glaciares y bahías de la costa norte de Tierra Victoria, algo que se complicó cuando avistaron que en la parte externa de la isla de Ross se encontraba otro grupo, cuyo líder era el noruego Roald Amudsen. Este asentamiento hizo que su estrategia se acelerara.
Fue el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que el equipo de Amudsen, cuando los hombres de Scott partieron hacia el Polo Sur. Era la tercera y última fase. La meta final.
Según los cálculos del capitán, los 2.842 kilómetros de ida y vuelta al lugar les costaría aproximadamente 144 días. Para lograrlo, dividió a cada uno de ellos en dos grupos. Los primeros emplearían los tractores para subir por el hielo. Los segundos lo harían con perros y ponis. Una organización que se desbarató, pues el gélido frío provocó que los tractores fallaran y muchos de los animales fallecieran. También se produjeron numerosas bajas en el equipo, lo que retrasó el ritmo y provocó que finalmente quedaran cuatro hombres, Scott, Edward A. Wilson, H. R. Bowers, Edgar Evans y Lawrence Oates, capitán del ejército británico.
Esperada llegada, eterna vuelta
Un equipo menor en fuerzas y hombres que el del noruego, que logró llegar al Polo Sur el 14 de diciembre de 1911. El 18 de enero de 1912 lo harían Scott y los suyos. A pesar de las duras condiciones climáticas, la dureza del viaje aumentó en la vuelta del mismo, del cual ya sospechaba el propio líder que iba a ser complejo. “Me temo que el viaje de regreso va a ser terriblemente agotador y monótono“, anotó el 19 de enero de 1912 en su diario.
Llevaban 21 días caminando por el hielo cuando llegaron al glaciar Beldmore, y ahí es cuando comenzó a escribirse el final de algunos. El espesor de la nieve provocado por el enorme descenso de las temperaturas hizo que caminar por ella se volviera toda una odisea. Una situación crítica que se agravó con la escasa comida que les quedaba en sus reservas. La carencia de nutrientes provocó que el ánimo y la salud de muchos se debilitara.
El primero en caer fue Evans con la infección de un corte en la mano que le provocó numerosas molestias hasta el día de su muerte, el 17 de febrero de ese año. Una pérdida que caló en el resto, sobre todo en las esperanzas del capitán, quien el 3 de marzo llega a escribir en sus páginas personales, “Dios nos ayude, pues lo cierto es que no podemos continuar con este esfuerzo. En grupo todos estamos de buen ánimo, pero ignoro qué siente cada hombre en su corazón“.
Muerte en la nieve
Tras la muerte de Evans le seguiría Lawrence Oaetes, que abandonó la tienda del equipo el día de su cumpleaños, 17 de marzo, que dejó como aviso: “Voy a salir, quizá me quede fuera un tiempo”. Y eso es lo último que se supo, pues nunca más se le volvió a ver.
Dos días después de su desaparición, el equipo reanudó su marcha y fue aquí cuando se vivieron los momentos más trágicos del viaje. Una fuerte tormenta de nieve hizo que el campamento que habían montado los dos últimos supervivientes se tambaleara. Ocho días fueron los que estuvieron aislados y sin ningún tipo de posibilidad de salir, de huir de la muerte en la nieve. Un capítulo póstumo que ya pronosticaba Scott, quien el 26 de marzo deja escritas unas palabras de despedida. El último soplo cálido y vivo que sobrevivió al hielo. El último grito de esperanza. “Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos. Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. Por el amor de Dios, cuidad de nuestra gente”. Dos días después murió.
Los cuerpos de ambos se encontraron el 12 de noviembre de 1912. Fue un grupo de búsqueda quien los localizó. Y allí estaban, inmóviles, congelados,con la valentía y el honor criogenizados eternamente.