Música, fotografía y ajedrez. Estas eran las tres pasiones de este joven nacido en el Bronx, poco afecto a asistir al colegio, tiempo que aprovechaba para ver películas baratas en los cines del barrio y visitar museos. A los 16 años comenzó a trabajar de fotógrafo en la revista Look. Con dinero prestado por la familia hizo sus primeras películas, que llamaron la atención de la RKO. Una de ellas fue Paths of Glory, la mítica película antibelicista sobre el coronel Dax (Kirk Douglas), un oficial francés que defendió a tres de sus hombres acusados de cobardía ante el enemigo, en una guerra espantosa. Esta obra no pudo verse por años en Francia.
El éxito de esta película le abrió las puertas a las grandes producciones, Espartaco (también protagonizada por Kirk Douglas) se convirtió en un clásico de la épica del esclavo que se levanta contra el Imperio. Muchos de los actores que trabajaron con Kubrick se quejaban no solo de su trato, sino del inverterado hábito perfeccionista de repetir la escena una y otra vez (hasta cuarenta veces, en el caso de Douglas), con frases como: “Perfecto. Ha sido perfecto, hagámoslo una vez más”. Esta película le valió el primer premio internacional, el Globo de Oro.
Ambicioso, talentoso y seguro de sí, tenía un cerebro de acero, y “unas enormes pelotas de latón”, según lo describe su biógrafo Michael Herr.
En 1962 consiguió los derechos de Vladimir Nabokov para filmar Lolita, una obsesión hebefílica que dio mucho que hablar en su tiempo.
En un mundo amenazado por una conflagración nuclear, Kubrick, dirigiendo a Peter Sellers, nos cuenta la sátira del Dr. Strangelove, y la inquietante conclusión de que el mundo estaba al borde del desastre a manos de unos personajes que oscilaban entre la estupidez y otras actitudes dignas de individuos que debían estar encerrados en una clínica psiquiátrica. Si bien cosechó premios, la obra no deja de ser disparatada, una exageración milenarista.
Sin duda, la culminación de la carrera de Kubrick fue 2001: Odisea del espacio, premiada por sus efectos especiales, que hoy son propios de una notebook, pero entonces le valieron el único Oscar que ganó.
Los conocimientos musicales de Kubrick le permitieron participar de la elección de la música de sus obras. La obertura de Así hablaba Zaratustra, de Richard Strauss, es la música que acompaña la transformación del hueso arrojado por homínidos en la nave espacial que marca la conquista del espacio.
Para entonces, el mundo seguía con atención las obras de este director americano que decidió afincarse en Inglaterra con su cuarta esposa, la actriz alemana Christiane Harlan, que lo acompañaría hasta el fin de sus días.
La naranja mecánica abre una instancia distinta de la que hasta entonces había llevado en su carrera, la historia de un psicópata violento, escrita por Anthony Burgess. La escena del ojo abierto con un separador, al que le instilan gotas de un colirio, pasó a la historia del cine. Mientras algunos piensan que es una crueldad perversa, para un médico oftalmólogo es la forma de llevar adelante terapéuticas curadoras.
Barry Lyndon fue un film revolucionario sobre la historia de William Makepeace Thackeray, el retrato de un trepador en el siglo XVIII, filmada a la luz de las velas. Es una película de memorable belleza. Kubrick había estudiado profundamente la vida de Napoleón, y quería hacer un film sobre el emperador, y especialmente sobre su ajetreada vida sexual, pero los costos de producción eran astronómicos: necesitaba no menos de 50.000 extras. De todas maneras, sus estudios le permitieron la perfecta reproducción de época de Barry Lyndon.
Cuando pensábamos que Kubrick no nos podía volver a asombrar, produjo un estremecedor film de terror, El Resplandor, en el que utiliza por primera vez el osciloscopio para evitar los saltos de cámara, y así graban la escena del niño paseando en triciclo por los pasillos de un hotel abandonado, donde transcurre el thriller. La actuación de Jack Nicholson fue de antología. Curiosamente, la película no recibió ningún premio, aunque accedió al Olimpo de los clásicos.
Después de esta seguidilla de éxitos, pasarían siete años hasta que Kubrick volviese con Full Metal Jacket, una película antibelicista, otro clásico promocionado con la imagen de un casco y la inscripción Born to kill.
Su última película, estrenada poco antes de su muerte, quizás fue la menos famosa, Eyes Wide Shut, con Tom Cruise y Nicole Kidman, bien recibida por la crítica, que no podía entrometerse con una “vaca sagrada” del cine como lo era Kubrik, a pesar de su fama de excéntrico, paranoico, tacaño, muy duro para negociar, fóbico y obsesionado por el control de todo para asegurarse la perfección. Uno de sus colaboradores decía que Kubrick era una de las personas más sinceras que había conocido; una afirmación no siempre puede ser un halago.
Kubrick murió a los 70 años mientras dormía y fue enterrado junto a su árbol favorito en su propiedad de Hertfordshire, Inglaterra. Un final propio para Barry Lindon.