La leyenda del Cid nos cuenta que días después de su muerte en Valencia, en julio del año 1099, las huestes sarracenas se preparaban para el asalto de esa ciudad, tan cara a los afectos del Campeador. Para espantar al enemigo, los valencianos atan el cadáver del Cid, vistiendo su armadura, como antaño el Cid monta al leal Babieca. De solo verlo, los infieles se dispersan a su paso.
Habían sido los moros, quienes le habían concedido a Rodrigo Díaz de Vivar el título de seid o cid [señor, jefe]. Ello lo llamaban “Mío Cid”, mientras los cristianos, lo enaltecían como el Cid Campeador, el caballero batallador.
Muerto el Campeador, doña Jimena, su inconsolable viuda, dispuso enterrar su cuerpo en San Pedro de Cardeña, único monasterio cercano a Burgos, solar y palacio de los Vivar. Había sido en este convento donde, veinte años antes, el Cid las había dejado a ella y a sus dos hijas bajo la protección del abad Sisebuto cuando debió partir hacia el inmerecido destierro. Fue a este monasterio donde volvió el Cid para dar gracias a Dios, una vez conquistada Valencia.
Salí de ti, templo santo, desterrado de mis tierras;
mas ya vuelvo a visitarte acogido en las ajenas.
Desterróme el rey Alfonso porque allá en Santa Gadea
le tomaron juramento con más rigor que quisiera.
Veis, aquí os traigo ganados otros reinos y mil fronteras.
¡Que os quiero dar tierras mías cuando me echáis de las vuestras!
Sin embargo, el Cid no fue enterrado inmediatamente, ya que su cadáver estuvo expuesto por diez años, sentado en un trono de marfil sobre un tablado, a la derecha del altar mayor con su espada la Tizona, ceñida al costado. Así se lo pudo contemplar hasta que su rostro se corrompió, razón por la cual se lo trasladó a una bóveda vecina. Fue Alfonso x, “el Sabio”, quien ordenó labrar el sepulcro que cobijó al Cid y a doña Jimena. En la circunferencia de la piedra, al pie de esta tumba, se grabó “Guerrero invicto, famoso por sus triunfos marciales, este túmulo encierra al gran Rodrigo Díaz”. Sobre la tapa del sepulcro, una inscripción enaltece la figura del Cid, al compararlo con el rey Arturo y Carlomagno: “Invicto entre los esforzados”. En la pared trasera, se lee: “Cid Rui Diez so, que yago aquí encerrado, y venció al rey Bucar con treinta y seis reyes, los veintidós murieron en el campo. Vencilos sobre Valencia, desque yo muerto encima de mi caballo. Con esta son setenta e dos batallas, que yo vencí en el campo. Gane a Colada e a Tizona, por ende Dios sea loado. Amén”.
En 1447, la primitiva iglesia románica fue derribada para construir en su lugar un templo gótico. Entonces, el sarcófago del Cid fue ubicado frente a la sacristía, sobre cuatro leones de piedra.
En 1541, fray Lope de Farías consultó a la comunidad sobre el lugar más adecuado para ubicar al héroe, que resultó ser cerca de la pared del Evangelio. En esa oportunidad, fue abierto el ataúd y expuestos sus restos con espada y espuelas. En 1735, se inició la construcción de un templo barroco, al fondo del brazo derecho del crucero, para disponer en su centro la capilla del Cid Campeador, como una gloria eterna de España, aunque los caprichos de los hombres, no se dignaron dejar en paz a nuestro héroe. En 1808, las tropas napoleónicas saquearon el convento benedictino de Cardeña, con voraz apetencia por sus reliquias, fueran estas religiosas o épicas. Sin remordimientos, profanaron la sepultura del Cid, robaron los objetos que atesoraba y dispersaron sus huesos. Vivant Denon, por años director del Museo del Louvre y responsable de la confiscación de obras de arte durante los años del Primer Imperio, se apiadó de los huesos del Campeador y les dio nueva sepultura. El hecho fue inmortalizado en un cuadro que hoy se conserva en este mismo museo donde, a su vez, se exponen las obras de arte robadas por Napoleón a los vencidos.
Le tocó al general Thiébault hacerse cargo del gobierno militar de Burgos. En un gesto destinado a granjearse las simpatías de sus forzados súbditos, retiró los restos del Cid del abandonado convento y mandó construir un mausoleo en el Espolón, frente al Ayuntamiento de Burgos. Para evitar todo malentendido o sustracción indebida durante la elaboración de este mausoleo, guardó los restos del valiente hispano debajo de su cama para custodiarlos personalmente.
Vencidos los franceses, los monjes de San Pedro de Cardeña solicitaron la devolución de su ilustre huésped. Hacia allá marcharon el Cid y doña Jimena después de este forzado exilio póstumo.
Sin embargo, no les fue concedida la paz del reposo pues aún faltaba un último traslado. En 1921, el cardenal Benlloch propuso un nuevo traspaso del héroe hacia la catedral, para ser ubicado en el crucero plateresco, obra del artista burgalés Juan de Vallejo. Allí fue depositado con gran pompa, el 25 de julio de 1921, ante la presencia del Rey Alfonso xiii.
Sin embargo, en esa oportunidad no todos sus huesos llegaron a la catedral. Resulta que cuando el general Thiébault cuando ordenó el traslado de los restos frente al ayuntamiento, fue asistido, en calidad de perito, el cirujano Cipriano López. Este, tomó como recuerdo el cúbito del antebrazo izquierdo. En 1930, dicho hueso fue devuelto al Ayuntamiento de Burgos por el marqués de Guad-el-Jelu, donde aún se lo puede ver en arqueta de plata.
La historia del Cid no estaría completa sin contar la suerte de su fiel Babieca. Siempre nos hemos preguntado cuándo fue que ese nombre pasó a tener el sentido peyorativo que sustenta a la fecha. En realidad, siempre lo tuvo.
Cuentan que Rodrigo estaba eligiendo cabalgadura con temple para montar durante las batallas cuando, al desatarse una tormenta, todos los caballos volvieron grupas hacia la borrasca, menos uno, que la enfrentaba. El caballerizo le gritó: “¡Vuélvete como los demás, Babieca!”, dándole la misma connotación que hoy le damos. El Cid se fijó en este animal y dijo: “Si tan valientemente sabe hacer frente a una tempestad, así lo hará en las batallas”, y desde entonces, le quedó el nombre de Babieca al caballo más famoso de la historia española.
Inseparable durante las guerras y el exilio, tampoco pudo la muerte distanciarlos. Babieca fue enterrado en el mismo monasterio de Cardeña, dos años después que su amo. Gil Díaz fue el encargado de cuidarlo por ese tiempo, y quien ordenó que plantasen un olmo a cada extremo de la sepultura. En 1948, el duque de Alba propuso a la Comisión de Monumentos de Burgos, levantar uno en honor de tan fiel servidor del Cid y de España. En el plinto de este monumento, están escritas estas palabras:
Tal caballo como este
Es para tal como vos
Para vencer a los moros
Y ser su perseguidor
A quien quitárosle quiera
No le valga el Criador
Que por vos y por el caballo
Bien honrados somos nos