Drácula, príncipe de Valaquia

A veces el mundo no necesita un héroe; a veces, lo que necesita es un monstruo

Después de la muerte de Ladislao V el Póstumo, rey de Hungría y Bohemia y duque de Austria, en 1457, Federico III de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1440, que era el tutor de Ladislao V, fue proclamado rey de Hungría por los grandes señores del reino, deseosos de seguir perteneciendo al Imperio. Pero otra parte de la nobleza húngara había elegido como “rey nacional” a un joven de quince años, Matías Corvino, hijo del antiguo voievod (gobernador) de Transilvania Juan Hunyadi, un jefe militar que había defendido a su país contra los otomanos y era considerado un héroe nacional.

Matías fue proclamado rey pero reclamaba la santa corona húngara para ser coronado, y la corona estaba en poder de Federico III. Luego de cinco años de luchas y negociaciones, se acordó que el emperador recibiría ochenta mil ducados de oro por entregar la corona y que ambos soberanos se comprometerían a permanecer aliados antes sus enemigos. En julio de 1463, en Wiener Neustadt, 50 km al sur de Viena, Matías Corvino obtuvo finalmente su corona.

Ese mismo año se imprimía en Viena un cuadernillo de seis hojas con el título “Geschichte Dracole Waide” (“Historia del voievod Drácula”). Drácula era el apodo de Vlad III, príncipe de Valaquia (un principado en lo que hoy sería el sur de Rumania), perteneciente a la dinastía de los Basarab. Vlad III acababa de ser encarcelado por orden del mismísimo Matías Corvino en Visegrád, una fortaleza a orillas del Danubio, mientras la fama de sus hazañas contra los otomanos y de su crueldad contra sus enemigos se transmitía de boca en boca y se extendía por Europa.

La historia de Vlad era de todo menos aburrida: había conquistado Valaquia con el apoyo de los otomanos, pero por enfrentamientos con su primo Vladislao emigró a Moldavia y a Hungría. En 1456 Vlad regresó a Valaquia con apoyo de los húngaros, derrotó a su primo y arrasó con los sajones (germanos) de Transilvania saqueando sus aldeas y empalando a sus prisioneros. El sultán otomano Mehmed II, quien lo había apoyado antes, le ordenó sumisión, pero Vlad se negó y redobló la apuesta: apresó y empaló a los emisarios del sultán, y en febrero de 1462 atacó el territorio otomano y masacró a decenas de miles de turcos y búlgaros. Mehmed II contraatacó y Vlad se dirigió a Transilvania a solicitar la ayuda de Matías Corvino, pero el rey no sólo no lo ayudó sino que lo encarceló. Todo parece indicar que ese catálogo de crueldades que relataba el breve escrito de 1463 (y que fue enviado enviado además al papa y a otros príncipes) fue redactado en la corte de Matías Corvino, que influenciado por las presiones y denuncias de quienes lo rodeaban encarceló a Drácula.

Esteban III de Moldavia intercedió para su liberación, lo que finalmente ocurrió en 1475. Ya liberado, Vlad luchó en el ejército de Corvino contra los otomanos en Bosnia a principios de 1476 y fue muerto en batalla. La fecha exacta de su muerte no se conoce, pero se estima que fue entre diciembre de 1476 (se dice que el 14) y enero de 1477. Tampoco se conoce fehacientemente la fecha de su nacimiento, estimado entre 1428 y 1431.

El origen del nombre “Drácula” sigue en discusión, pero lo más aceptado es que dicho mote señala la pertenencia de su padre, Vlad II Dracul, a la orden del Dragón fundada por el emperador Segismundo de Luxemburgo en 1408, cuando era rey de Hungría. El término latino “draco” derivó en el rumano “drac” que era interpretado cono “diablo”. Por lo tanto, Dracul sería “el diablo”, y “Drácula” (en su forma popular, “Dràculea”) sería “el hijo del diablo”. En lenguaje valaco, Drácula significa “diablo”, y solía imponerse ese sobrenombre a quienes se distinguían por su coraje, sus actos crueles o su habilidad. Hay una similitud sugestiva con el vocablo eslavo antiguo “drukol”, que significa “lanza”, “cayado de hierro”; de este vocablo deriva a su vez “kolu”, que significa “palo”, “pica”; en rumano, “teapa” (“empalar”), del cual deriva el segundo apelativo de Vlad: “Tepes”, “El Empalador”.

Más allá de todo este juego de palabras, Drácula era un tirano de crueldad comparable a los peores de la historia; crueldad que ejercía con sus enemigos pero también con súbditos o extranjeros (turcos, germanos, gitanos, italianos, judíos, cristianos). Vlad había perfeccionado su tormento preferido, el empalamiento, reemplazando las picas agudas que mataban rápidamente por picas redondeadas y untadas con grasa para prolongar el suplicio. Introducido en el recto, el palo horadaba un camino sin lesionar órganos vitales y volvía a salir por la boca de la víctima sin matarla inmediatamente. Así, la víctima moría al cabo de dos o tres días, con sus ojos comidos por los cuervos pero manteniendo un estado de conciencia que no hacía más que prolongar su sufrimiento.

En el cuadernillo mencionado decía que Drácula tenía un “bosque” de palos bajo las ventanas de su palacio, para contemplar los estremecimientos de sus víctimas; los altos mandos enemigos y los pachás turcos eran empalados en palos más altos y dorados, y Vlad solía sentarse a la mesa a la vera de sus palos a conversar y comer con sus invitados. En el mismo libelo se describían los empalamientos de hombres, niños y mujeres, incluso embarazadas, a quienes además se les abría el vientre. Se resaltaba especialmente a los 25.000 otomanos empalados, así a sus víctimas quemadas en enormes calderos o el canibalismo al que se obligaba a las víctimas como condición para aminorar el sufrimiento.

El texto del libelo de 1463 estaba redactado en latín. Fue reimpreso en 1488 y en 1560 en las principales ciudades alemanas, y en todos estaba impreso un retrato de Drácula o una escena de su vida (el almuerzo a la vera de los palos). En 1486, en Rusia circuló otra versión del escrito, en este caso con algunas diferencias: se presentaba a Drácula como un soberano severo pero justo, defensor de su reino en contra de los otomanos. En cierto modo era una especie de modelo para Iván el Terrible, quien leyó ese relato y le sacó provecho, al parecer.

En el país de origen de Drácula, Valaquia, el recuerdo de sus andanzas se pierde durante siglos. Incluso la crónica oficial de Valaquia, redactada en el siglo XVI, apenas menciona al príncipe sanguinario. Subsisten relatos ligados a su castillo en los Cárpatos meridionales (castillo o fortaleza de Poienari) en la frontera con Transilvania; los habitantes de las siete aldeas de los alrededores fueron beneficiados con privilegios fiscales a cambio de la custodia y el mantenimiento del castillo.

El “redescubrimiento” de Drácula se produjo en el siglo XIX. Por entonces, historiadores alemanes, húngaros y rusos publicaron aquellos textos incunables y los relatos manuscritos. Cuando los investigadores rumanos modernos descubrieron esos textos se encontraron en un dilema: ese príncipe de extrema crueldad había dado muestras de excepcional coraje frente al ejército otomano de Mehmed II. ¿Cómo conciliar ambas caras de tal personaje? Finalmente, luego de muchas idas y venidas durante años, Vlad el Empalador (Drácula) fue considerado como uno de los héroes nacionales rumanos. Incluso Nicolae Ceaucescu celebró el quinto centenario de su muerte y las publicaciones de entonces lo presentaron como un gran refomador, un comandante militar inigualable y un príncipe severo pero justo. Las truculencias que se le atribuían al “héroe” fueron borradas de un plumazo por Ceaucescu, señaladas como calumnias y exageraciones pergeñadas por los enemigos del pueblo rumano.

En 1897, el escritor irlandés Abraham (Bram) Stoker escribió su famosísima novela, “Drácula”, en la cual instala el vampirismo en relación directa con el personaje central de la novela, que está basado en Vlad III, príncipe de Valaquia. Stoker escribió esta historia ficticia luego de charlas con el húngaro Arminius Vàmbéry, un profesor, viajero y espía que desarrolló una gran amistad con Stoker y, en una cena en la Sociedad Golden Dawn, una especie de grupo afín al esoterismo, le contó una historia de uno de sus viajes. Se trataba del Visum et Repertum, una obra basada en un informe médico desarrollado por el ejército serbio en 1732 y que recogía, supuestamente, un extraño caso de vampirismo en una aldea llamada Medvejia (hoy una región de Croacia): un tal Arnold Pavle, un bandido serbio, supuestamente se había convertido en vampiro tras su muerte, iniciando una epidemia de vampirismo que afectó a 16 de sus conciudadanos de Medvejia. Por tal razón, su cuerpo fue exhumado y atravesado con una estaca. Unida a esa historia, Vàmbéry le contó a Stoker a cerca de Vlad Dràculea, conocido como Tepes (“Empalador”), historia que le resultó muy atrayente a Stoker, quien unió las dos historias en su inmortal novela.

Ceaucescu, que como hijo de campesinos era buen conocedor de las creencias populares rumanas en materia de vampiros, prohibió que se relacionara al héroe Vlad con el vampirismo, alegando que ese relato era un legado del sometimiento que el pueblo rumano había padecido bajo los otomanos y los boyardos (nobles rusos, búlgaros, rerbios y rumanos). Ceaucescu decretó que Vlad nunca había bebido la sangre de sus enemigos.

Que la figura de Drácula siga generando interés actualmente quizá se deba a la fascinación por la vida después de la muerte o a la sangre como portadora de la vida. Pero en definitiva los mitos son los mitos, para qué explicarlos…

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