El asesinato de Gustavo III de Suecia

Acababa justo de llevar a cabo con éxito el último de sus “golpes de Estado”. Sin recursos, había convocado la Dieta, pero lejos de Estocolmo, en Geflé (o Gälve), sobre el golfo de Botnia que, incomunicada y fuertemente armada, había parecido durante un mes entero una fortaleza asediada. Con un frío terrible, dentro de una estancia de madera cuyo único ornamento decorativo era una tapicería de los Gobelinos, regalo de Luis XV y que representaba “las Locuras de Don Quijote”, el rey comediante había representado su último éxito. Obtuvo los créditos necesarios para su desembarco, pero por los pelos. La tensión había sido extrema, y Gustavo III triunfó al deshacerse de los nobles con todo tipo de artimañas. Aprovechando su alianza con el partido burgués y el de los campesinos, que le dieron el apoyo necesario para que la Dieta aprobara sus planes, acabó por atraerse la enemistad de la aristocracia sueca. Poco después de que disolviera el Riksdag (parlamento), muchos nobles dimitieron de sus cargos en la corte, y ésta vino a ser muy aburrida cuando antaño era un hervidero de intrigas, pasiones, fastuosas fiestas y alegres mascaradas.

Menos de 3 semanas después de la Dieta de Geflé, el rey era abatido de un pistoletazo, a manos de un aristócrata: el Barón Jacob Johan Anckarstroem…

En todos los complots, casi siempre hay un traidor que advierte a los reyes que van a morir, y los reyes responden generalmente como lo hizo Gustavo III:

-“¡Veamos si se atreverán!”

Y se presentó en el teatro real de la ópera. Era un hombre bravo y digno. Jugó su último papel a la perfección, y hasta el final, ya que no sucumbió ante la gangrena hasta 12 días después del atentado. Cuando recibió el impacto de la bala, con gran sangre fría se puso a bromear con los que le atendían. Y cuando lo llevaron en volandas hasta su carroza para llevarlo a palacio, exclamó divertido:

-“¡Me llevan como al papa!¿Qué dirán los señores Brisson, Condorcet y Bazire de mi accidente?¡Qué buenos discursos tendremos que oír!”

Este personaje excéntrico, afeminado hasta el límite del ridículo, mostró de manera constante el mayor de los genios, el mejor y más grande carácter. Rehusó leer la lista de los conjurados y, viendo aparecer en su alcoba a la condesa de Fersen, al conde de Brahé y al barón de Geer, sus adversarios de siempre, para interesarse por su estado, dijo:

-“Mi herida ha servido para algo, pues me ha devuelto mis amigos.”

El conde de Fersen se presentó también en su alcoba, y el rey le habló de una manera tan afectuosa que la condesa se deshizo en lágrimas. Finalmente, torturado por violentos sufrimientos, tuvo la fuerza por preocuparse del futuro y asegurarlo. Pidió a su estimado conde Armfelt, al que nombraba gobernador de Estocolmo, su palabra de honor y de caballero de servir a su hijo y sucesor, el futuro Gustavo IV Adolfo de apenas 13 años de edad, tan bien como le había servido hasta ahora. Murió el 29 de marzo, a consecuencia de la infección galopante derivada del disparo recibido en aquél baile de máscaras.

mascarade

Este soberano tantas veces criticado, autoritario hasta parecer a veces tiránico, ridiculamente afeminado hasta sonrojar a sus acompañantes, temido por sus cambios de humor, pero también ardiente, apasionado, culto, genial, patriota, noble y fiel, se llevaba consigo el esplendor de una era, … la Era Gustaviana.

Texto originalmente publicado en http://retratosdelahistoria.blogspot.com/2011/10/1792-asesinato-de-gustavo-iii-de-suecia.html?m=1

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