El día después del capitán José de Posada

El nombre de José Posada estará siempre asociado a la batalla de Las Piedras, cuando este capitán de ultramar cambió las olas por el barro y condujo a las tropas reunidas apresuradamente para defender los colores de la patria que había jurado no abandonar.

El hombre había nacido en Asturias en 1772 y abrazó la carrera naval desde joven. Recibió los despachos de guardiamarina cumplidos los 17 años y navegó en infinidad de embarcaciones de la Armada Española realizando una meritoria aunque no meteórica carrera. Después de haber peleado contra piratas berberiscos, corsarios ingleses y libertarios franceses, fue destinado al Virreinato del Río de la Plata, luciendo los galones de teniente de fragata con 35 años y una notable experiencia marinera a cuestas.

Del apostadero de Montevideo partió en innumerables ocasiones escoltando naves mercantes españolas que hacían el tráfico hasta el Callao. La actividad se vio severamente resentida después de Trafalgar, cuando España perdió el dominio de los mares. Su actividad se limitó al cabotaje hasta que las invasiones inglesas le otorgaron una nueva oportunidad de servir a su patria. Entonces, Posada se sumó a las tropas que Liniers organizaba para la reconquista de Buenos Aires, al mando de una cañonera. Desembarcó en las costas porteñas y dirigió las huestes marineras que avanzaron sobre la capital del Virreinato. El 10 de agosto atacó el parque de artillería del Retiro, y dos días más tarde estuvo presente cuando Beresford entregaba su sable al comandante Liniers, frente al fuerte de Buenos Aires.

Al mando de la goleta Remedios hostigó a los bergantines británicos que permanecieron en el Río de la Plata hasta la segunda invasión, que lo encontró al frente de las tropas de marinería. Terminado el hostigamiento británico, fue ascendido y puesto al mando del bergantín “Aránzazu”. Al frente de esta y otras tres embarcaciones se diriga Santa Fe ante los rumores de que en esta ciudad se pensaba formar una junta como la que tiempo antes se había establecido en Montevideo.

Por cuestiones de salud, en 1807 el entonces capitán de navío Posada, solicitó el traslado a Montevideo para su recuperación y pidió ser asignado coronel del Regimiento de Infantería. Dicho puesto le fue negado, razón por la cual continuó con sus tareas en la Armada. Como todos los oficiales de la marina permanecieron leales a la corona, después del pronunciamiento del 25 de mayo la flota del apostadero de Buenos Aires se trasladó íntegramente a Montevideo. En este puerto, Posada y el capitán Michelena -pariente del futuro presidente Bernardino Rivadavia- organizaron las naves realistas en el Río de la Plata, que tantos problemas le ocasionarían al gobierno criollo.

Posada enfrentó con determinación todo conato de insubordinación en la flota realista, como el protagonizado por Murguiondo y Vallejo. Como el oficial más antiguo, le tocó ponerse al frente de las improvisadas tropas realistas que partieron de Montevideo, encabezados por José Gervasio Artigas, a librar la batalla contra los criollos. El combate de Las Piedras se realizó en un campo anegado por las recientes lluvias. Todo traslado se hizo complicado y más aún la posición de Posada cuando cientos de presos reclutados a último momento cambiaron de bando ni bien iniciado el combate, abrazando la causa libertaria.

Durante la batalla su caballo murió y él quedó atrapado bajo el animal, con heridas. Finalizada la contienda, y después de cinco meses de cautiverio, Posada fue canjeado por oficiales criollos. Al llegar a Montevideo debió guardar reposo por su quebrantada salud.

En octubre de 1811 se reincorporó a las fuerzas hispanas al mando de Vigodet, con la tarea de defender la plaza montevideana durante el sitio impuesto por las fuerzas patriotas. Bajo las órdenes de Miguel de la Sierra intentó batir el bloqueo impuesto por el comandante Brown. Durante el combate del Puerto del Buceo, su superior abandonó la escuadra a su suerte, se retiró de la lucha y Posada se convirtió en comandante de la flota que fue derrotada, sellando la suerte de Montevideo. Por varios años, el capitán estuvo prisionero en Buenos Aires, hasta que en 1820 le fue permitido a volver a España. Exonerado de cargos y rehabilitado en su escalafón como comandante del Arsenal de Cádiz, el mismo rey le concedió la Orden de San Hermenigildo. Durante el incendio del navío “Velazco”, una desafortunada caída le ocasionó graves lesiones que lo llevaron a la muerte, el 21 de junio de 1825.

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