El crimen de la guerra

La República del Paraguay conmemora los 150 años de la muerte del mariscal Francisco Solano López y del fin de la Guerra de la Triple Alianza. Dos acontecimientos que, un siglo y medio después de ocurridos, continúan aún hoy conmocionando a todos los paraguayos y forman parte de su más profundo sentimiento patriótico. En cambio, para el resto de la región, reposan en el olvido.

La feroz guerra que entre 1865 y 1870 lo enfrentó a la Argentina, Brasil y Uruguay lo dejó sumido en la peor catástrofe de su historia, diezmado y arruinado tanto económica, social, como políticamente. Esta trágica situación no tiene parangón en Latinoamérica. Es por eso que ha dejado una marca profunda en la conciencia colectiva paraguaya. Sólo tres ejemplos que perduran en la actualidad: en el Paraguay es Feriado Nacional los 1 de marzo (El Día de los Héroes), en homenaje a la muerte de Solano López.

El Día de Niño se celebra los 16 de agosto en recordación de la batalla de Acosta Ñu (1869), donde fueron masacrados 3.500 niños. Y el Día de la Mujer no se festeja el 8 de marzo, sino los 24 de febrero cuando las mujeres paraguayas crearon el ejército de retaguardia.

Para tener una idea más clara, la Guerra del Paraguay fue el conflicto más sangriento de la historia de América latina, que dejó al menos 400.000 muertos, de los cuales 120.000 pertenecían a los aliados. El resto, 280.000, fueron paraguayos que murieron en el campo de batalla, por hambruna o pestes. Muchos de ellos menores de edad, ancianos y mujeres. Al término del conflicto, el país había perdido dos tercios de su población y alrededor del 90% de los hombres, además de sus reclamos territoriales con la Argentina y Brasil. Una verdadera catástrofe que cambió el mapa de la región. Una nación devastada y postrada. Para muchos un genocidio.

LA OVEJA NEGRA

A la hora de hablar de las causas que desencadenaron esta guerra inicua, al igual que en casi todos los enfrentamientos armados, se mezclan razones de índole político/ideológicas; cuestiones de límites irresueltos; e intereses económicos, tanto locales como foráneos.

La situación próspera del Paraguay y la posibilidad de que se convirtiera en potencia regional fue uno de los detonantes esenciales del conflicto.

Desde 1862, gobernaba Paraguay, el Mariscal Francisco Solano López, quien había sucedido a su padre Carlos Antonio López, y este a su vez, al fundador de la república, José Gaspar Rodríguez de Francia. El “Doctor Francia”, como era conocido, designado supremo dictador de su país desde 1814 hasta su muerte en 1840.

Para 1865, el mariscal Solano López (militar de carrera, intelectual, hablaba francés e inglés, y se había formado en Europa donde realizó una importante carrera diplomática y conoció a la irlandesa Elisa Lynch, con quien compartiría el resto de su vida) tenía un país que contaba con un puerto, astilleros, fábricas metalúrgicas y una línea de ferrocarriles. La importación de tecnología europea le permitió además tener una flota mercante de construcción local, tendido de líneas telegráficas, educación pública y gratuita y el índice más bajo de analfabetismo de la región. Por otra parte, la mayoría de las tierras eran del Estado (“Las estancias de la Patria”), lo cual le permitía tener el monopolio de la comercialización de yerba mate y tabaco. La fórmula para disfrutar de esa realidad próspera se basó en una política aislacionista y proteccionista que le permitió autoabastecerse y no tener deuda externa y una situación interna ordenada sin guerras civiles como sufrían la mayoría de sus vecinos.

A partir de estos datos, puede considerarse al Paraguay como el primer país económicamente independiente de la región. La Argentina estaba endeudada desde 1824 (con el primer préstamo de la banca británica Baring Brothers), en el mismo año que Brasil. El Uruguay pidió su primer préstamo a Inglaterra en 1864. También en 1824 habían comenzado a llegar inversiones británicas (en el rubro ganadero) a nuestro país.

De lo que podría deducirse, coinciden historiadores revisionistas, cierto interés de la Corona Británica por la guerra. Según Gran Bretaña, Paraguay era un escándalo en América, un mal ejemplo…”la oveja negra”. En las minuciosas obras dedicadas al tema por León Pomer y José María Rosa, se transcriben elocuentes documentos al respecto. Destacaremos dos. Uno corresponde al diplomático inglés Edward Thornton, quien en una nota fechada en septiembre de 1864 y dirigida al Foreign Office cuestiona los “vicios o inmoralidad” de los gobernantes paraguayos (la relación informal entre Solano López y Lynch), la política económica que “perjudica el libre ingreso masivo de manufactura extranjera” y al pueblo paraguayo por sentirse “feliz con su tiranía y se cree el igual de los más poderosos”.

El segundo documento pertenece a Charles Washburn, el representante de los Estados Unidos en Asunción, quien ese mismo año tomó conocimiento del informe de Thornton y escribió a su país: “Su existencia (la del régimen paraguayo) era nociva y su extinción como nacionalidad o la caída de la familia reinante debía ser provechosa para su propio pueblo como también para todo el mundo”.

Cabe recordar, asimismo, que la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865) representó para la Corona británica una crisis en su industria textil, ya que ésta representaba el 38% de su exportación total y durante ese período no pudo contar con la materia prima: el algodón que provenía de Norteamérica. La enseñanza para la diplomacia británica fue que no se puede depender de un solo proveedor de materias primas y que había que ampliar los mercados… con la mirada puesta hacia el sur.

CUESTION IDEOLOGICA

La cuestión ideológica también jugó un papel esencial. La Triple Alianza “ideológica” ya se había dado tiempo antes de que se formalizara en los papeles.

Bartolomé Mitre, que gobernaba la Argentina desde octubre de 1862, era el representante del liberalismo unitario. En su diario La Nación argentina (antecesor de La Nación), editorializaba el 30 agosto de 1863: “En todos los puntos del globo los representantes de la idea liberal tienen conciencia de la solidaridad de su causa”. Y el 24 de diciembre se preguntaba: “¿Qué nos falta para alcanzar los propósitos de 1851 (Caída de Rosas): Que las Repúblicas Oriental y del Paraguay se den gobiernos liberales, regidos por instituciones libres”. Aún más esclarecedor fue el pensamiento de Sarmiento, otro representante del pensamiento liberal y quien sucedería a Mitre en la presidencia. En 1862, en El Nacional, escribía: “…si queremos salvar nuestras libertades y nuestro provenir, tenemos el deber de ayudar a salvar el Paraguay, obligando a sus mandatarios a entrar en la senda de la civilización”. Quedaba claro que para la dirigencia argentina, en la construcción de una identidad nacional, Paraguay era la barbarie.

El mismo Mitre, tras dejar la presidencia, lo reafirmaría: “Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa campaña a recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscriptos en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del libre comercio han proclamado para mayor gloria y felicidad de los hombres”.

LA CHISPA

El rumbo estaba marcado en la región, sólo faltaba una excusa para la intervención armada. Desde 1860 gobernaba Uruguay el presidente Bernardo Berro, del partido Blanco, aliado tradicional de los federales argentinos. En la vereda opuesta, estaba el general Venancio Flores, del partido Colorado, amigo histórico de los unitarios, que había sido destituido años atrás. Esta división, en la cual intervino en varias ocasiones la Argentina, mantenía al Uruguay en un eterno enfrentamiento interno. A principios de 1863, Venancio Flores –que se encontraba exiliado en Buenos Aires- comenzó a preparar la revolución para destituir a Berro. Recibió un decisivo apoyo de Mitre, no sólo por su afinidad ideológica sino además porque Flores había participado en la Batalla de Pavón a las órdenes del ahora presidente argentino.

El 19 de abril Flores desembarcó en Uruguay y declaró la revolución para deponer a Berro, quien acusó a Mitre de respaldar la insurrección. El gobierno argentino declaró su neutralidad. En junio, la administración de Berro detuvo al buque argentino Salta que transportaba material de guerra para Flores. Un papelón internacional. El enfrentamiento civil se extendió más de la cuenta. A mediados de 1864 no había aún un bando ganador. Paralelamente, la presencia argentina en la guerra civil uruguaya preocupó al Brasil del emperador Pedro II. Ambos, Argentina y Brasil, ya se habían enfrentado por Uruguay, un conflicto que terminó con la mediación del Reino Unido en 1828. Ahora, si triunfaba la revolución de Flores, Argentina y Uruguay tendrían buenas relaciones, por lo tanto, Brasil tomó cartas en el asunto y comenzó a planear, nada más y nada menos, que una invasión para definir la lucha a favor de Flores. La denuncia de brasileños cercanos a la frontera con Uruguay por supuestos casos de abigeato, fue el argumento oficial del Imperio del Brasil para presentar, el 4 de agosto de 1864, una queja formal y un ultimátum al presidente Berro. Fue rechazado. El 16 de octubre Brasil invadió Uruguay.

Montevideo quedó acorralado. Atacado por los colorados de Flores (ayudados por Mitre) y la invasión de Brasil (ante el silencio de Mitre), acudió a su único aliado en la región: Paraguay. Solano López encontró la oportunidad exacta para competir por el liderazgo regional y solucionar los problemas limítrofes irresueltos.

Paraguay advirtió que no sería espectador de la violación de los derechos internacionales. El 12 de noviembre capturó un buque brasileño (Marques de Olinda), y al día siguiente invadió la zona brasileña del Matto Grosso. Brasil, que ya había tomado la ciudad oriental de Melo, fue por Paysandú. Sin embargo, la resistencia fue casi heroica. Dicha ciudad cayó tras un mes de bombardeos por parte de la escuadra brasilera que, previamente, había surcado por aguas argentinas. Además, los heridos del imperio eran trasladados y atendidos en Buenos Aires. A fines de 1864, finalmente, recuperó el poder Venancio Flores.

A principios de 1865, gran parte del Matto Grosso ya estaba en manos del Paraguay. Ahora, la próxima arremetida de Solano López –tras fracasar en su intento de sumar a Urquiza, su antiguo socio- era avanzar por los estados del sur hasta llega a Montevideo, pero para ello tenía que pasar por suelo argentino. Le pidió permiso a Mitre para ingresar por el territorio de Corrientes. Fue denegado. Pero como Mitre sí le permitía a Brasil cierta libertad en suelo argentino, el 18 de marzo, Solano López declaró la guerra oficialmente a la Argentina. La estrategia de Mitre fue ocultar la noticia y esperar la agresión paraguaya para poder ingresar en la contienda no como agresor sino como víctima. “Una guerra justa para recuperar el territorio invadido”. La prensa argentina no sólo no informó acerca de la declaración de la guerra sino que se burlaba de Solano López. Así lo reflejaban, por ejemplo las caricaturas de El Mosquito.

BRAVUCONADAS

Como era esperado, el 14 de abril, con 5.000 hombres, Solano López se apoderó de Corrientes. Dos días después, estas novedades sí llegaron a Buenos Aires, y Mitre pudo llevar a la práctica su plan. Convocó al patriotismo, a vengar el agravio y a repeler la agresión extranjera. Desde los balcones de su casa porteña fanfarroneó: “En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en Corrientes y en tres meses en Asunción”. Había comenzado la Guerra de la Triple Alianza, que duraría hasta 1870, cinco años, algo más que los tres meses que pronosticaba Mitre.

El 1 de marzo de 1865 se firmó en Buenos Aires el Tratado de la Triple Alianza. Por Brasil, Francisco Octaviano de Almeida Rosa (integrante del partido liberal brasileño); por Uruguay, Carlos de Castro (canciller del gobierno de Venancio Flores), y por la Argentina, Rufino de Elizalde (Canciller de Mitre). Lo aprobó el Congreso en sesión secreta. Los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay se unían para aniquilar a Solano López. En este tratado se establecía también las nuevas fronteras que quedarían tras la victoria, es decir, una repartija del botín. Paraguay debía hacerse cargo de los gastos, se establecería su total desarme y su rendición incondicional. Públicamente, el 9 de mayo Mitre le declaró la guerra al Paraguay y fue nombrado al mando de las tropas terrestres de los aliados.

En la Argentina, a lo largo de cinco años de batallas en su mayoría en suelo paraguayo, la guerra se fue tornando cada vez más impopular y pasó a ser una cuestión “porteñista”. Hubo rebeliones en el interior rechazando el envío de tropas para pelear en esa “batalla mitrista”. Los soldados desertaban antes de llegar a Buenos Aires. El descontento fue tal que Mitre, al término de su mandato en 1868, no logró imponer a su candidato a presidente y triunfó Sarmiento.

Las batallas, con armas de fuego, fusiles, artillería pesada y buques de guerra, se fueron multiplicando en intensidad. Paraguay demostró que era el único país que estaba preparado para enfrentar un conflicto de esas magnitudes. Contaba con 18.000 hombres, otros 45.000 de reserva instruida, y 50 mil milicianos civiles. La Argentina tenía sólo 6.000 hombres y Brasil 27 mil. Era evidente que ni la Argentina, ni Brasil, ni Uruguay podrían haberle hecho frente a los gastos de una guerra sin el apoyo económico de la banca británica. Argentina recurrió, una vez más, a la Baring Brothers.

El de 1866 fue el año decisivo. Tuvieron lugar las batallas más sangrientas. Una de ellas fue la de Tuyutí, en mayo. Murieron más de 20.000 soldados. Para los aliados, la peor fue la de Curupaity, en septiembre. Hubo 5.000 muertos de su bando y tan solo 100 del paraguayo. Incluyó bombardeos navales. A fines de ese mismo año para Paraguay la guerra ya estaba perdida, como no podía ser de otra manera. Por eso, Solano López pidió una reunión con Mitre. Se realizó el 12 de setiembre. Ambos se conocían de cuando el paraguayo medió en la firma del Pacto de San José de Flores (1859). El pedido era una paz honrosa. La letra del Pacto aliado no contemplaba esa opción. La propuesta de Solano López fue descartada y el Paraguay optó por la guerra total y hasta las últimas consecuencias.

La última batalla, que dio por finalizada la guerra, fue la de Cerro Corá (1-3-1870). Allí Solano López murió fusilado por tropas brasileñas. “Muero con mi patria”, aseguran que llegó a decir antes de morir. Su compañera, Elisa Lynch estaba con él en el campo de batalla y el hijo de ambos también fue muerto cuando intentó defenderla. Ella misma los enterró. Esta bravura es la que demostró todo el pueblo paraguayo durante la guerra y la que extendió la duración. Las mujeres combatieron junto a sus hombres. Los ancianos y hasta los niños entraron en batalla, muchas veces con sus caras pintadas con carbón para aparentar más edad.

Paraguay perdió el 25% de su territorio. Brasil se quedó con toda la región del Matto Grosso, y la Argentina se anexó las actuales provincias de Formosa y Misiones. La ocupación aliada duró casi siete años. La deuda por la guerra recién se le condonó un siglo después. Tras la guerra comenzaron para los paraguayos décadas de postración, migraciones y un desarrollo desigual en la región.

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