De la viñeta a la acción: la historia de H.G. Oesterheld

Héctor Germán Oesterheld es, sin duda, uno de los nombres más reconocidos del cómic argentino. Su obra, con El Eternauta a la cabeza, continúa siendo leída y apreciada por fanáticos nacionales e internacionales que se acercan a ella con la idea de encontrar un exponente genuino del género dentro del contexto argentino. Pero Oesterheld también es una figura atrayente por su historia personal, especialmente por su militancia política y por su final, marcado por la desaparición forzada en abril de 1977.

Examinar esta vida es sorprendente en la medida en la que resulta difícil encontrar algo en sus orígenes que pudiera sugerir su destino de prócer nacional de la historieta. Oesterheld había nacido el 23 de julio de 1919 y durante su infancia y juventud había disfrutado de un buen pasar económico que le permitió alimentar su curiosidad y sed lectora. Creció con la aventura, con las novelas de Julio Verne, de Robert Louis Stevenson, de Daniel Defoe, con el cine y los clásicos. Tal era su conocimiento que, para cuando estaba a pleno con sus estudios de Geología, sus compañeros lo conocían como “Sócrates”. Y, sin embargo, tuvo que esperar un poco para comenzar a explotar su veta artística de forma profesional.

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Héctor Germán Oesterheld.
Héctor Germán Oesterheld.

 

En 1943, sin haber terminado la carrera y todavía trabajando como becario para YPF, conoció a quien sería su esposa, Elsa Sánchez, y, casi simultáneamente, logró que le publicaran su primer cuento en el diario La Prensa: “Trulia y Miltar”. Por entonces privilegió la estabilidad y, en vistas a casarse, tomó un trabajo en el laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial, pero el Oesterheld autor ya estaba tomando forma. Con el pseudónimo “Sánchez Puyol”, en 1947 escribió dos libros infantiles de divulgación científica para la editorial Códex – Nidos de pájaros y Animales industriosos, ambos ilustrados por Axel Amuchástegui – además de dar sus primeros pasos dentro de la editorial Abril en la serie educativa “Hoy y Mañana”. Como la experiencia fue buena, Oesterheld se convenció de que podía mantener a su flamante familia con los frutos de su escritura y decidió dejar su trabajo científico.

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Oesterheld en sus años de geólogo en misión para YPF.
Oesterheld en sus años de geólogo en misión para YPF.

 

Así fue que, mientras él crecía dentro de la sección infantil de Abril – destacándose su participación en las series Gatito y Bolsillitos -, César Civita, uno de los socios fundadores de la editorial, se proponía renovar la sección de historietas. Con amplios recursos a su disposición, fue en busca de talento a su Italia natal y, en 1951, invitó a Buenos Aires al llamado “Grupo de Venecia”, formado por el guionista Alberto Ongaro y por varios dibujantes como Dino Battaglia, Mario Faustinelli y Hugo Pratt. Boris Spivacow, que entonces también estaba en la nómina de Abril como director de la sección infantil, apoyó la idea, pero sugirió buscar otros escritores para complementar el trabajo de Ongaro e, inmediatamente, pensó en Oesterheld.

De este modo, sin haber escrito ni leído una historieta en su vida, el futuro prócer del comic nacional debutó como autor del género en octubre de 1951 con Cargamento Negro, dibujado por Eugenio Zoppi, en la revista Cinemisterio. Rápidamente reconocido por sus tramas detalladas, humanas, y por su adopción del tan famoso “héroe colectivo” – estructura narrativa que marcaría la obra de Oesterheld – para 1955 él ya era el principal autor dentro de la revista Misterix, de Abril. Tanto en esta como en la otra publicación importante de la editorial, Rayo Rojo, se publicaron algunas de sus creaciones más importantes, como Bull Rocket (1952) y Sargento Kirk (1952), su primer gran trabajo con Pratt, además de historias de tinte más local como El Indio Suárez (1955), sobre un ex boxeador devenido entrenador, ilustrado por el español Carlos Freixas. En paralelo, por entonces también incursionó en la ciencia ficción y, dentro de este género, escribió cuentos y fragmentos para la revista Más allá y guionó el cómic Uma-Uma (1953), ilustrado por un jovencísimo Francisco Solano López.

La plata, sin embargo, nunca era suficiente para Oesterheld. Trabajaba bien, pero a destajo y, sin poder depender de un ingreso más o menos estable que le permitiera sostener a su mujer y sus cuatro hijas, decidió tomar todo en sus propias manos y crear la editorial Frontera junto a su hermano, Jorge. Este emprendimiento, sinónimo para muchos de la era de oro de la historieta nacional, produciría a través de sus revistas Frontera y Hora Cero importantísimas contribuciones a la historia del medio en la Argentina, como Ernie Pike (1957) y Ticonderoga (1957), dibujadas por Pratt, Sherlock Time (1958), trazada por Alberto Breccia y la mítica El Eternauta (1957), hecha en compañía con Solano López. Queda claro que cualquiera que fuera un artista en esta época quería trabajar con Oesterheld y, por lo menos en los papeles, Frontera – con sus promesas de derechos sobre la propiedad intelectual y participación de las ganancias – era una empresa soñada. Pero hoy es sabido que la pobre administración de los hermanos Oesterheld, sumada a la incapacidad de delegar de Héctor – quien además ostentaba el monopolio de la escritura en la editorial – terminaría espantando a los dibujantes y, eventualmente, condenando al emprendimiento.

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Oesterheld y su familia.
Oesterheld y su familia.

 

Después de que salieran los últimos ejemplares de Hora Cero y Frontera en 1963, Oesterheld – que tanto había luchado por tener independencia creativa – se empecinó en seguir trabajando en el mundo del cómic y, desde entonces, aceptó todo tipo de trabajo. En esta etapa de irregularidades, no obstante, se destacó su trabajo junto con Alberto Breccia en la fantástica Mort Cinder (1962) para la nueva Misterix, ahora editada por Yago, y en su primer trabajo de fuerte contenido político social, Vida del Che, editada por Ediko S.C. de Carlos Pérez en 1969. Ese mismo año, mientras tímidamente seguía el ejemplo de sus hijas y comenzaba a acercarse a la ideología revolucionaria, Oesterheld también – como parte de sus tareas para la editorial Atlántida – guionó una nueva versión más explícitamente antiimperialista de El Eternauta para la revista Gente que, debido a la violencia de los dibujos expresionistas de Breccia, terminaría siendo cancelada prematuramente.

Necesitado de ingresos, durante los setenta él igualmente seguiría trabajando para Atlántida y para la editorial Columba escribiendo tiras banales, pero en paralelo algo nuevo se fue gestando en él. Como ya han demostrado y explicado excepcionalmente Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini en Los Oesterheld (2016), la trayectoria del autor y sus hijas hacia el compromiso político dentro de las organizaciones armadas fue un proceso complejo de grandes variaciones individuales, pero en el caso de Héctor, como parte del Bloque Peronista de Prensa, mucho antes de tomar el fusil él puso su arte a disposición del movimiento. Así, no llama la atención que con el mismo valor pedagógico con el que había encarado sus comics para chicos – esos chicos para los que, según decía él mismo, “las historietas tienen que ser algo bien hecho, para que aprenda historia, ciencia, geografía, y estimule su imaginación” – Oesterheld emprendió la creación de historietas “revolucionarias”. En este sentido, se destacan su trabajo para El Descamisado en 1973, formado por los unitarios “La historia de los villeros: de la miseria hacia la liberación”, sobre el surgimiento del Movimiento Villero Peronista, y “Perón, la reconquista del gobierno”; y por la tira histórica Latinoamérica y el imperialismo, 450 años de guerra, todas con ilustraciones de Leopoldo Durañona. Esta misma línea, sería retomada en Guerra de los Antartes (1974) que salía por el periódico Noticias y en la segunda parte de El Eternauta (1976), hecha para la editorial Récord.

En definitiva, Oesterheld jamás dejó de pensar en historias y parece hasta loco que – en la clandestinidad y sin que sus colegas historietistas supieran exactamente qué tan metido estaba en Montoneros – siguiera trabajando para Billiken. Así y todo, la militancia terminó comiéndose todo y, especialmente tras el golpe de marzo de 1976, como atestigua la desaparición de sus cuatro hijas (dos de ellas embarazadas) y dos de sus yernos, la situación eventualmente se volvió insostenible. Aunque estaba oculto y en constante movimiento, en abril de 1977 Oesterheld fue secuestrado en La Plata. De ahí en más, siguiendo la ruta turbia típica de las historias de detenidos-desaparecidos, hay testigos que lo ubicaron en varios centros clandestinos bonaerenses hasta que su rastro se borró por completo en Mercedes en 1978, lugar y momento en el que habría sido fusilado.

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El trágico final y la dimensión épica de sus últimos años de vida, sin duda, son una parte atrayente e impactante de la historia de Oesterheld, pero no lo son todo. Si todavía hoy su nombre continúa resonando entre los lectores de historietas es porque, más allá de la ideología o su accionar, es recordado como un hombre comprometido que con su talento contribuyó a dar forma al género y sentó las bases para la construcción de una tradición historietística nacional original.

Última foto conocida de Oesterheld

 

Última foto conocida de Oesterheld tomada por Lucía Capozzo en el departamento de Saccomanno.
Última foto conocida de Oesterheld tomada por Lucía Capozzo en el departamento de Saccomanno.

 

 

 

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