El crimen del siglo

Cuando la niñera, Betty Gow, se percató de la ausencia de niño, inmediatamente bajó en busca de la madre del pequeño, la escritora Anne Morrow (hija de un senador), suponiendo que ella tendría a Charles Augustus Lindbergh Jr. Al no encontrar al bebé con su madre, fue a hablar con el señor Lindbergh, quien estaba en la biblioteca justo debajo de la habitación del bebé.

Charles Lindbergh subió al cuarto vacío y descubrió un sobre con una nota sobre el radiador de la calefacción. En la nota le pedían 50 mil dólares de rescate por el pequeño.

La noticia conmovió al país, desde el presidente Herbert Hoover, hasta Al Capone (que en ese momento estaba en la cárcel). Todo el mundo se conmocionó ante el secuestro del pequeño hijo del famoso piloto.

Joseph Condon, un profesor jubilado, publicó una recompensa de mil dólares, si los secuestradores entregaban al niño bajo secreto de confesión.

Condon recibió como respuesta una carta firmada con el nombre del presunto culpable. Lindbergh, angustiado, puso el caso en manos de Condon.

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Cartel de búsqueda de Charles Augustus Lindbergh Jr.

Cartel de búsqueda de Charles Augustus Lindbergh Jr.

El mediador se reunió en un cementerio con el secuestrador que usaba el alias “John”. Este dijo ser un marinero escandinavo, y que al niño lo tenían escondido en un barco. Como prueba de que realmente estaba en su posesión, le entregó a Condon un pijama del bebé. Ante la evidencia, Charles Lindbergh autorizó el pago del rescate, pero los 50 mil dólares no fueron billetes, sino certificados de oro. Todos estaban numerados.

El tal John aceptó el pago, pero no cumplió con su parte y el niño no apareció.

Pasados dos meses, hasta que el 12 de mayo un cadáver en descomposición identificado como el del chico fue encontrado por un camionero en un bosque a 6 kilómetros de la casa Lindbergh. La causa de muerte fue clasificada como un duro golpe en la cabeza. Nadie podía creer este trágico final.

Más de dos años después, el 18 de septiembre de 1934, un hombre pagó en una gasolinera con un certificado de oro. Al encargado le pareció sospechoso el sujeto, anotó la matrícula del vehículo y llamó a la policía. Al día siguiente fue arrestado un carpintero y ex convicto de origen alemán, llamado Bruno Hauptmann, que negó tener cualquier relación con el secuestro.

La opinión pública no dudó en calificarlo como “el hombre más odiado del mundo”, “reptil asqueroso”, “monstruo sin entrañas”. Hauptmann estaba sentenciado antes de subir al estrado.

El juicio se celebró entre enero y febrero de 1935. La mayoría de las pruebas contra el acusado eran circunstanciales; no tenía trabajo desde la Gran Depresión, había cometido pequeños robos, pero sus coartadas eran bastante sólidas; la más endeble era la explicación de los certificados de oro hallados en una caja en su garaje que dijo que pertenecían a un amigo suyo, un alemán llamado Isidor Fisch, muerto en marzo de 1934.

Hauptmann fue declarado culpable de homicidio en primer grado, condenado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica.

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Charles Linbergh declara como testigo en el juicio contra Hauptmann.

Charles Linbergh declara como testigo en el juicio contra Hauptmann.

A finales del siglo XX, el caso volvió a ser objeto de investigación y se descubrieron numerosas irregularidades: pruebas falsas acomodadas por los reporteros sensacionalistas y la policía, un supuesto testigo presencial que resultó ser ciego, violencia e intimidación policial, y hasta manipulación de la causa de la muerte del pequeño Lindbergh (posiblemente accidental).

Se ha especulado con que Hauptmann contase con cómplices en el entorno familiar de Lindbergh o que, fuese un chivo expiatorio. Hasta se dijo que el mismo Charles Lindbergh habría hecho desaparecer a su hijo para ocultar un defecto físico.

Tal fue la repercusión de este caso que dio origen a la Ley Federal de Secuestro aprobada por el Congreso de EE.UU. -conocida popularmente como Ley Lindbergh-.

La muerte de Charles Jr. conmocionó al mundo. El matrimonio Lindbergh no pudo reponerse de esta tragedia, y tiempo después se separaron, aunque continuó el vínculo matrimonial.

Lindbergh comenzó a interesarse en el trabajo del Premio Nobel, Alexis Carrel. Ambos propusieron tratamientos para prolongar la existencia hasta una inverosímil “eternidad”… pero esa es otra historia que algún día leerán en Historia Hoy.

Charles Lindbergh secuestro

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