Denis Diderot y L’Encyclopédie

Pocas cosas son más representativas de los tiempos de la Ilustración que la L’Enyclopédie, ese monumental trabajo que, dos siglos antes de la invención de Internet, buscaba concentrar todos los saberes conocidos de un momento histórico en un formato que hiciera posible su fácil consulta. Pensar en ella, por supuesto, implica pensar en Denis Diderot, su director y promotor más importante.

A pesar de que hoy el nombre de Diderot está íntimamente ligado al proyecto enciclopédico, su llegada a él fue bastante azarosa. Mucho antes de que se pensara en elaborar este monumental trabajo, en 1745 la idea del editor André Le Breton fue la de subirse a una tendencia ideológica que ya empezaba a dejarse entrever en diferentes países de Europa a inicios del siglo XVIII. Específicamente, el trabajo original apuntaba a traducir la Cylopaediade Ephraïm Chambers, una suerte de diccionario cuyos dos tomos habían aparecido en Gran Bretaña en 1728. El primer convocado en 1745 fue el entonces famosísimo matemático Jean Rond D’Alambert. Con un gran nombre asegurado para los temas científicos, el siguiente paso consistió en buscar a alguien que tuviera más versatilidad y que contara con amplia disponibilidad para conducir el proyecto. Fue en esta instancia, alrededor de 1746, que apareció el nombre de Denis Diderot, un intelectual menor, en ese momento era virtualmente desconocido, que cobraba por escribir sermones y que se dedicaba, básicamente, a realizar traducciones.

Con este dúo a cargo, la idea original de traducir el trabajo de Chambers, empezó a mutar rápidamente y se transformó en un proyecto mucho más ambicioso – en especial gracias a las ideas de Diderot, quien finalmente quedó a cargo de la dirección general en 1747. Así es que en “Prospecto”, un texto cuasi publicitario de Diderot aparecido en 1750, quedaba claro que en vez de ser obra de un solo autor, L’Encylopédie había pasado a concebirse como un trabajo colectivo. Rebautizado como Encylopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, el trabajo devenía en un catálogo elaborado por los mejores pensadores de Francia, puestos al servicio de la difusión de diferentes saberes. El contenido del corpus en sí reuniría comentarios de expertos de todo tipo sobre sus materias e, implícitamente, invitaba a otros sabios a participar de forma espontánea si consideraban que existía alguna omisión. Esta descripción quizás era un poco exagerada en ese momento, ya que, con la excepción de Rousseau, inicialmente no había grandes nombres asociados al proyecto. Diderot tuvo que esperar hasta 1751, cuando el primer tomo salió publicado con gran éxito, para ver como sus ideas se volvieron realidad y figuras como Voltaire, Trugot y Necker decidieron sumar contribuciones.

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La idea de base de L’Encyclopédie era revolucionaria, ya que intentaba reunir todo el saber de un determinado momento, pretendiéndose totalizadora pero no apodíctica, a través de artículos concretos y rigurosos sobre cuanto tema existiera. En esta línea, la búsqueda propuesta por Diderot era una a hacerse desde la curiosidad y el interés genuino por el saber en todas sus formas, desde ya, enmarcada por una visión “ilustrada”. Desde esta perspectiva se puede entender el interés, no sólo por las “altas” ramas del saber, sino también por los oficios y los saberes populares. El propio Diderot, como hijo de un artesano cuchillero, conocía el trabajo, los secretos y las técnicas específicas que implicaba ese tipo de producción, por lo que prestó especial atención a esta rama del saber en los más de seis mil artículos que escribió. Dentro de estas innovaciones, especialmente en todo a lo que respecta a los saberes industriales, Diderot se preocupó por incluir esquemas y dibujos que demostraran de forma visual un proceso.

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Dentro de este afán por catalogar y explicar cuestiones de una forma novedosa, no obstante, también está la razón por la cual se consideró que la Enciclopedia era peligrosa, al punto de ser censurada y criticada por la Corona y la Iglesia. Entre los ataques más patentes está, en primer lugar, el arresto del propio Diderot en 1749. La razón por la cual pasó tres meses en la cárcel de Vincennes no tuvo tanto que ver con su trabajo como enciclopedista, sino con la publicación de Carta sobre los ciegos, un escrito en el que proponía que el saber se obtenía a través de los sentidos y no de la revelación celestial. Sin embargo, el tiempo que pasó preso implicó una interrupción en el proyecto de L’Encyclopédie y representó un escándalo al punto de que varios libreros salieron a demandar públicamente la liberación de su director.

Además de este hecho tan flagrante, se puede sumar el problema de que en L’Encylopédie se expusieran y se ponderaran teorías de autores protestantes, sin atisbo alguno de impugnación. Si esto no era suficiente para escandalizar a las estructuras más poderosas del Antiguo Régimen, de más está decir que la mirada escéptica, tolerante y netamente empírica que atraviesa todo el texto llevó a que se prohibiera, suspendiéndose los privilegios de publicación en el año 1759, y a que terminara siendo condenada por el Papa, quien aseguró que todos los católicos que la leyeran resultarían condenados.

Por supuesto, esto no implicó el fin del proyecto y con el apoyo de personalidades como Madame de Pompadour la obra continuó publicándose en talleres suizos y entrando a Francia de forma clandestina. Esto, no está de más recordar, era una práctica sumamente común en la Francia de fines del siglo XVIII, en la cual se estima que cerca de la mitad de los títulos que circulaban estaban prohibidos. Esta condena que caía sobre los libros, ayer como hoy, por supuesto era también un elemento que agregaba al atractivo de una obra, y de ahí se entiende la falta de preocupación de Diderot cuando afirmaba que “un libro prohibido es un libro leído”.

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Finalmente, a pesar de todas sus dificultades, unos 4 mil ejemplares de los 28 tomos de L’Encylopédie vieron la luz. Los primeros 17 volúmenes, con los conceptos ordenados de forma alfabética, salieron entre 1751 y 1765 y a estos se sumaron luego 11 tomos con láminas que terminaron de publicarse en 1772. A pesar de la fama posterior y del revuelo producido entonces, quizás resulte constructivo prestar atención al impacto real que una obra como esta pudo haber tenido en ese contexto. Más allá de cualquier censura, naturalmente, el libro sólo podía ser aprovechado, en principio, por aquellos que supieran leer. Esto en Francia no implicaba un gran público, ya que, aunque la tasa de analfabetismo estaba descendiendo en el siglo XVIII, todavía más de la mitad de la población era iletrada. Concediendo que casi un 50% de las personas podían sacar algún provecho de L’Encyclopédie, sin embargo, otro obstáculo estaba dado por el hecho de que la mayoría no podía pagarla. Con un valor estimado en equivalente a 980 libros de la época, el proyecto de Diderot, a pesar de su afán difusor, resultó ser un artículo de lujo, cuya factura era extremadamente cara, y que fue básicamente consumido por lectores de elite.

Diderot se hizo famoso, pero no existen mayores razones para pensar que se hizo rico con este proyecto. Aunque fue admirado por parte de grandes figuras de su época, llama la atención, por ejemplo, que en 1765 tuviera que vender su biblioteca a Catalina la Grande de Rusia para hacerse de una dote para su hija. A pesar de todo, en 1784 falleció habiendo podido ver como su nombre se volvió sinónimo de la Ilustración y el quijotesco trabajo que ayudó a crear, L’Encylopédie, su exponente más importante.

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