En 1968, el profesor Morton Hilbert y el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos organizaron una conferencia sobre los efectos del deterioro del medio ambiente en la salud.
A esa iniciativa se sumaron el “Proyecto para la Supervivencia” impulsado por la Universidad Northwestern (Illinois) y el senador de Winsconsin y activista Gaylord Nelson; y en 1969 se celebró la “Semana de la Tierra” en Davis, California.
Ya en 1970, el senador Gaylord Nelson y el activista ecológico Denis Hayes organizaron las actividades de lo que sería el primer “día ecológico” del mundo, entre las que se destacaban seminarios diversos, desfiles y reciclaje de metales en todo el país.
Se organizó una jornada de concentraciones por todo Estados Unidos y se reclamó entre otras cosas la creación de una agencia que se ocupara de la protección del medio ambiente. Uno de sus objetivos para esa jornada era conseguir la máxima participación de profesores y alumnos universitarios, por lo que se pensó en la semana del 20 al 26 de abril porque no coincidía con los exámenes ni con las vacaciones de primavera; por iguales razones se eligió un día miércoles, pensando en que ese día habría más estudiantes en los campus por la lejanía del fin de semana.
Ese 22 de abril de 1970, el senador Gaylord Nelson bautizó la jornada como “Día de la Tierra”.
La fecha coincidía con el centenario del nacimiento de Lenin, y eso dio pie a que algunos detractores de la conmemoración la calificaran como “engaño comunista”. Pese a las críticas, miles de centros educativos de Estados Unidos se sumaron al Día de la Tierra, en el que unos 20 millones de personas participaron en las concentraciones en todo el país. Esta presión social tuvo su efecto: dos meses después, el gobierno norteamericano creó la Agencia para la Protección del Medio Ambiente.
Muchos años después de la publicación de “Primavera silenciosa”, de Rachel Carson (1962), el Departamento de Protección Ambiental de Estados Unidos prohibió el uso del DDT; muchos otros países siguieron el ejemplo, pero aún así el uso de pesticidas sobre productos alimenticios siguió aumentando. El clásico doble mensaje (políticamente correcto en lo declamatorio pero unido a otros intereses, predominantemente económicos y políticos, en lo práctico) era el gran enemigo.
En 1972, la ONU convocó a una reunión en Estocolmo sobre el medio ambiente. Organizaciones como Greenpeace (fundada en 1971 por canadienses que se oponían a los ensayos nucleares de Estados Unidos) fueron tomando cada vez acciones y medidas más directas, enfrentando a empresas y a gobiernos.
En 1979 apareció en Bremen (Alemania) el primer partido político “Verde”. El movimiento ecológico se arraigaba. Se tomó conciencia cercana sobre las innumerables estragos que sufría el planeta: el daño que producían las fábricas lanzando millones de toneladas de mercurio a ríos y lagos de todo el mundo, la destrucción progresiva de la capa de ozono por los clorofluorocarbonos empleados en refrigeración y aerosoles, la velocidad pasmosa de las talas en las selvas del Amazonas y del sudeste asiático y el consecuente peligro de extinción de centenas de miles de especies de plantas y animales.
La ecología empezaba a convertirse en una fuerza con poder e influencia; la gente comenzaba a preguntarse si no era demasiado tarde para proteger el planeta. Se instaló una gran verdad: “si del planeta desparecieran los insectos, la naturaleza sobreviviría unos cincuenta años; si se quedara sin humanos, sobreviviría para siempre.”
La convocatoria se fue consolidando año tras año. En el 2009, a petición de Bolivia, la ONU fijó el 22 de abril como “Día Internacional de la Madre Tierra” en “reconocimiento de que la Tierra y sus ecosistemas sustentan nuestras vidas”.
La intención de establecer el Día de la Tierra, dijo la ONU, es “favorecer la concientización sobre la necesidad de proteger el planeta frente a la contaminación y la sobreexplotación de recursos naturales.”
La ONU siempre en su salsa con el toque retórico.