El diablo de Tasmania

La leyenda parece verídica, aunque no la confirma en sus memorias: Errol Flynn tocaba el piano… con once dedos. Al menos eso decía Marilyn, una de sus incontables amantes y testigo ocasional de la vena musical del actor.

Errol Leslie Thomson Flynn, de cuyo nacimiento se cumplen cien años, no sólo fue famoso por Robin de los bosques o Murieron con las botas puestas sino también por historias como la anterior, que lo hicieron uno de los más grandes juerguistas de Hollywood. Un viva la vida incapaz de rechazar una buena pelea, una bella dama o una botella llena de whisky.

“En todo el mundo se me identificó como el playboy de Occidente. Ése era yo. Un símbolo fálico universal”. Así se definió el actor en Errol Flynn: Aventuras de un vividor, memorias publicadas poco después de morir en 1959.

La obra acaba de ponerse a la venta en España, y en ella Flynn repasa su vida sin obviar drogas, juicios por violación o apuros económicos.

‘El diablo de Tasmania’

Así se titula el primer capítulo de un libro escrito con mucho humor y un ego del tamaño de su afamado miembro viril. Nacido en una adinerada familia australiana, el travieso Errol huyó de casa muy joven.

Fue marinero, buscador de oro y atleta. Recorrió medio mundo y vivió varias vidas hasta llegar, por casualidad, a Hollywood. “Os podéis meter este sitio donde el mono metió los cocos”, decía a los dueños de la industria del cine, “porque yo me he sacado solo las castañas del fuego en los lugares más duros”.

Sin experiencia previa y unas dotes actorales discretas, fueron su físico y su arrojo los que lo llevaron a triunfar. “Era el ser más hermoso del mundo”, dijo de él Ava Gardner.

Despreciaba el peligro y muchas veces era él quien interpretaba las escenas de acción, en vez de un doble. Con éstos prefería emborracharse.

El porte caballeresco que cultivó influyó en su estilo literario, donde escasean los cotilleos o los insultos. Habla de sus amigos Abbott y Costello, William Holden, Welles o Bogart. Del “hambre por la naturaleza de John Huston” y del “distinguido y trabajador” príncipe Rainiero. Sólo Chaplin merece una puya: “Era un snob distante”, dice.

Obsesión por el sexo

Lo que sí aparece en cada párrafo de sus memorias es su obsesión por el sexo. “Mi gran pasión”, reconoce. La lista de amantes mencionadas es larga pero casi anónima. Ironiza sobre sus juicios por violación de menores, delito que niega, aunque preguntándose con sarcasmo sobre “¿quién se acerca a una posible novia pidiéndole su partida de nacimiento?”.

Las drogas son tratadas con una honestidad sorprendente. Probó el opio, la marihuana y todo tipo de afrodisiacos, “en especial la cocaína untada en la punta del pene”.

Llevaba siempre una nariz falsa para sentarse “a leer en cualquier parte”. Y, por encima de todo, vivió: “Me gusta disfrutar la emoción de vivir cada día, cada hora del día, porque sólo estamos aquí una vez. Sintamos el viento mientras podamos”.

Lo que la memoria esconde

Aunque sus memorias fueran más honestas de lo habitual en la época, son muchas las cosas que Flynn se dejó en el tintero. No fue lo que hizo en 1980 Charles Higham, que en Errol Flynn: The Untold Story lo acusaba de simpatizar con los nazis e incluso de espiar para ellos durante la II Guerra Mundial.

Higham también puso en solfa su masculinidad, afirmando que se acostó con Tyrone Power, Howard Hughes y Truman Capote. En otra biografía, El espía que nunca fue, Tony Thomas defiende a la estrella recordando su apoyo a la República durante la Guerra Civil española y su amistad con Fidel Castro.

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