Dylan Thomas, mitos y verdades del poeta galés

El mundo de la poesía es uno en el que abundan las figuras coloridas, por expresarlo de algún modo. Es cierto, en todas las artes siempre parece estar el tema de lo trágico, lo sórdido o lo escandaloso dando vueltas, pero en una rama que nos ha dado Rimbauds, Plaths y Bukowskis, encontrarse con alguien como Dylan Thomas no resulta una sorpresa.

Desde ya, lo primero que muchos recuerdan de él es que vivió rápido y murió joven, como indica la expresión inglesa. Le llevó realmente muy poco tiempo encontrar una voz propia y desarrollarse artísticamente, pero, como queda claro leyendo a algunos de sus críticos, pareciera ser que el resultado más importante de su trabajo fue el de generar un mito que, aún en vida, terminó por tragárselo por completo. Y, sin embargo, más allá de la típica imagen de Thomas como un poeta bohemio y alcohólico, hay varios de sus biógrafos actuales que han intentado ir un poco más lejos y entenderlo en su talento y su humanidad.

Así, es interesante recordarlo, antes que nada, como un joven galés que amaba escribir. Thomas había nacido el 27 de octubre de 1914 en la ciudad de Swansea en el seno de una familia de clase media con aspiraciones de ascenso. Este detalle, aunque pueda parecer superficial, tiene especial interés en lo que respecta a su formación, ya que para sus padres era importante que su hijo se pudiera desarrollar plenamente. Parte de este plan – gestado por su padre profesor de inglés – incluyó el criarlo para hablar el idioma del rey en vez del galés.

De este modo, el pequeño Thomas fue creciendo prestando atención a la lengua y cultivando un amor por las letras que no se tradujo a un buen desempeño escolar. Quizás por eso, a los 16 años, directamente abandonó sus estudios para trabajar como periodista en el South Wales Daily Post. La experiencia, según parece – junto con una breve participación en un grupo actoral – le dio una independencia y una movilidad que sirvieron para ampliar sus intereses y su conocimiento del mundo. Fue entonces que Thomas empezó a escribir más intensamente su poesía y, en un período que va desde 1930 hasta 1934, desarrollaría el grueso de su obra lírica.

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Un joven Dylan Thomas.
Un joven Dylan Thomas.

 

 

Como es sabido, se convenció de que quería dedicar su vida al arte y, cuando le quedó chico Swansea, en 1934 se fue a Londres, donde tuvo gran habilidad para insertarse en los círculos intelectuales y editoriales. Lejos de la idea que nos podemos formar de un joven alocado, llama la atención el detalle con el que Thomas se preocupó por exponerse logrando que se publicaran sus poesías en diarios y revistas. De hecho, su primer libro, 18 poemas (1934), vio la luz como parte de un premio que obtuvo a través del diario Sunday Referree.

De ahí en más – lento, pero seguro – Thomas empezó a escalar en importancia. En cuestión de un par de años, vinieron nuevos libros como Veinticinco poemas (1936), El mapa del amor (1939) y Retrato del artista cachorro (1940). Todas estas obras, aunque resultaron polémicas por sus referencias a la sexualidad y el erotismo y fueron tildadas de meros cachivaches por los críticos más conservadores, sirvieron para sentar las bases de su autoridad como poeta. Autoridad, que tuvo una doble confirmación cuando su voz, tanto estilística como físicamente, se dejó sentir también a partir de sus continuas participaciones en la radio, apareciendo por primera vez en 1937 en el programa de la BBC Life and the modern poet.

Pero no todo era color de rosas en la vida de Thomas. Según lo describió el poeta Owen Sheers, admirador suyo, de muchas maneras él no se sentía cómodo con su vida. De disposición tímida, varios de sus conocidos lo recordaban como alguien que constantemente cambiaba su personalidad para ajustarse a lo que se esperaba de él. En esta lógica, Thomas fue adoptando los estereotípicos rasgos del poeta torturado y su entorno, claramente, no lo cuidó.

Como parte de esta existencia agitada, Thomas también conoció a una joven irlandesa llamada Caitlin Macnamara, quien sería su esposa a partir de 1937. La relación que sostuvieron, famosamente, fue pasional, temperamental y ocasionalmente violenta. Las peleas y las infidelidades eran cosas del día a día en su hogar, pero, aún con todo esto sucediendo, las visiones más balanceadas acerca del lazo que tenían han servido para revalorizar la imagen de Caitlin más allá de todo esto. El amor, parece ser, era fuerte y de muchas maneras Thomas dependía de ella ya que, aunque inconstante, la irlandesa supo hacer sacrificios por él y le proveyó algo de estructura a su alocada vida.

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Thomas y Caitlin.
Thomas y Caitlin.

 

En este punto, más que nunca, resulta relevante recordar que – aún si estos años a finales de los treinta e inicios de los cuarenta ya fueron años agitados para Thomas en lo personal – en lo profesional él se comportó de forma excepcional, dadas las circunstancias. Muy mal administrador de sus finanzas, aún si tenía importantes mecenas como Margaret Taylor, para complementar sus ingresos el poeta se comprometió a hacer apariciones radiales y, durante los años de la guerra, se dedicó a escribir guiones para películas propagandísticas producidas por Strand Films.

Todo esto, de todos modos, no parecía ser suficiente para mantenerlo a flote y, a principios de la década del cincuenta, decidió partir en una gira americana que probaría ser fatal. En 1950 visitó varias ciudades estadounidenses y canadienses y conquistó al público que se acercaba a escucharlo leer e interpretar su poesía. El cronograma había sido ajetreado y no le había dejado demasiado tiempo para escribir, pero Thomas se convenció de que ésta era la manera de seguir para poder darle de comer a su familia. Por eso, en los años siguientes retornó a Estados Unidos y mantuvo ese ritmo loco, agregando a sus performances la narración de su nueva obra “de voces” Bajo el bosque lácteo (que se publicaría póstumamente en 1954).

Todo esto, pronto, le pasó factura a su cuerpo. Thomas no estaba bien ni física ni mentalmente. A sus típicos problemas respiratorios, que empeoraron en sus últimos años, se sumó un estado depresivo que él intentó mitigar con la bebida. Cada vez más, el poeta se iba consumiendo e iba quedando claro que no podría mantener ese ritmo por mucho tiempo más. Quizás por eso, cuando Thomas se dispuso a partir por cuarta vez a Estados Unidos en octubre de 1953, su mujer intentó disuadirlo sin éxito.

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Thomas.
Thomas.

 

Las sospechas, tristemente, pronto probaron ser premonitorias y el 5 de noviembre, mientras Thomas estaba en Nueva York, cayó en un coma. Aún hoy no está del todo claro que pasó y se han barajado todo tipo de opciones como una ingesta excesiva de alcohol, una aguda bronquitis o una diabetes sin diagnosticar. En todo caso, hay amplias pruebas de que Thomas no recibió una buena atención médica y un par de días después de haber empezado con los problemas más severos, el 9 de noviembre falleció a los 39 años.

A partir de este suceso, muchos lo lloraron, pero la imagen de él como un poeta rebelde (cultivada en gran medida por él mismo) logró trascender y definir su legado. Así, años después se seguiría hablando de Thomas como una estrella de rock avant la lettre y se terminaría de imponer la idea de él como un adicto y mujeriego que disfrutó un poco demasiado de la vida. Así y todo, para los que lograron ir un poquito más profundo, el poeta galés se transformó también en un ícono de la lírica. Su voz, tan atípica, personal y contundente, continuaría resonando e influyendo en nuevas generaciones de artistas (no por nada Robert Zimmerman eligió llamarse Bob Dylan) por varios años más.

Dylan Thomas

 

 

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